Recuerdo que iba paseando por las calles de un lugar desconocido para mí, estaban a rebosar de gente, y entonces recordé las palabras de una canción que solía escuchar años atrás: “Millones de personas en la Tierra y todavía hay quien pasea aislado por calles en pleno día”.
Y el tiempo comenzó a fluir más rápido, como un halcón al poner el ojo sobre su presa, pero la gente continuaba su marcha, y yo continuaba mi eterna marcha, y el sol brillaba con más fuerza y los edificios parecían derretirse cual nieve en primavera, y mi mente era incapaz de pensar en nada más que en un presente futuro, pues se hallaba estancada en el pasado, y el tiempo seguía fluyendo.
De pronto, la ciudad comenzó a hacerse cada vez más irreal ante mis ojos, cada vez parecía menos tangible, las farolas parecían estar pintadas al óleo, el cielo estaba pintado con lápices de colores, con nubes celestes sobre un fondo blanco que parecían capaces de desprenderse de su plano en cualquier momento; el suelo que pisaba era de barro y cada paso era terrible, sintiendo hundirse mis pies y, lo peor era el aire: eran líneas rojas casi transparentes que daban la sensación de comenzar a arder a mi alrededor al siguiente segundo.
Y los edificios se derritieron finalmente, y todo cuanto observé se deshizo y solo quedaron dunas de ámbar, sin personas, sin agua, sin aire, incluso el cielo desapareció.
Mi mente parecía pintada por Salvador Dalí.