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La luz del sol me cegaba, caminaba para llegar a un destino, el destino de todos los días. La calle tenía vida propia por la gente que en ella transitaba; los carros pitaban, las miradas no se cruzaban, la gente caminaba sin pensar que nada de ellos dependía.

Me preguntaba sin hacerlo: dónde estabas, cuál era tu dirección, sin saber en dónde andabas. Tu existencia para mí no valía, no valía como eso que no es nada sin que alguien lo haga algo. No estabas porque no existías, no existías para mí, no existías para el mundo, solo existías para ti. Por qué preguntarme sobre ti, si no te cruzabas en mi camino, si no te veía, si no te sentía. Mañana es otro día que quizás la premie con su presencia, con su mirada, se decían aquellos que de lejos nos veían.

Lo predicho ocurrió, el mañana me premio con tu presencia, pero no fue en un día soleado sino en una noche de tormenta. Transitaba en la calle de regreso a casa, cuando la lluvia comenzó, apresure el paso para no empaparme, el resfriado no me iba a dejar terminar todo el trabajo que tenía. Allí estaba la otra acera, solo tenía que cruzar la calle y tratar de esquivar ese hueco de la carretera, ¡qué gran hueco! Como un túnel sin fondo, había comentado esa mañana otro peatón. Corrí para no seguir entreteniéndome con la lluvia que mojaba mi cuerpo, esa agua refrescante que no me haría bien mañana, pero que ahora alegraba mi noche. Corrí, traté de esquivar el hueco pero, efectivamente, era un túnel sin salida. Una luz me encandilo justo en el momento en que sentí un fuerte golpe que me lanzó lejos; sentí que un rostro se acercaba al mío cuando todo terminó por esa noche para una peatona más de la calle 10.

Y si te digo hola o te pregunto tu nombre. No, mejor sigo mirándote dormir en ese sillón, mejor sigo espiando tu respiración; la leve luz de la habitación ensombrece tu cuerpo, tu alma. Sin nombre te ves mejor, sin pasado, presente o fututo eres más atrayente. Si pudiera acercarme, pero este dolor en mi costado no me deja levantarme. ¡Qué hermoso cabello negro! Ondulado como las olas del mar, ¡Qué hermoso rostro claro! ¡Qué tonta soy! ¡Qué tonta me siento desde aquí! Por qué pienso esto, no debería, no tienes nombre, no tienes identidad. Abre tus ojos, regálame una mirada desconocida, un susto desconocido para mí. ¡Sí! Eso sentiría si abrieras tus ojos, miedo de ti, miedo de quien eres; no porque representarás algún peligro, porque algo me dice que no me harías daño, sino porque me da miedo lo que eres, lo que sientes, lo que amas, lo que en ti se esconde, porque al final puedes ser lo que más ame u odie en la vida. Mas puede ser peor y seas cualquier cosa, algo que no me importa.

Tengo sueño, mis parpados se cierran, mi alma se desvanece, no quiero dejarte de ver pero ya no puedo más. No te vayas sin despedirte, no me dejes sin saber tu nombre, no me dejes sin ver tu alma en una mirada… No me dejes, no lo hagas, aunque algo me dice que no estás allí, que nunca has estados ni estarás, no me dejes, no lo hagas…

Esa mujer que va allá, esa que viste un ordinario uniforme de enfermera me dijo que te habías ido al amanecer; que habías pagado todos los gastos y que ya podía irme a casa. También me dio este pedazo de papel, donde se aprecia la palabra “disculpa”, solo eso me dejaste. Por qué te tuve que ver dormir anoche, por qué te espié, por qué abrí mis ojos para verte, por qué no seguiste inexistente para mí, para mi mundo. Ahora te has ido, así como llegaste, sin nombre, sin identidad, sin mirada.

La calle está igual que ayer, con tantos transeúntes que no me dejan caminar sin tropezar con sus cuerpos, ese roce que corta mi comunicación contigo. ¡Lárguense! Quiero gritarles, ¡Déjenme en paz! No tienen derecho a interrumpirme, no tienen derecho a existir si yo no quiero que lo hagan. No te preocupes, ellos no cumplirán su objetivo, no van a sentirse en paz por un final que no quiero que sea el mío ni el tuyo. Sus intenciones son las mejores antes sus ojos, las correctas, pero qué con las mías, qué con mi interior, qué con esto que no quiero que salga del túnel de mi corazón. Todo estará bien mientras siga en este mundo, en el mundo donde tú existes para unos y para otros no.

Si me miraras, si me dijeras tu nombre, si pudiera escuchar tu tono de voz, todo fuera diferente. ¡No! Mejor no digas nada, escúchame sin verme, sin existir para este señor que me acaba de rozar el hombro. Eres este momento que ya pasó al pronunciar su nombre (momento), eres eso que desconozco, eres eso que no estoy segura que le gustaría escuchar esto, eres eso que es diferente a mí, eres eso a lo cual estas palabras fastidiarían, eres eso que no me miraría. Entonces me pregunto: para qué habló contigo si no existes, si no estuviste nunca a mi lado. Aquellos que hablaron se equivocaron, no me premiaste con tu presencia, ni con tu mirada. ¿Para qué seguir? si no existo para ti. En una ciudad tan grande, en un país enorme, en un mundo inmenso, en un universo infinito: ¿qué podría hacer que nos cruzamos en el camino?, aquella magia de anoche se esfumó en el momento en que yo le coloque mi firma de autor…

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