¿Te has imaginado cuántos humanos hay en este mundo? Tantos, ¿verdad? Pero sin su capacidad para multiplicarse, el hombre sería hoy apenas un vestigio. Hoy somos más de seis mil millones amenazando la existencia de La Tierra. Ayer la frágil y minúscula especie hubiera perecido, hoy pone en riesgo la creación entera. Más valiera que el ritmo de su proliferación se hubiera detenido. Pero no, la vida del hombre se propaga fácil, aun en forma accidental e irresponsable. Transferir la vida conlleva obligaciones morales con el individuo y con la especie.
¿Pero quién las recuerda al aparearse?
Un hijo se concibe para darle amor, para estar atento a sus necesidades, para hacerlo feliz a toda costa, para preservarlo del maltrato, para velar su sueño, para edificarlo, para sembrarle bondad, para hacerlo libre y no cortarle sus alas cuando crezca. Nunca para hacerlo objeto que mitigue las limitaciones de los padres, que los sostenga, que les alivie su soledad o en la vejez les dé socorro. En otras palabras ser padre es un fin sin otros fines. Engendrar es fácil, no es nada por lo que el hombre merezca un homenaje. Procrear es un milagro de Dios, no una proeza de los hombres.
¿Con qué descaro celebran, entonces, hombres y mujeres el día del padre y de la madre? Trasmitir una vida atiborrada de necesidades es más bien un crimen que merece castigarse. Es verdadero padre quien concibe responsablemente y cría con devoción y esmero. ¿De dónde tanta exaltación de la condición de padre, cuando hay hombres miserables que niegan a sus hijos? ¿Hombres que prefieren satisfacer un vicio antes que dar alimento a sus niños desnutridos? ¿Cuando hay madres -que dizque simbolizan la ternura- que torturan física o mentalmente a sus crías? ¿O seres adinerados que creen haberles compensado en abundancia, con bienes y dinero, la presencia y el amor que les negaron?
Ese enaltecimiento no es para cualquiera, se gana día a día durante toda la existencia, no en un momento fugaz y apasionado, el de la concepción, que sólo con su momentáneo placer queda pagado. Aclamados como padres son los míos, y gracias a su ejemplo es que espero también serlo. Ese propósito si me quita el sueño. Tan importante como ser buen padre, es para mi despreciable ser esposo, y si ostento ésta precaria condición, no es por mi gusto, es por evitar que se desmorone el hogar que mis pequeños quieren. Para ser padre, tengo la certeza, no hay que trasmitir la vida. Hay que amarla. Amarla por ejemplo en la ternura de un niño que por arte de una adopción se convierte en el hijo deseado. El más querido. No el intruso accidental que por la mala planificación visita los hogares. El dolor y las limitaciones de tu infancia te han hecho buena madre, porque procuras evitar a tus hijos los sufrimientos que viviste, porque aún recuerdas tus sueños infantiles y quieres que se vuelvan realidad para tus niños.
En tu condición otras mujeres estarían multiplicando con sus hijos la violencia de que fueron víctimas. Por falta de imaginación unas reproducen el maltrato, otras, buscando un desagravio, como en un ajuste de cuentas con la vida. Sigue con tus hijos igual de dedicada, que compensen con tu amor y con tus sacrificios, el afecto que no recibieron de su padre. El alma vive de satisfacciones intangibles, y ésta es de las mejores.
Luis María Murillo Sarmiento
http://luismmurillo.blogspot.com/ (Página de críticas y comentarios)
http://luismariamurillosarmiento.blogspot.com/ (Página literaria)