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Caminan un poco cansados, algo agitados los habitantes de metrópolis, muere la tarde y las luces inanimadas entienden la doble intención de la oscuridad, no dicen nada, no explican nada, solo alumbran calles y cabezas que simulan extrañar sus almohadas con uno que otro sueño. Hay demasiado ruido en metrópolis y la costumbre es alguien quien se ríe en medio de ella, pasan buses consolando con su voz a los que van dentro de ellos, pasan carros veloces y parecen desconocer el primer verso de la palabra paciencia; y más allá de esto, gritos, pasos, pitos, bares y motocicletas que respaldan la teoría del caos desde la mil ochocientas hasta las dos mil horas en el complejo y concurrente regreso a casa.

En el desespero y en la carrera de quien llega primero y abre la puerta, la tranquilidad misteriosamente perfecta de una noche robándose el susurro de los árboles pasa totalmente desapercibida, nadie le pone atención, nadie se detiene para atrapar un poco de aquella y llevársela a casa en frascos de recuerdos. Ambos sabemos que en metrópolis habitan máquinas revestidas de piel, producir es su objetivo, el objetivo es sobrevivir, sobrevivir es el principio al levantar ambos párpados en el ocaso de cada madrugada; si acaso habrá sentado o caminando por ahí humanidades disfrazados de máquinas, por conveniencia o modas futuristas, que quizás entiendan un poco la simpleza de detener por un instante sus regresos a casa, mirar arriba y adoptar aquella tranquilidad extraña empolvada entre rascacielos. 

Algunos van y otros vienen, el afán roba muchas sonrisas por estar condenado a no hacerlo nunca en esta vida, desdibujando muchas de ellas sobre rostros programados con absurda facilidad; algunos contemplan el frío del anochecer en la humedad de sus miradas, de sus ojos, sus pestañas, arrastrando a sus espaldas el cansancio de metrópolis entre quejas y juramentos de olvidarlo todo cuando abran la puerta con la espina de que otro día se fue tan igual.

¿Quién se atreve a mirar más allá de la ciudad para buscar en la cuarta dimensión quizás un respiro de paz, o contemplar a metrópolis descubriendo que tiene muchas cosas para dar más allá del caos o de los días sin ayer?, ¿quién de todos se atreve a guardar en sus oídos los ruidos de esta noche fría empezando por la voz del viento en los resquicios, en los árboles y tejados; entre nubes?... Metrópolis y sus habitantes se entienden muy bien entre sí, pero no son capaces de desnudar la pequeña majestuosidad del silencio, aun estando en medio de todos, ni capturar la sensación superficial de que de todos los días que se pasan entre rutinas y avenidas tan solo uno fuera medianamente distinto.

 

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