Sentimientos que nacen en un recóndito rincón del alma, en un sueño, en un mirar sutil, echando raíces que poco a poco se tornan profundas, aferrándose al espíritu, lenta y disimuladamente, llenando los vacíos que otros amores dejaron, ignorándolos ciegamente, aunque sus raíces inunden nuestro cuerpo.
Sentimientos que sin anunciarse afloran, en una lágrima, en una risa, en un mirar confundido, que llenan el estómago de mariposas, hambrientas mariposas que en su ligero aletear desgarran todo a su paso y hacen del respirar un instante dulce y doloroso.
Sentimientos que con un ardor insoportable rasgan la piel, dejando salir los frutos, las flores, que abren crudamente la carne en nuestra espalda, dando paso a las alas. Y entonces nos elevamos al cielo, y nos creemos libres nadando entre las nubes, bajo el ardor de las heridas y la caricia de los pétalos, ignorando en tanto podemos la pesada cadena que nos une a ese alguien que en un sueño o en un mirar sutil engendraron ese sentimiento que ahora nos hace volar.