Requiestcat in pace
En otro artículo hablé sobre la música como una máquina del tiempo que me transporta por el espacio y el tiempo a lugares y momentos de mi pasado; hoy, escuchando tangos de Carlos Gardel se me vino a la mente la imagen de mi querido padre Leopoldo Tarazona Espinosa, que se marchó de este mundo muy temprano, en octubre del presente 2020 cumple 40 años de su partida. No me da tristeza, pero pienso que hubiéramos podido hacer si vive otros quince o veinte años, como es normal en nuestra familia.
Mi papá amaba el tango y los boleros, en especial el primer género que nombré y cuando iba yo en vacaciones a colaborarle en el re3staurante que tenía en el centro de la capital; pasado el atafago de los almuerzos al medio día, con su compadre uy socio Gabriel, se tomaban unos tragos escuchando la música que les agradaba. También dije en otro artículo que no creía en tantas alabanzas que se hacen a los difuntos; no voy a entierros, o por lo menos evito estar en los cementerios a la hora de los discursos.
Dije lo anterior porque pasados tantos años, recuerdo a mi padre tal como era, un hombre agradable y lleno de defectos y contradicciones; un soñador empedernido que construía palacios y conquistaba imperios mercantiles que estallaban como pompas de jabón. Empezaba muchos proyectos y no finalizaba casi nada; por lo menos algo que valiera la pena. Eso lo heredaron mi hermano Néstor y mi hijo Edgar Iván, soñadores viviendo en otros planetas.
Leopoldo, mi papá, fue un derrochador cuando tuvo y, aun en épocas de escasez gastaba con los amigotes lo que debía ser para su hogar. Como siempre nos mantuvo a distancia de su numerosa familia Tarazona, nosotros, sus hijos, desconocimos muchos detalles de sus andanzas. Hace seis años empecé a compartir con sus hermanos y sobrinos y me asombra como pudo llevar esa múltiple vida, hasta el día de su muerte. No quiero entrar en detalles. Este artículo es como un acto de reconocimiento a ese ser que me dio la vida y qué, por su alcoholismo sufrió mucho, a pesar de las apariencias.
Era un ser alegre y festivo; encantaba con sus dichos y chistes en las tiendas y bares donde se reunía con sus compinches a beber; lo hacía casi todos los días (dejaba de hacerlo cuando lo alcanzaba el guayabo o resaca por el consumo de bebidas alcohólicas), hoy lo comprendo porque yo también sufrí de lo mismo, la diferencia está en que yo dejé el trago hace 16 años. Hoy tengo 14 años más de los que él tenía en el momento de su fallecimiento, a los 58.
Dicen que la sangre tira, nunca supe el verdadero significado, pero lo que si puedo afirmar es que amé a mi padre, a pesar de sus errores y jamás lo adorné con cualidades que un tenía. Fue un hombre bueno y eso basta. Se lo llevó un coma diabético, enfermedad que nunca supo que tenía porque jamás se enfermó y no conocía médico. Hoy le digo: adiós querido padre, fuiste un hombre bueno que, a pesar de tus errores amaste a tu esposa y a tus hijos, nos hubiera gustado compartir muchas cosas contigo, pero no se pudo. QEPD. Te amamos.
Edgar Tarazona Angel