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...tantos días sin dormir son demasiados y la mente me pone obstáculos que me parecen insalvables. Frente al espejo, mientras veo el cansancio que se me asoma por los ojos, he pensado en no ir esta mañana. Te hablaré por teléfono y diré que iré durante el transcurso de la tarde, me sentaré en el sillón de la oficina y quizá logre quince minutos durmiendo sin soñar, seguro después me sentiré mucho mejor; ojalá no sueñe.

Metro, colectivo, caminar… las avenidas que me conducen al trabajo pasan frente al hotel. Me detengo y dirijo la mirada a la ventana de tu habitación, te me vienes a la piel y pienso en tu cuerpo pasivo entre las sábanas. Recuerdo tu cuerpo blanco sudando por la temperatura de nuestros calores y efluvios, mientras me observo con mi ropa azul marino en el interior del elevador. El golpe de perfume es lo primero que llega, da la impresión de estar entrando a ese cuarto oscuro del que tanto hablamos en nuestras charlas y en muchas de las cartas que nos intercambiábamos, hacía ya cuatro años de estar en esa comunicación permanente sin que antes te hubiera tenido, cuatro años que ahora se agolpaban dentro de tu cuerpo caliente y tirante.

La puerta abierta te esconde y eso hace etéreo el ambiente, el interior se ilumina por las velas que has prendido, el olor de lavanda es suave y se cuela por la nariz mientras cierro. La decisión ha sido correcta, me siento bien, pleno. ¿Qué tanto hace falta para ser feliz? Te tomo entre mis brazos y deposito en tus labios mis ansias de todo el tiempo en que no te he visto, no de las horas anteriores, deposito todos los años que te esperé en ese beso. Junto nuestros cuerpos y acaricio tu nuca buscando un contacto pronunciado y profundo, abarco tus labios y siento tu lengua explorando el interior de mi boca. Aspiro con fuerza y tu olor maravilloso es lo único que importa. El presente dura sólo tres segundos y todo lo demás es pasado, así cada tres segundos te voy haciendo más y más mía, los avances se vuelven atrevidos y firmes. No puedo creerte aunque tus palabras se deslizan por dentro de mis oídos provocándome, me desnudas de a poco, gozando, dándote el tiempo de la vida. El tiempo es tuyo, será por eso que ahora te pongo en la cama y recorro tu piel con mi resuello, de vez en vez pongo mi lengua en tu cuello y en tus hombros. Me reconozco por debajo de las ansias que me acometen y es como poseerte para no volverme a despegar de ti jamás. Nuestras manos con vida propia nos recorren ávidamente y empiezo por desgranar tus sabores en el sentido del gusto, hasta entonces dormido; tu piel es tibia y las sábanas donde estuviste guardan su aroma y temperatura. Tu cabellera revuelta en la almohada hace un marco maravilloso para esa fotografía que es tu rostro, la fotografía que cambia a medida de mis avances amorosos. Mis dedos juguetean con las orillas de la ropa interior. -¿Siempre duermes con sostén?- te pregunto, y con los ojos chispeantes por el morbo que te producen mis adelantos, me respondes que te es cómodo así.

Empiezo por sentir la tersura del fino vello que has recortado de forma singular y cuya vista es excitante por cuanto en él se alcanza a percibir. Tu sexo es abultado, invitante, se eleva por entre tus piernas permitiendo una visión clara de él, aunque tengas ropa puesta. La humedad queda expuesta al mover mis dedos, percibo por sobre ellos la consistencia y me enerva tu exhalación de puro sexo. Separo tus labios y jugueteo con ellos mientras no pierdo la vista de tus expresiones de gozo, entreabres la boca y cierras los ojos al tiempo que tu garganta pide por más; te quiero mucho en estos momentos, te quiero toda y sólo deseo perderme dentro de tu manantial donde sacio mi sed para después empaparme en él. Eres extensa e interminable. Salgo de esa exaltación para despojarte de tu sostén, puedo observar tus senos perlados por el fino vello mojado de sudor, me gustan tanto que aseguro no haber visto ni tocado senos más redondos y duros. Te retuerces en la cama y me deshago de tu abrazo para quitarme toda la ropa que me estorba, para contrastar con mi piel morena la tuya tan blanca. A mis ojos pareces sobrenatural, te pones de bruces para alcanzar el buró y pones música, música que me hace soñar por la significación de cada una de las notas en nuestra vida común. Los acordes inundan la habitación y por momentos la luz del alba que se filtra por las cortinas ligeramente abiertas, me devuelven brillos como dunas de arena sobre tus caderas. Me gustas, me enamoro de tus movimientos hechos con la predisposición de alguien que viene a entregarme todo por voluntad propia. Lo tomaré con la destreza que me da el quererte tanto. Me prendo a tus senos y el sabor de flores está de nuevo presente, paseo mi lengua lentamente dejando estelas de saliva por debajo de ellos, me prendo a tus pezones y los aprisiono yendo de menos a más, muerdo un poco y mi lengua se entretiene en los contornos y rugosidades de las aureolas. Separas las piernas al sentir mi urgencia y ahí estoy de nuevo, intentando perderme, intentando que me engullas por completo. Al golpe de tus caderas me tienes y sigo enamorándome de ti a través del olor y de tu textura, sigues con los ojos cerrados y trato de saber que pensarás sobre mi urgencia. Me olvido de todo, incluso de que esta mañana no debía estar aquí, me dejo y antes de verterme salgo de ti. Quiero verte recién abierta, te deseo tanto que me vuelco sobre tu vientre mientras tus manos juegan con mis jugos extendiéndolos por la piel.

Agradezco de nuevo el que estés aquí, si creyera en Dios, si creyera en algo… pero no creo. Sólo doy gracias a mi buena suerte al momento de escuchar el cerrojo que se desliza con aquel ruido sordo de metal sin engrasar.

ErosWolf
Fragmento de una novela escrita en 2005

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