Por lo regular salgo para el estadio municipal a las cinco de la mañana, de lunes a viernes, con el objetivo de caminar y hacer un poco de ejercicio. Cuando por alguna circunstancia dejo de ir uno o más días, entonces voy el sábado y el domingo al parque recreacional donde hay una buena pista para caminar y algunos aparatos para hacer ejercicio; solo que me queda muy lejos de mi casa.
Pues bien, el sábado pasado salí, yo creo que por última vez, como a las 5:15 de la mañana rumbo al parque recreacional que queda en el otro extremo de mi casa. Cuando ya llevaba unos 30 minutos de recorrido, es decir, que debían ser las 5:45 aproximadamente, aún estaba un poco oscuro, pasé por una calle muy solitaria a esa hora del sábado, donde aprendí, o mejor ratifiqué, que a mí el miedo simplemente me sirve para fortalecerme o enaltecerme.
Como decía, yo iba por una calle totalmente solitaria y aún estaba un poco oscuro cuando me percaté de un grupo de 5 hombres negros que estaban jugando y charlando al otro lado de la carretera. No se veían muy borrachos pero tampoco en total sano juicio. No puedo dar mayores detalles sobre las características físicas de estos hombres, porque simplemente miré y seguí mi camino; sí pude darme cuenta que eran 5 negros muy delgados, ni muy altos ni muy bajitos. El hecho es que pasé al frente de donde ellos estaban pero del otro lado de la carretera sin mayor prevención. Pero cuando ya había avanzado un poco, más o menos unos 5 o 6 pasos, escuché un grito que me erizo: “AMIGA”. Sentí miedo pero no presté atención a este extraño llamado y seguí mi camino al mismo paso, es decir, sin disminuirlo y sin aumentarlo. Al cabo de un rato, luego de un largo silencio, otra vez el paralizante llamado: “AMIGA”. Igual, continué mi camino sin responder al escalofriante llamado, consciente de que yo estaba muy sola y que ellos eran 5… Nuevamente el amplio silencio me tranquilizó y me inquietó. Sin embargo, el tercer llamado sí estuvo a punto de descomponerme, mas no lo logró.
Ya con bastante camino recorrido después del primer llamado, unos 50 o 60 metros más o menos, se escucha por tercera vez el terrorífico grito: “AMIGA” pero está vez acompañado del ruido de los pasos de un atleta en plena carrera… pánico, miedo, terror… cualquier palabra es insuficiente y escaza para describir la emoción que sentí al advertir que uno de estos hombres corría hacía mí.
Ya a estas alturas yo me había dado cuenta que en la próxima esquina, a unos 30 o 40 metros, había una panadería abierta y que alguien estaba barriendo por el otro lado, aunque tan solo se veía la escoba. Sin detenerme y conservando mi paso seguro y constante, ni más largo ni más corto, me pasé al otro lado de la carretera, es decir, para el lado de donde venían los gritos. Crucé la calle en diagonal y, sin mirar para atrás, alcancé a divisar con el rabillo del ojo la veloz carrera de uno de estos negros que también iba cruzando la calle transversalmente con la intención de alcanzarme. Era tal la velocidad que llevaba que no se pudo detener ni cambiar la trayectoria de su carrera, hasta que finalmente llegó al punto donde yo estaba hacía unos instantes, apenas dijo: “amiga venga, no le dé miedo…” con voz agitada por la velocidad, mientras iba parando su inútil carrera en la desilusionadora meta.
Ya para este momento las circunstancias eran otras y estaban a mi favor; ya se vio la persona que barría el frente de la panadería, comenzaron a pasar muchos señores que iban a trabajar en moto y bicicleta; entonces me sentí protegida y con arrogancia y prepotencia, sin detenerme y conservando el mismo paso, giré un poco la cabeza para decirle al negro con absoluta displicencia: “ah, es a mí a la que llama?” y continué mi camino despectivamente mientras escuchaba la respuesta del hombre quien, en un tono de lo más tierno y hasta conmovedor, me dijo: “claro amiga, venga, venga le pregunto una cosita”…
JA, JA, JA… Todavía me está esperando…