José y Joaquín, entre pícaros y filosóficos (“Seguiré viviendo” 14a. entrega)
Aunque cursaban carreras diferentes, el encuentro diario en el billar del bienestar estudiantil terminó por forjar entre Joaquín y José una amistad inquebrantable, que creció a pesar de la renuencia de José a participar en las francachelas que Joaquín organizaba los fines de semana. Parrandero y mujeriego, Joaquín tenía fama de llevar una vida sibarita, de visitar lugares poco santos y de entablar noviazgo con jóvenes mundanas. Él siempre negó las murmuraciones más audaces, y José no llegó jamás a comprobarlas. Para él era un muchacho locuaz sin nada censurable.
Como ignoraban los padres de José las malas lenguas, le abrieron las puertas de la casa y le asignaron puesto en la mesa todos los domingos. Y esa rutina se conservó por años, hasta que los miembros del hogar se dispersaron. Entonces concibió Joaquín una tertulia de solteros en la que dio a José carácter honorario. En ella de todo se hablaba sin mesura, y al calor del ron y el aguardiente disecaban lo celestial y lo profano. Al amparo de Joaquín el culto al amor libre y a la infidelidad se volvió consigna entre los tertulianos.
El amor romántico tuvo pocas opciones en la vida de Joaquín, marcada por la vertiginosa sucesión de lances pasionales. Por eso la infidelidad que él defendía, tenía connotación distinta a la de quienes habían puesto alguna vez en el amor todo su aliento. «La infidelidad no es ni falta ni traición. Dado su origen instintivo luchar contra ella es batallar consigo mismo. Pasarse toda la vida cohibiendo los instintos es un desgaste inútil, aceptar la naturaleza es lo sensato». Eso expresaba Joaquín, pero sus contertulios, en razón de su temperamento lujurioso, opinaban que no era reflexivo su argumento. Creían que era un pretexto para justificarse. A José, por el contrario, le admitían sus juicios, aunque llegaran a las mismas conclusiones. Y era que José, que sí creía en las explicaciones de Joaquín, ahondaba en el tema con alardes de erudito, se apoyaba en su pluma bien calificada y no tenía en su contra una vida licenciosa.
José había considerado válidas las razones de Joaquín aún en tiempos en que el amor le sonreía. Tras el fracaso con Elisa su pensamiento se afianzó y sus hábitos cambiaron. Y no fue por influencia de Joaquín como creyeron muchos, sino por un impulso propio de conseguir más dicha y menos decepciones. Perdida toda la esperanza en el amor, comenzó a pensar más en la satisfacción sexual; y aunque se le volvieron tolerables las consejas de Joaquín, fue tímido en seguirlas. Cuestión de estilo, el suyo era más refinado. El mismo lo insinuaba: «El instinto de los hombres tiene más diferencias de forma que de fondo». Así que las afirmaciones de Joaquín, no obstante su rudeza, eran tenidas por José por válidas. Decía Joaquín: «¿Cómo vamos a entendernos, si las mujeres únicamente piensan en el amor, cuando nosotros sólo pensamos en el sexo? Y sin embargo, si no fuera por el sexo nada tendríamos en común con las mujeres […] El amor romántico es un lujo que no a todos importa. [...] Tarde o temprano pasa el tiempo de la costosa inversión y la paciencia; y de esperar con calma el beso o la caricia. Los hombres anhelamos satisfacciones al instante... y fáciles».
Si hubiera tenido José que dar sobre el amor su testimonio, habría dicho que sólo le había quedado frustración y dolor de un ideal que juzgaba un espejismo; que su matrimonio, desastroso, había arrasado con los sueños más tiernos de su juventud; que gracias a su brutalidad se habían vuelto más cursis las quimeras del primer amor; y que la luna de miel había sido el preámbulo del mayor yerro de su vida.
Las decepciones inmanentes al amor, afirmaron en José el convencimiento de la trivialidad y finitud de la pareja. En su análisis la rutina y la incompatibilidad de las personalidades, como en su caso, daban cuenta del fracaso de los matrimonios, junto a otra causa universalmente señalada: la infidelidad, a la que él recurrió tarde, pero con la fortuna de que precipitó la separación que lo libró de mantener una relación tormentosa hasta la muerte. Sin tener que hablar bien del amor, multiplicó sus escritos sobre la infidelidad. Primero ensalzándola y oponiéndola a la relación tradicional, luego disculpándola y justificándola, y por último previéndola y hasta lamentándola. «La infidelidad es una condición latente ineludible. No la defiendo, apenas la acepto como un hecho natural y cotidiano. [...] La fidelidad y el amor eterno no brotan por exigencias culturales. [...] Intentemos ser fieles hasta donde nuestra naturaleza lo permita... al menos nos aligera la conciencia cuando llega. [...] La relación de pareja es más sólida cuando se cimienta en la solidaridad y más frágil cuando se funda en la fidelidad».
Viendo a José convertir la infidelidad en tal torrente de meditaciones, Joaquín optó por animarlo a una promiscuidad incitadora, contándole que era como probar los mejores platos en las mejores mesas, pero José apenas acogió el consejo cerca de su final, cuando se dispuso a disfrutar hasta la saciedad los placeres que se había negado.
Continuará…
Ni conservadurismo extremo ni culto al ser humano (“Seguiré viviendo” 16a. entrega)
Luis María Murillo Sarmiento
“Seguiré viviendo”, con trazas de ensayo, es una novela de trescientas cuartillas sobre un moribundo que enfrenta su final con ánimo hedonista. El protagonista, que le niega a la muerte su destino trágico, dedica sus postreros días a repasar su vida, a reflexionar sobre el mundo y la existencia, a especular con la muerte, y ante todo, a hacer un juicio a todo lo visto y lo vivido.
Por su extensión será publicada por entregas con una periodicidad semanal.
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