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Ir a: Fe, corazón y alegría (6)

Reyes y bufones

Fe, Corazón y Alegría. Ese era el significado de las iniciales grabadas en el arillo dorado que sujetaba las cerdas del pincel.

Cuando Carlitos pintaba, parecían más refulgentes que nunca. Se sentía inspirado por una de las historias que acababa de leer en uno de los libros de cuentos del abuelo.

Estaba recreando una corte real. Las mujeres llevaban escotados y largos vestidos con encajes y listones aderezados con hermosas y fastuosas joyas, otorgando con ello a su apariencia, mayor magnificencia.

Los reyes, estaban sentados uno junto al otro en un palco, de ahí dominaban todo el salón. Ataviados con ostentación y lujo, llevaban  sobre sus cabezas las clásicas coronas de oro puro y fino cristal salpicadas de pedrería. Ahí fue donde la escena cobró vida.

El ambiente, estaba amenizado con música de violines. La soberana, de cuando en cuando, ocultando el rostro detrás de una abanico repleto de joyas e hilos de oro se acercaba con discreción a su majestad haciendo algún comentario... y disimulando el tedio. Carlitos estaba justo ahí. A la derecha del  rey.

Tenía en la cabeza un gorro de colores vivos y cascabeles en las puntas, vestía un saco rojo brillante, mallones de color dorado y puntiagudos botines morados también con cascabeles. Era el bufón y se sentía feliz.

Podía hacer lo que quisiera. En su calidad de payaso del soberano era el único en todo el lugar libre de hablar de lo que deseara y comportarse como se le viniera en gana.

Sentía grandes deseos de bailar,  romper con la seriedad de la ceremonia. Los violines comenzaron a tocar una pieza pegajosa y alegre. Quería seguir el ritmo. Atrevido, brincó hasta el barandal del palco real,  de ahí al salón, haciendo piruetas en el aire. Todos aplaudieron divertidos.

“Diviértenos bufón diviértenos. Imprime color a la celebración”

Los invitados abrieron un espacio al centro, dándole amplitud para moverse con libertad. Parecía que tenía resortes en los pies. No paraba de retozar, no podía dejar de hacerlo.

“Alégranos la vida bufón. Recuérdanos que debemos conservar la ilusión”

Descubrió a una hermosa joven entre el público, le ofreció su mano, invitándola a bailar con él. Sorprendida, la noble dama ruborizada dio tres pasos atrás abanicándose el rostro. No le importó el rechazo, era parte del acto. Siguió dando piruetas y brincos de aquí para allá.

“Cautívanos bufón, cautívanos. Que esta corte vibre de felicidad”

Bajo el palco de los reyes, se encontraba un duque de pie, resaltando por su gran estatura, Carlitos, sonando sus cascabeles llegó hasta él, brincó hacia atrás, cayendo sobre sus manos y apoyándose en sus pies. Sorpresivamente, dando un gran salto, quedó parado sobre los hombros del duque gigantón sorprendiéndolo e incomodándolo.

“Haznos reír bufón. Imprímele vida a nuestro corazón”

A Carlitos no le preocupó, se quitó  el gorro multicolor, lo puso a la altura de su pecho e hizo una reverencia a los soberanos, terminando así su actuación.

Todos aplaudieron en tanto que la reina reía,  él, sentía tanta euforia, tanta emoción. Mientras escuchaba el susurro de la canción:

“Festejemos bufón, festejemos. Que tu actuación nos llena de gozo. Diviértenos. Por favor”

-¡Carlitos! - Gritó una voz detrás de él.

Era su papá. Corrió presuroso a abrazarlo. Casi tropieza, tenía la sensación de estar calzando las suaves botitas moradas y no sus rudos zapatos de gamuza. Sin embargo, un tintineo  lo obligó a mirar el piso. Sorpresivamente ¡Ahí estaba un cascabel!.

Lo tomó con disimulo, aprovechó para echarle una rápida mirada a su cuarto y a su ropa. Sonrió satisfecho. Todo estaba en orden, esta vez no había pintura regada ni paredes manchadas de colores.

- ¿Qué hacías? - Le preguntó Alma.

- Solo estaba pintando - Respondió con inocencia.

- ¿Pintando tú? - Exclamó con burla Miguel, que sabía de la pereza de su hijo para dibujar.

Ambos se aproximaron a la mesa y miraron la obra.

- ¡Qué bonito! - Exclamaron admirados al mismo tiempo.

-Aquí tengo otro - Dijo con orgullo el niño mientras sacaba el de las gotas de lluvia.

-Vaya - Exclamó Miguel sintiendo un nudo en la garganta - Tal vez tenemos aquí un pintor en potencia y no le hemos puesto atención. Pensé que detestabas la pintura.

- Es obra de mi padre - Informó Alma - Le heredó un pincel al niño. Desde entonces no hace otra cosa que pintar. Incluso en las paredes ¿verdad?

Carlitos sonrió apenado mientras su madre reía.

-Vamos a cenar, celebremos que tu padre está en casa ahora.

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Elena Ortiz Muñiz

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