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Capítulo 13: “Dos entierros y una boda”

Rafael Rivera Moscoso no localizó a Dionisio Ortiz cuando fue en su captura. La policía, que rastreó gran parte del campo de los Rivera, halló el cadáver de Dionisio pendiendo de la rama de un eucaliptus añejo.

Dos días después de aquel desenlace fatal, el comisario Julio Pérez se acercó a la casona de los Rivera Moscoso y los anotició del encuentro del cadáver de Dionisio Ortiz, “se suicidó, se ahorcó” fue la escueta explicación dada al coronel y su familia. Caso cerrado. No habría investigación, no llamarían a declarar a los testigos, no hacía falta. Todo había concluido. Quedaba el dolor profundo de una familia infausta. Para Clarisa, desgarrada por el sufrimiento y el arrepentimiento de no haber comprendido a su hijo, se negaba a reconocer cual era la verdadera inclinación sexual del muchacho. Dejó pasar momentos importantes que hubieran cambiado el rumbo del desgraciado joven. Stella tenía otras preocupaciones, además de elaborar el duelo por la muerte de su hermano: su embarazo. Tomás ¿debía saberlo?, qué consecuencias inmediatas sobrevendrían si Tomás se enteraba de su paternidad. Por otro lado, si no le informaba, Tomás dudaría de la paternidad de Andrés y la atormentaría para saber la verdad y en definitiva en algún momento se enteraría.

Cuestiones pendientes que requerían una solución inmediata. Federico, por otro lado, sentía tristeza por la partida de su primo, después de todo, Roberto fue el único apoyo que tuvo durante su estadía, hoy ya no estaba. De noche le dificultaba conciliar el sueño y al mirar aquella cama vacía, su rostro entristecido y consternado hacía visible las lágrimas que caían sobre la almohada. Federico no dejaba de preguntarse “¿por qué?, ¿Por qué? Lo hiciste Roberto…no encontraba respuestas.

Para Rafael, el padre, no hallaría consuelo, no había podido vengar la muerte de su hijo, ese tal Dionisio le ganó la partida y eso cuestionaba su orgullo, su dignidad, su jerarquía…él, el patrón perdió ante un peón cualquiera, el elegido por su hijo…el comisario se  había animado a decirle en aquella oportunidad que algunos peones “afirmaban que a Roberto le gustaba Dionisio”…el coronel cuando escuchó aquel comentario de boca del comisario, tomó un rebenque y amenazó lo amenazó: “No diga usted más sandeces, una palabra más que perjudique el honor de mi hijo y dese por muerto” y dichas esas palabra pegó un rebencazo contra el piso, situación que asustó al comisario y sin decir palabra salió de la habitación, montó su caballo y salió a toda carrera. No habría ya consuelo para esa familia.

 Al tercer día de la muerte de Roberto, se dirigieron al cementerio para su entierro.

Todo el pueblo se acercó al cortejo fúnebre que partió de la iglesia de San Tadeo, donde   fueron velados los restos de Roberto. Una carroza tirada por cuatro caballos, alquilada al pueblo vecino, rodeó la plaza principal y por la calle central siguió lentamente camino al cementerio. Otra carroza portaba coronas de flores llegadas desde diversas organizaciones, tales como de la sociedad rural, del club de oficiales del ejército, de la familia Ayala, de la sociedad de fomento, cultural y deportiva del pueblo, flores por doquier, en el carromato lustrado de negro iba el coronel, su esposa, Stella y Andrés. Federico, caminó hasta el cementerio, no sentía el cansancio de los cinco kilómetros que distaba desde la plaza, pero la pena embargaba todo su ser.

 A poco menos de un kilómetro recorrido, Rocío se sumó a la procesión y tomándose del brazo de Federico lo miró dulcemente sin decir palabra. El joven se sintió más aliviado, así pudo apenas decirle:

-Gracias Rocío. Estar con vos me hace bien. No me dejes por favor. Este ha sido un duro golpe para mí.

-Estaré a tu lado, Federico – añadió Rocío

En silencio caminaron, a poca distancia, la mirada vigilante de Tomás que no solo no veía con buenos ojos el acercamiento de Rocío hacia Federico, sino también se molestó ver a su Stella con Andrés, el futuro esposo y el ex amante del muerto.

En el cementerio, el padre Antonio previo a rezar el responso, habló dirigiéndose a la familia Rivera:

-Queridos míos; hoy venimos a despedir a un joven fuerte, pleno de vida, buen hijo, buen hermano, buen amigo, un buen cristiano, su vida se tronchó a los veinte años, ¡cuánto esperábamos de este muchacho!... ¡cuánto esperaba su padre, su único hijo varón, el que seguiría sus pasos!,  una madre que no tendrá consuelo, que derramará cada día lágrimas por el recuerdo de su hijo. Pero, queridos míos, yo les puedo asegurar que Roberto hoy está en las puertas del paraíso, junto al Señor, que así lo quiso a su lado. Bendito seas Señor que acogiste en tus brazos el alma de éste cordero tuyo. Por ello, rezando por el eterno descanso de su alma, alegremos nuestros corazones, porque Roberto se encuentra en paz y a los pies de nuestro Salvador Jesús.

Dicho esto, se rezó el responso y se procedió a bajar el féretro. Una nube cubrió el sol, como signo de respeto hacia el alma que partía de este mundo para el eterno descanso.

Federico sonrió y contempló el cielo, “¿en verdad estás allí, querido primo?”… “¡ojalá que así sea, te lo merecés!” pero Federico era escéptico, como un existencialista que tenía a Sartre por el más encumbrado de los filósofos contemporáneos, no creía en esas cosas que se daban en clase de catecismo, después de esta vida – se dijo internamente – no existe nada…todo acabó. Al depositarse el cajón conteniendo los restos de Roberto, Federico reflexiono: “adiós amigo mío…fuiste el único que comprendió mi problema, yo en cambio no pude hacer nada por vos... hoy te fuiste y ya no eres nada, solo un hermoso recuerdo inolvidable, solo eso, te quiero”.

Las palabras estaban demás. Los pésames, los rostros compungidos, en fin toda una farsa social. Tal vez, lo más importante, hubiera sido que comprendieran a aquel muchacho distinto a los demás, que hubieran permitido su libertad y que sobre todo no lo sentenciaran como algunos lo hicieron en comidillas y habladurías de comadres.

***

Los días transcurrieron en silencio, nadie quería mencionarlo, la angustia y el dolor reinaban esos días. Cada uno sabía perfectamente que ese comportamiento no devolvería la vida de Roberto. Era el duelo que se elaboraba de igual manera en los miembros de la familia, incluso Rafael, que no había vuelto al trabajo dejando las decisiones, por primera vez en casi cuarenta años en Cipriano Vega, el capataz. Por respeto al patrón, por Roberto y tal vez también por Dionisio, en esos días todos trabajaron con más fuerzas, rindiendo el homenaje que se merecían.

Una mañana, Rafael, después del desayuno, les anunció:

-La boda se celebrará conforme a lo planeado. La vida continúa y no vamos a arruinarles a los chicos su felicidad por esta desgracia que estamos viviendo.

-No estoy para festejos – reclamó Clarisa- el espíritu de nuestro Robertito aún está presente en esta casa, él está con nosotros y  ¡tú me hablas de festejos!

-Mujer…acaso ¿crees que no siento la muerte de nuestro hijo?...estoy desgarrado de dolor, pero la vida sigue, estamos vivos y no hemos hecho otra cosa en estos días que morir junto a Roberto. Stella debe casarse en el día elegido y ya hablé con Andrés y Fernando para continuar con los preparativos.

-Otra vez se hará tu voluntad. Esto me supera, Rafael, cada día que pasa siento que muero un poco, ¡quiero morir! – gritó con desesperación -¡no quiero vivir más!...

Lloró sin consuelo y por primera vez, después de muchos años, Rafael Rivera Moscoso abrazó fuertemente a su mujer. Ella lo abrazó con la misma fuerza y lloró hasta que más calma, observó a Rafael, se retiró bruscamente, y frente al que fuera su inquisidor lo despreció con crueldad:

-¡Te odio Rafael!...¡te odio! Y no quiero vivir más en esta casa ni en ninguna otra en la que vos habités… me mantendré unida a vos  hasta que se case Stella, luego…me iré.

-Pero…-el coronel estaba muy sorprendido por la actitud de su mujer- ¿Qué decís?

-Lo que has oído, Rafael, esto se terminó…y para siempre.

-Es que – manifestó con mucha calma Rafael – la muerte de nuestro hijo debería unir más a esta familia, por qué quieres marcharte.

- Se terminó Rafael ¿acaso no fui clara?...esto no va más, hace mucho tiempo que todo acabó entre nosotros, estoy cansada de obedecer ciegamente, incluso, hacerme cómplice de tus caprichos…el casamiento de Stella con Andrés es un capricho…no, no me vengas ahora con las finanzas, la tecnología, y ¡que se yo! – dio media vuelta para irse y Rafael la detuvo.

-No te atrevas…- lo desafió Clarisa – soltame…

-Está bien – se resignó el coronel – pero esto no va a quedar así.

Clarisa no respondió, se marchó al dormitorio. Rafael no se atrevió a seguirla. Se sentó nuevamente en el viejo sillón y encendió un cigarro.

***

Stella decidió enfrentar a Tomás con la verdad. Era un atardecer muy pampeano, calmo, la llanura dibujada de diversos colores, el verde predominante contrastaba con un cielo de un azul intenso, en el horizonte, el sol comenzaba a ocultarse y una gran mancha de un rojizo anaranjado se prolongaba a lo largo del límite de la vista humana, no había nubes que pronosticaran una pronta tormenta.

Tomás como siempre, esperándola en el granero principal, el refugio amoroso de ambos, se había afeitado prolijamente, usaba una camisa muy blanca que con esmero Rocío había planchado, unos pantalones de un tenue gris y sus alpargatas negras cubrían sus pies. Stella lo divisó a la distancia, sintió un ligero cosquilleo al verlo allí plantado como un hermoso semental, ella lucía un solero muy suelto de cuerpo, estampado con suaves tonalidades entre verdes y amarillos, se descubría y marcaban sus  hermosos y tentadores senos.

-Bella como siempre- dijo Tomás a la vez que la tomaba de la cintura.

-Vos, hermoso moreno,  me embarga la tristeza y no he venido preparada para una noche de amor…aunque lo deseo más que nunca – afirmó.

-Comprendo, siento mucho lo de tu hermano, fue un final inesperado y trágico.

-Lo sé…pero, amor, no he venido a hablar de él…¿podemos ir al granero?...me sentiré más cómoda por lo que tengo que decirte.

-Claro…vamos, entra – él corrió el amplio portón y Stella entró, tras de sí el cerró y encendió una lámpara, porque ya estaba oscuro - ¿Qué tenés que decirme, amor?, no me asustés, demasiado es para mi llevar la carga de tu futuro matrimonio.

-Tomás – comenzó diciendo ella – lo nuestro ha sido un romance escrito a fuego y pasión casi desenfrenada, nunca, jamás gocé tanto de tu capacidad de amar, de sentir tus manos fuertes, el peso de tu cuerpo esbelto, tu piel bronceada por ese sol de cada día, todo ello me ha hecho muy feliz, me siento tan halagada por tu cariño, por tu amor, por todo lo que me diste…- se detuvo, él la miraba con pasión, pero no pudo resistirse a la pregunta:

-¿Porqué me decís todo esto?, yo lo sé, porque me has hecho sentir realmente un hombre, he sido totalmente correspondido…

-Tomás – lo interrumpió – voy a tener un hijo…y ese hijo es tuyo…

La sorpresa del joven se trasladó a un desborde de felicidad:

-¿Un hijo?...¡un hijo! – la tomó entre sus brazos y la apretó contra su pecho – estoy pleno de dicha, después de tanta desgracia, he recibido la recompensa de tener un hijo contigo…

-SI – respondió ella – pero esto jamás deberá ser revelado.

Sorpresivamente él la soltó y la miró fijamente:

-¿Cómo? – preguntó – como que no debe ser revelado.

-Así es. Me caso con Andrés,  lo sabés, el niño que vendrá a éste mundo se criará como un Ayala, ¿Acaso le quitarás el privilegio de una educación adecuada, de un futuro próspero?, es cruel lo que estoy diciendo, pero es la verdad, tendrás que acostumbrarte a quererlo y verlo crecer de lejos…

Tomás no quería seguir escuchando las palabras que Stella le decía:

-No Stella, no lo permitiré – exclamó – ese hijo nos pertenece.

- Lo hecho, hecho está, solo hay que dar vuelta la página y resignarse.

-Amor – volvió a tomarla entre sus brazos – si yo he sido parte de tu vida, de tu pasión, ¿porqué?, ¡porqué me quitas el derecho a reclamar mi paternidad!

-Por el bien del hijo que vendrá – aclaró ella muy calma - ¿lo harás?

No respondió. Un puñal en el pecho sintió que le había clavado su amor, su gran amor. No podía o no quiso responderle, pero, la pasión se apoderó nuevamente de él y la besó a la vez que con sus manos recorría parte del cuerpo de Stella.

-No, este día no, por favor – le suplicó ella, pero Tomás insistió y pronto ella respondió de sus besos apasionados, él la arrojó al piso alfombrado con paja seca y se entregaron alocadamente con desenfreno total a un amor que era prohibido.

Las puertas del granero se abrieron bruscamente, allí parado frente a ellos el coronel se encontraba mirando la escena de amor:

-¡Que es esto! – su voz era estrepitosa y a la vez sonaba angustiosa - ¡que hacen!...Stella…vete inmediatamente, vístete…que haces con este peón y tú – dirigiéndose a Tomás -¿Cómo te atreves a tocar a mi hija?...¡sucio perro!...¡negro de mierda! – había repetido el mismo insulto que le hiciera Roberto un día – te voy a matar…

Tomás que ya se había incorporado se abalanzó sobre el coronel y comenzó a golpearlo una y otra vez. El viejo militar no pudo con semejante bravura:

-A mí nadie me dice ¡negro de mierda!...yo lo mataré, ¡amo a Stella! Y ella me ama…y si no lo aprueba…lo mato.

Seguía golpeándolo…Stella atinó a gritarle:

-¡Dejalo!...por favor…¡lo vas a matar!...

Rafael en un intento por separarse de aquel hombre que lo estaba castigando con furia, alcanzó a pronunciar unas palabras que dejaron paralizado a Tomás:

-¡Soy tu padre!...¡no me mates!... – le suplicó el viejo coronel.

-¿Qué?...¡qué dices viejo maldito!...¡qué estás diciendo!

Stella quedó sin habla, sorprendida por la revelación de su padre.

-La verdad, Leontina tu madre me lo reveló antes de su muerte.

-No manche la memoria de mi madre – amenazó Tomás.

-Es la verdad- repitió el coronel – eres mi primogénito y ella - dirigiéndose a Stella – es tu hermana.

Para Tomás esto era desgarrador. Amaba a su hermana, era el hijo del hombre más odiado, iba a tener un hijo de una relación incestuosa…no lo podía creer.

Al fin, Stella, recuperó el habla y se dirigió a ambos:

-¡Esto es un verdadero drama! – y ahora a su padre - ¿porqué nunca nos dijiste la verdad?, si es esta la verdad.

-No lo supe hasta antes de Navidad y Leontina me pidió no revelarlo. Cipriano no lo sabe y tu madre tampoco – se equivocaba porque Leontina le había contado la verdad.

-Por eso…entonces – intervino Tomás más calmo – se justifica y se comprende por que mi madre fue a la casona antes de su muerte, Teófilo dijo la verdad y su mujer lo negó.

-Por ahora – reflexionó el coronel – no debe saberse. Esto se termina aquí para siempre. A vos – dirigiéndose a Tomás – te escrituraré unas tierras y te irás de aquí para siempre y en cuanto a vos – a Stella – te convertirás en la mujer de Andrés Ayala y sobre ¡esto nadie deberá enterarse jamás!.

- Todo arreglado – se expresó irónicamente Tomás – revela su paternidad, por temor a que lo matara, me obsequia graciosamente tierras para callarme…y no le importó la muerte de mi madre, la que fue mujer suya una vez y ¡vaya a saber de qué manera!, no le importó que hiciéramos el amor ella y yo, siendo que, como usted lo dice, somos hermanos, no le importa…

-¡Basta Tomás! – suplicó Stella – por favor detente. Me hace daño escuchar todo esto. Tiene razón mi padre. ¡Acéptalo!. ¡Andate por amor a mí…márchate…! - Stella salió corriendo del granero, llorando y arrepentida…iba a tener un hijo de su medio hermano…no comprendía la magnitud de la tragedia. Tomás quiso seguirla, pero Rafael lo detuvo:

-¡Déjala!...si hubiera imaginado todo esto antes…se habría impedido esta semejante locura…todos somos culpables…

-¡Usted! – le replicó Tomás- ¡usted es el principal responsable!...mire como trató a mi familia…como cerdos de porqueriza, metidos en el lodo…sabiendo que Leontina Sosa, ¡mi madre! Había sido suya una vez…conociendo de la inocencia de mi padre…sí…mi padre don Cipriano Vega… maltratado capataz, dejó su vida en esta maldita estancia…y ahora quiere remediarlo, ¿de qué manera?...dejando las cosas así…¿Sabe coronel? – fue insidioso - ¡sabe quien era su verdadero y único hijo!...¡un marica…un puto…que solo quería acostarse con la peonada! ¡Yo lo descubrí con el otro marica! – estaba desbordado por la rabia y la impotencia pero calló el nombre de Andrés, y agregó - Y se cobró la vida de un pobre infeliz como Dionisio…

-¡No te atrevas a mancillar la memoria de mi hijo!

-¡Lo haré porque se me viene en ganas! Después de todo el que pierde aquí soy yo. Debo irme y alejarme para siempre. Asunto arreglado. Pero, usted…- lo señaló con el índice de su mano -¿usted podrá vivir el resto de su miserable vida con esta desgracia? Sus dos hijos: uno mendigando el amor de otro hombre…la otra haciendo el amor con el peón de la estancia y su medio hermano…

Era demasiado. Rafael posó su mano con toda su fuerza sobre el rostro de Tomás, pero éste fue más rápido y se la detuvo antes que diera sobre él,-¡no se atreva! – le reprochó Tomas, pero el viejo coronel alcanzó a decirle:

-¡Después dices que yo soy un maldito!... ¡y vos!… ¿acaso no sos  igual que yo?...

-Se equivoca…no hubiera educado a mis hijos a la manera que usted lo hizo…mire las consecuencias, Roberto está bajo tierra, Stella marcada para el resto de sus días por haber mantenido relaciones con su medio hermano.

-Tu madre también fue responsable de esto…si ella lo hubiera dicho en su momento…

-Hubiera sido su fin – concluyó Tomás – no lo hizo por temor a usted. Mire coronel…no quiero nada suyo…nada ¿me entiende?...si, me iré lejos de esta mierda…muy lejos.

Se marchó dejando al viejo coronel solo. Rafael sintió un alivio. Su maldad no lo hizo reflexionar sobre las palabras de su primogénito. Sólo quería llegar a completar lo que había planificado en su momento. Y lo haría.

  Tomás no iba a poder vivir con semejante revelación. Todo se venía abajo. Aunque se marchara lejos, no resistiría saber que su hijo era producto de una relación incestuosa. Odio, mucho odio, le habían cambiado la vida. Su pobre vida, miserable, ahora se tornaba insostenible.- ¿Que tenía a su favor?  Nada, simplemente, nada. Por eso tomó una terrible decisión, no lo hablaría con nadie. Su pobre padre no soportaría saber lo que él sabía. Nada le importaba ya y la solución era solo morir. Tenía suficientes fuerzas para quitarse la vida. Nadie en aquella estancia se percataría de su desaparición física. Stella se lo había pedido. Comprendió el mensaje de su verdadero amor. Quedaba la única solución viable. Por eso Tomás Vega, decidió ésa noche descerrajarse el cerebro de un tiro. Cipriano Vega sintió el ruidoso disparo, Rocío que estaba en la cocina previó que algo muy trágico acababa de suceder. Fue hacia el patio y allí tirado sobre la tierra ajena, el cuerpo inerte de Tomás yacía sin vida. Cuatro vidas se cobró ese enero  trágico de 1962. Cuatro vidas tronchadas por la incomprensión, por los desencuentros, por una época en que la sociedad argentina se debatía en la ignorancia, el desenfreno y la desidia, convulsionada por pasiones políticas que repercutían en cuestiones sociales, fuerzas de poder extra gubernamentales que luchaban por conquistar posiciones para ejercer poder, esas fuerzas provenientes de diversos grupos de presión, tronchaban las posibilidades de toda una generación que no pensaba precisamente como aquellas elites. El campo no era la excepción en este sentido. Las viejas controversias entre los que poseían la tierra y los desamparados que a modo de una vil servidumbre enriquecían a estos señores feudales, sin obtener nada a cambio, solo desprecio y desolación, los trabajadores del campo eran parias de una sociedad dividida. Nada había cambiado entonces. El esfuerzo de los años cuarenta, las conquistas sociales, retrocedían y la ley era letra muerta. Las pasiones y los desencuentros, marcaron la década del sesquicentenario, que si bien no era la “Infame” como la habían bautizado a aquella de los años treinta, ésta era la década del desencuentro de una sociedad que  padecía de su verdadera identidad.

Rocío vivió el dantesco espectáculo de la muerte. Tomás caído, ensangrentado, muerto:

-Don Cipriano…Teófilo – llamó con desesperación.

Cipriano Vega salió al patio y sin comprender qué estaba sucediendo vio el cuerpo inerte de Tomás, ¿qué ocurrió?...¡por qué!...preguntas sin respuestas, solo otro cuerpo sin vida: su hijo.

-No – repetía sin consuelo, abrazado a su Teófilo y a Rocío que lloraban sin poder controlar sus sentimientos, pero para Cipriano, este golpe tan duro, sin explicación, como había ocurrido con Leontina, amenazó su fortaleza y cayó de rodillas ante el cadáver de su hijo, acarició el rostro de Tomás, sus manos se mancharon con la sangre del muchacho, no le importó, siguió acariciando a su hijo muerto, luego en un acto de dignidad y valentía, levantó el cuerpo de su Tomás y lo llevó hacia el rancho. Rocío y Teófilo abrazados lloraban sin consuelo.

Rocío en un acto de arrojo montó el caballo de Tomás y se dirigió a la casona de la estancia. Cabalgó por espacio de casi media hora, no conocía bien el camino y estaba muy oscuro, hasta que divisó las luces de la casa. Apresuró la marcha, confiada y alentada de haber podido llegar a destino. Se apeó del caballo y corrió hacia la entrada. Allí estaba Federico con Clarisa, Stella y su padre no habían llegado aún. Federico se sorprendió verla y en el estado en que se encontraba:

-Rocío…¡qué te ocurre!

-Una desgracia…una desgracia – repetía la joven. Clarisa se acercó a Rocío, no la conocía y preguntó:

-¡Quien es esta niña, Federico?

-Es Rocío – respondió el muchacho – trabaja en casa de los Vega.

-¿Que desgracia ha ocurrido? – Clarisa hizo la pregunta de rigor casi sin importarle.

-Señora…Federico…Tomás se ha suicidado.

Tanto Clarisa como Federico se quedaron sin respuestas, el desenlace fatal tenía que ver con su hija, eso reflexionó Clarisa, entonces, la india le había dicho la verdad aquella mañana trágica, trató de conservar la calma y dirigiéndose a Federico le ordenó:

-Ve con la niña. Usa el jeep de Roberto. El caballo déjalo en el establo. Investiga que ha ocurrido y avisame.

-Está bien, tía.

Ambos jóvenes corrieron hasta el establo, dejaron el caballo y subieron al vehículo que Federico puso en marcha y salieron a toda marcha. En el trayecto, Federico le preguntó a Rocío:

-¿Qué sabés de todo esto?.

-No lo sé – fue la respuesta de la joven – solo sé que escuché un disparo y cuando salí al patio él ya estaba tirado en el piso y muerto…fue horrible Federico…aún no salgo de mi asombro.

-Calma, amor…calma…no desesperés.

Llegaron al rancho, la camioneta del coronel se encontraba estacionada frente a la humilde vivienda, ¿Qué había ocurrido que el coronel y su hija llegaron a ése lugar?, siendo que después del dramático desenlace en el granero, Rafael había ordenado que no se vieran más los jóvenes. Pero Stella estaba en el lugar.

Federico detuvo el vehículo y prestamente los chicos entraron a la casa. Allí estaban Rafael Rivera Moscoso junto a Cipriano Vega, Stella arrojada sobre el cadáver de Tomás, lloraba.

-¿Qué hacés vos acá? – Rafael se dirigió a Federico, su tono no era muy amable.

-Rocío llegó desesperada a la casa y nos comentó sobre la desgracia, Tía Clarisa me pidió que la acompañara y luego le informara.

-Una desgracia – dijo el coronel – eso es, Tomás ha decidido quitarse la vida, no nos explicamos el porqué…

-¿Cómo se enteraron? – preguntó Federico.

-Veníamos a entregarle a Cipriano el pago de la quincena – mintió descaradamente, jamás Rafael había realizado pago alguno de esa forma. Federico advirtió que no le decían la verdad, él sabía de la relación de Stella con Tomás ¿se habría enterado de ello el Coronel?

Federico se acercó a su prima, ella lo miró y luego se echó a sus brazos:

-¡Soy la única culpable de toda esta desgracia!

-¡Calla! – le ordenó Rafael – tú no tienes nada que ver con todo esto. Cipriano, arreglaré personalmente el entierro de tu hijo. Recibirás una indemnización por su muerte.

A Cipriano Vega no le importaba el dinero, además, sabía que no le correspondía tremenda atención por parte del patrón, por eso sorprendido le manifestó:

-No patrón, usted no tiene por qué hacer esto, mi Tomás se quitó la vida, no debe haber soportado la muerte de su madre – mintió también, él sabía del romance con Stella, los había visto juntos.

-No importa. Veo que es mi obligación hacia ti, viejo. Has tenido dos perdidas en un mes. No te preocupes por nada.

Federico preguntó en voz baja a Stella:

-Dime la verdad…¿Qué llevó a Tomás tomar tan drástica decisión?

-Papá nos descubrió juntos en el granero. Hubo peleas y amenazas de ambos lados. Todo terminó mal. Por eso supliqué a papá que quería ver por última vez a Tomás y hablarle…llegamos…y ¡esto!.

-Calma…- le pidió Federico – no te desesperes, fue una decisión personal, tú no tienes nada que ver en esto.

Federico ignoraba la verdad. Esa terrible revelación que los atormentó: Stella llevaba en su regazo el hijo de su medio hermano. Para ella no habría resignación.

Cipriano Vega recibió al comisario Pérez muy temprano, aún el cuerpo de Tomás estaba recostado sobre la cama. Pérez lo observó y manifestó:

-No me cabe dudas que fue un suicidio. Cipriano Vega te compadezco, primero tu mujer Leontina, luego esto, Tomás…¡que desgracia!

Se marchó sin saludar. El viejo capataz quedó solo frente al cuerpo inerte de su hijo. Se acercó y susurrándole al oído le reveló:

-Siempre supe que no eras mi hijo. Llevé esta carga durante toda tu vida. Pero quiero que sepas algo: te amé y te amaré hasta mi muerte, hijo mío.

***

Clarisa decidió enfrentar a su hija tras la muerte súbita de Tomás. Después de todo, Leontina había ido con la verdad y si ese hijo que guardaba en su regazo pertenecía a Tomás, jamás podría perdonarse el haber causado tanta desgracia. Todo podría haberse evitado si le hubiera creído a Leontina, aunque ya era demasiado tarde, algo se le hubiera ocurrido para salvar a los jóvenes.

-Stella – comenzó su madre – debo saber la verdad. Así como fuiste muy cruel al revelarme la condición de tu pobre hermano, necesito saber si ese hijo que llevas dentro de ti es de Tomás.

Stella se sorprendió, ¿Cómo sabía su madre de la relación con Tomás?.

-Es absurdo lo que me relatas…¿Qué tiene que ver Tomás en todo esto?.

-Mucho – replicó la madre – tanto como sé que Tomás era hijo de tu padre.

Ya no había más margen para mentir. Stella se resistió a provocarle semejante dolor a su madre y por eso negó todo.

-No sé por qué decís esto. ¿Papá tiene algo que ver con lo que me estás revelando?...el niño que vendrá al mundo pertenece a Andrés y a mí. En cuanto a la paternidad de papá respecto de Tomás…

-¡Qué hipocresía! – interrumpió Clarisa – Rafael no habló conmigo. Fue Leontina la que me reveló todo. Sé de tu romance con Tomás, por eso necesito…

-¡Basta mamá!, no sigas, me hacés daño. Nunca tuve nada con Tomás. Esa es la verdad y tranquilízate…

-Sin embargo, no puedo creerte.

-Entonces – muy enojada, incorporándose y alejándose le espetó – pensá lo que quieras. Andrés es el padre del hijo que vendrá al mundo. Y si fueron amantes él y Roberto, no lo hace menos hombre…acostumbrate a ello. Andrés será mi marido y padre de mi hijo.

Se retiró muy de prisa. No quería seguir discutiendo con su madre. La promesa hecha a su padre la iba a cumplir. Nadie podría enterarse jamás de aquel desliz amoroso, prohibido, que concluyó arrebatando la vida de Tomás Vega.

***

Todos en el pueblo comentaban de las desgracias ocurridas a los Vega. Por curiosidad, más que por sentimiento, muchos se allegaron al entierro de Tomás Vega. La tumba que guardarían los restos del infausto muchacho se dispuso al lado de su madre. Para Cipriano Vega se había convertido en un hábito concurrir al cementerio para enterrar a sus seres queridos, no derramó lágrimas. No tenía ya fuerzas para llorar. Le quedaba su Teófilo que bien sabía que no era su legítimo hijo, pero, a él tenía que dedicarle los últimos esfuerzos que su avanzada edad le permitieran hasta que el adolescente se convirtiera en hombre. Tomás lo ayudó mucho, aprender el oficio y a pensar como un hombre. Lo educaba cada día que podía aconsejándolo y enseñándole a fortalecer su espíritu ante tanta injusticia. Tomás no deseaba para su hermano lo mismo que le había tocado a él durante su niñez y adolescencia. Tomás tuvo que hacerse hombre antes de tiempo, sabía de su fortaleza y por eso cada vez que alguien del pueblo lo acechaba por algún motivo, sacaba a relucir su fuerza física, tal vez era su lado de solidez ante tanta humillación y miseria. Era pendenciero. Así lo habían calificado en el bar del pueblo. Se hizo famoso por sus peleas callejeras. Por eso hoy, tal vez cuando se le daba el último adiós, los que fueron a despedirlo lo hacían más por satisfacción personal que por respeto al que había partido. Se lo merecía, muchos pensaron eso, incluso dentro de la peonada, aunque siempre estuvo al frente en la defensa de los más desprotegidos, no todos lloraban su muerte.

El padre Antonio no dio sermón de despedida. Claro, era un peón de estancia, no era lo mismo con el hijo del coronel, merecía más respeto. Hipócrita, pensó para sí Federico, por eso, en un impulso que ni él mismo advirtió, se adelantó y tomó la palabra:

-Perdón padre – dijo el joven – pero esta alma que ha partido de este mundo necesita no solo de la oración póstuma, sino también del reconocimiento de los que lo conocieron. ¿Qué importancia tienen las palabras de oración y consolación, sino se ha reconocido en esta vida los valores que destacan al ser?, de éste hombre que pasó su vida en este lugar. Se poco de él. No soy de este pueblo, pero hoy me siento uno más. Sé que Tomás Vega fue un joven muy sufrido, que debió luchar para subsistir desde muy niño, este comentario me lo refirió su propio padre, don Cipriano Vega en consecuencia estamos con la verdad. Somos jóvenes de una generación que conoció lo que significa reivindicar la dignidad de los que menos poseen. Pero…. parece que hoy, muchos olvidaron lo que eso significó. Tomás Vega, por lo que pude apreciar, luchó por  dignificar su propia vida, la de su familia y la de sus pares, de los que hoy no veo a muchos;  su libertad, esa hermosa libertad que gozamos y que nadie nos pueda quitar. Decían que era pendenciero, es verdad, pero para aquellos que así lo bautizaron, no comprendieron la razón de su proceder. Muchos lo denostaron, no me consta, pero, los comentarios que he recibido, lo confirma, él se resistió a ser atropellado por la ignominia de los demás, su lucha fue silenciosa, no por ello menos importante…  Algunos comenzaron a ponerse muy nerviosos, el padre Antonio quería terminar esto pronto, por eso le recomendó:

-Sé breve muchacho. Debo dar la misa – y en voz baja le reprochó – te ha poseído el demonio, hijo. Debes venir a confesarte.

Federico sonrió y prosiguió:

-Si padre- reconoció Federico- esto tiene que ser rápido, porque el muerto que hoy despedimos no tiene prosapia, ni historia que lo respalde, espero que, si existe un más allá, que si es cierto lo que aprendimos en el catecismo – cosa de la que dudó bastante - Dios le tenga reservado un lugar en esa dimensión extraterrenal que denominamos paraíso. Descansa en paz Tomás Vega.

La alocución de Federico llenó de orgullo a Stella, que lo siguió atentamente. Pese a que aquel joven fuerte le había arrebatado la ilusión de un gran amor, pese a que había sentido mucha bronca, su muerte tenía un sentido muy escondido, que dejaban marcadas muchas dudas, pero además, tal vez, vencido por la desesperanza  que día a día sufría, tuvo su recompensa con el amor que sentía por su prima y eso alcanzaba para reconfortar su miserable vida. Quizás por eso, Federico, sintió la necesidad de despedirlo y hacer saber a quienes estaban presentes que ese joven, tenía pasión, fortaleza de espíritu,  sentimientos, conocimientos de la condición social de un pueblo que no alcanzaba a percibir todavía su propia identidad. 

Rocío se acercó a Federico y lo besó en la mejilla. Stella sintió celos por aquella muchacha hermosa que aparecía en la vida de su primo restándole a ella un nuevo acercamiento. Ya era imposible. Toda su vida de ahora en más no le pertenecería ni tan siquiera su libertad. Llevaba el peso del pecado sobre sus espaldas. Un peso muy profundo porque tenía el sello del dolor; ya nada sería igual. Debía dejar entonces en libertad a su primo, su verdadero y gran amor. Renunciar a ello significaba emprender un camino sinuoso y vertiginoso, cargado de culpas, no tenía cabida el arrepentimiento. Sufrir, era su castigo. Empezando por su boda con Andrés Ayala, pese a la promesa del joven de darle libertad, ahora esa libertad no le servía de nada. Decidió tomar su cruz y llevarla consigo camino al ocaso.   

***

Federico visitaba a Rocío todos los días. El joven estaba profundamente enamorado de la muchacha. Habían decidido tener relaciones. Ella así lo quiso, lo deseaba. El también. De manera que en esos días de un verano que se iba rápidamente, de un verano que marcó para siempre sus vidas, vivieron un romance profundo, pese a que la partida estaba muy cerca. Federico debía seguir sus estudios. Rocío lo sabía, no podía retenerlo, aún así el joven la invitó a irse con él, pero ella se negó. Tenía un compromiso con los Vega, ahora más que nunca, después de la muerte de Tomás. Así las cosas, ambos habían decidido disfrutar de ese joven amor el tiempo mayor posible. La boda de Stella se acercaba. Todos parecían haber olvidado el pasado triste y violento, menos Clarisa que sufría día a día la pérdida de su hijo y las dudas sobre la paternidad del hijo que esperaba Stella.

Rocío comenzó a visitar a Clarisa en esos días previos a la boda. Todas las mujeres de la casona se ocupaban del acontecimiento, pero, Clarisa estaba sometida a una depresión, por esa razón y vaya a saber por qué otra que no tenía sentido, Rocío se acercó a aquella mujer.

-¿Por qué vienes? – preguntó Clarisa – no tengo nada que ver contigo, sé que estas de novia con mi sobrino, pero…¿Qué te mueve a estar cerca de mí?

-No lo sé. Pero, usted me trae mucha paz interior. Perdí a mis padres siendo muy niña, me crié como sirvienta de una familia muy acaudalada. Leontina Sosa fue mi apoyo moral y sustento por muchos años, coció mi ropa, muchas veces me alentó a vencer los miedos, estoy aquí gracias a ella y con todo amor sirvo hoy a los Vega. Pero usted, señora, si me lo permite, quisiera poder asistirla aunque más no sea en silencio, solo si a usted no le molesta…

Clarisa se conmovió por las palabras de aquella muchacha, le tomó las manos, la observó fijamente y luego le dijo:

-Puedes venir cuando quieras…si es ese tu deseo. Tengo una pena muy profunda en mi corazón, una herida que no cicatriza…¿puedes ayudarme?.

-Sí, señora…por supuesto que estoy dispuesta.

-Bueno, por empezar – se expresó con más soltura – nada de “señora”, para ti simplemente Clarisa.

Así comenzaría una relación que duraría por años y que develaría los misterios que se acumularían por todo el tiempo en  que  Federico Montemaggiore se mantendría ausente.

***

La noche víspera de la boda, Stella abrió la puerta del dormitorio de Federico. No estaba dormido, tenía el presentimiento que su prima lo visitaría. Se acercó y le reprochó:

-Siempre he sido yo la que ha venido hacia vos. Nunca visitaste mi dormitorio, si no hubiera sido que te arrastré a él – rió, era una sonrisa melancólica, él lo notó de inmediato, quiso ser amable con su prima, por eso fue cauto al decirle:

-Stella…no pretenderás…

-No, mi querido primo, no esta vez, mañana me caso y tal vez esta sea la última conversación que podamos tener a solas. ¿Cuántos infortunios se han sucedido en estos días?, ¿cómo cambiaron nuestras vidas? – reflexionó - ¡Cuánto arrepentimiento! ¡Cuanta culpa siento en mi!. No quiero que te angusties…pero, siento la necesidad de hablar de esto, descargar mí conciencia como una confesión, a lo mejor- volvió a sonreír más animada – me absuelvas, aunque no te diré todo lo que siento, siempre en una confesión algo nos guardamos.

-De eso una vez hablamos aquí mismo con Roberto. Lo recuerdo bien, fue tan confortable  esa charla – se detuvo – pero, estamos con tu problema…perdona.

-No, está bien, precisamente no quiero que esta charla se transforme en un monólogo. Fui muy mala contigo, mezquina, tal vez porque desde que nos conocíamos, te amaba en silencio y veía que no me eras correspondido. Preferías jugar a la pelota, o intercambiar canicas con Roberto, pero siempre terminaban peleando, recuerdo que Roberto me decía:  “es un pedante señorito de ciudad”, y después me preguntaba “¿Emplee bien el termino pedante”? – ambos rieron – las mujeres maduramos antes que los hombres, desgraciadamente, por eso, sufrimos más, sufría el que no me miraras como yo quería que lo hicieras y por eso fortaleció en mi un resentimiento torpe.

-Stella, aunque no me creas, sentía amor porvos, ese amor de niño que solo se viste de pureza, eras mayor y para mí eras inalcanzable, ¡cómo iba a pensar que te habías fijado precisamente en este cuerpo desgarbado!...Cuando llegué a la casa del pueblo, no  tenía otra cosa en mi mente que verte y decirte cuanto te quería, cuanto te amaba. Pero, luego vino el desencanto, tus desplantes, tus palabras hirientes, tus actitudes y por último tu relación con el pobre de Tomás…¿qué ocurrió para que él tomara tremenda decisión?...-volvió sobre aquel asunto, al que Stella ya había explicado a medias y con mentiras.

-No quiero hablar de ello. Por favor. No arruines esta velada de confesiones.

-Está bien. – se resignó.  

-Mira Federico, mi vida se ha transformado en un infierno, pero es el castigo que merezco por ser lo que fui, con mi pobre hermano, que no supe comprenderlo, creí que callando lo que sabía de él le hacía un bien, pero no, acentuaba más aún su sufrimiento, su desesperación, su incomprensión, engañé a Andrés, sabía que lo hacía con conocimiento, me atrajo un hombre como Tomás, pero no lo amaba, sin embargo no podía resistirme a sentirme amada, protegida por sus brazos fuertes, sus besos apasionados, su aliento a complacerme siempre, el olor de su sudor, todo él era una tentación a la que no podía resistirme. Pero, le provoqué un tremendo daño. Irreparable – aquí confesó una mentira armada para no revelar la verdad – voy a tener un hijo de Andrés, Tomás lo supo, no sé por qué se lo dije, tuvo una reacción muy brusca, me dio miedo, parecía que la locura lo invadía, soportó que me casara con Andrés, pero, creo que no soportaba el hecho que me había poseído antes de la boda y quedara embarazada. Es lo que ocurrió, Federico.

Stella prefirió no mirarlo, sentía una tremenda vergüenza por haberle confesado algo tan falso, pero, como le había dicho su padre, nadie debía enterarse de lo sucedido en realidad aquella noche en el granero. Federico pareció comprender la situación, tenía lógica, ignoraba la condición de Andrés, Roberto nunca le confesó la relación que ambos mantenían. Por eso,  trató a su prima con displicencia, la miró a los ojos y luego meditando cada palabra que salía de su boca, se expresó:

-Stella, ¿te sentís más aliviada?. Has dicho lo que no te atrevías a confesar, creo en vos, no pensés en el infierno que estás viviendo, no, por favor, Roberto te ha perdonado, él me lo dijo un día; “Stella no es mala…” te defendió, te quería y en consecuencia, no debés sentir culpa por no haberlo comprendido. El no pudo vivir su libertad en plenitud, tu padre se lo negaba, la sociedad misma se lo reprocharía, no tenía alternativas, tal vez no mereció terminar así, pero fue su propia cobardía de no enfrentarse con su verdad, externamente creía ser libre, pero en su interior sabía que no lo era, tal vez es lo que lo llevó a tal final trágico. En cuanto a Tomás, él también sabía que no podía pertenecerte, vos, eras su revancha, la que internamente se rebelaba contra  tu padre, él tomó una decisión equivocada, de la que tú no eres para nada responsable, fuiste sincera con él, y él no lo aceptó. Fue su problema, no el tuyo. Mi querida prima, ve a descansar en paz, mañana es tu día, debes vivirlo con felicidad, pese a todo lo sucedido, olvidar el pasado, comprender a Andrés, llegar a buen término tu embarazo, ese niño que vendrá al mundo debe ser el niño más feliz, recuerda esto, te lo dice quien, a pesar de todo lo ocurrido, siempre te ha de querer.

-Gracias, primo. Siempre mostrando tu bondad. Me hizo bien esta conversación y creo que podré prepararme para dar el paso mañana.

Stella se retiró, pero, dentro de sí, no estaba satisfecha consigo misma, ¿Por qué? Sencillamente porque no dijo la verdad y en tanto no se supiera toda la verdad, ella no estaría en paz.

***

La boda iba a realizarse en la capilla de la Estancia El Progreso, propiedad del Coronel Fernando Ayala. Stella había elegido para la ocasión un discreto vestido de tonalidad beige, corto hasta debajo de la rodilla, bordado sobre una fina tela de seda natural, su espalda quedaba al desnudo, ya que el corcet cubría solo los senos, el tocado muy sencillo y del mismo salía el tul, velo que cubría solo hasta el cuello de la novia. Antes de partir, Stella vio a su madre. Clarisa vestía un traje negro, de dos piezas, y un sombrero del mismo tono adornaba su cabeza, sus cabellos, al igual que los de su hija, estaban recogidos en forma de rodete prolijamente adornado con un broche de brillantes.

-Mamá – pidió Stella a su madre – no quiero que estés triste éste día. Sé que es imposible, yo también pienso en Roberto, pero, me caso. Me caso con el hombre que no amo, eso ya no importa, llevo dentro de mi vientre a su hijo. Sólo te pido que hagas un esfuerzo y que me perdones, por haberte ocasionado tanto inconveniente todos estos años.

Clarisa la observó detenidamente. Parecía sincera. No confiaba en su hija, pero, tenía razón, ¿Qué lograría con enfadarse por todo lo que había sucedido? Nada, absolutamente nada, luego le confesó:

-¿Sabés que tu padre y yo nos separaremos?... Después de tu boda, me marcharé. Volveré a la casa del pueblo. El permanecerá en la estancia. Deseo lo mejor para vos y para ese hijo que esperas que será mi dulce y adorado nieto. No tengo nada que perdonar. Las cosas se dieron así. Te quiero hija y deseo que seas muy feliz.

-Gracias mamá. – Se abrazaron fuertemente, luego Stella añadió - ¿no existe la mínima posibilidad que ustedes se arreglen? Papá me contó sobre la separación de ustedes. Se lo veía muy compungido y triste.

-Ambos estamos tristes por diferentes motivos. El ha logrado todo lo que ha querido desde que nos casamos – intervino Clarisa – pero en esto, llevo la delantera. No hay marcha atrás.

***

La capilla de El Progreso, consagrada a la Virgen de Lujan, era muy pequeña, pero pintoresca, con mucha luz de enormes vitrales que dejaban penetrar luces de varios colores, un pequeño altar con la imagen de la virgen, adornaban aquel ara flores traídas expresamente desde la Capital.

Como iba a ser una boda muy sencilla, por el acontecimiento sufrido en la familia Rivera Moscoso, la concurrencia fue reducida. La boda se programó al mediodía de un veinticinco de febrero, tal como  lo había anunciado dos meses antes Andrés Ayala. El novio que vestía un elegante traje para la ocasión, de un tono gris perla, camisa blanca con gemelos de  diamantes y una sobria corbata al tono adornaba su cuello. Andrés era un joven de facciones muy finas, de modo tal, que cualquier cosa que se hubiera puesto, le quedaba bien. Su pensamiento no estaba puesto en esa boda arreglada. Su pensamiento estaba en Roberto, su único y gran amor, por eso corrieron sobre sus mejillas lágrimas, lágrimas de dolor y no como pensaron algunos de emoción y felicidad.

La oficial del registro civil llegó justo a la hora indicada. Es que, en la gran sala de la casaquinta estaba dispuesto celebrar el matrimonio civil, luego se dirigirían a la capilla y allí el padre Antonio consagraría el matrimonio religioso. Los testigos resultaron ser amigos de la familia y  se dispusieron al lado de los novios contrayentes. La oficial pública leyó el acta y luego hizo la pregunta de rigor a lo que los novios respondieron con un “sí”. Se firmó el acta y todo ya estaba hecho.

El coronel Rivera Moscoso respiró aliviado. Por lo menos, había logrado lo que tanto esperó, unir las dos estancias, con un casamiento arreglado por años y pese a los contratiempos, se había consumado.

La ceremonia religiosa fue similar, el padre Antonio no daría homilía por expreso pedido de la pareja contrayente, tampoco comulgaron.

Concluido el acto principal, la pareja de recién casados se dirigió al comedor donde todo estaba dispuesto para un almuerzo. Concluido el ágape, los dos militares, jefes  de familia y patrones de estancia, se apartaron de la reunión y se encerraron en el escritorio de Fernando Ayala. Este ordenó que trajeran whisky. Rafael tomó asiento en un cómodo sillón de cuero y Fernando Ayala le convidó un fino habano:

-Son los de Fidel – rió el coronel Ayala.

-Bueno – agregó Rafael – por lo menos hacen algo bueno en la isla, estos guerrilleros.

-Son de la época de Batista. Me los trajo un yanky, que escapó de la isla. Tenía algunos negocios “non sanctos”. Pero, - agregó - está ahora en Buenos Aires y con mucho dinero. Quiere invertir. Bueno, vamos a lo nuestro y…ese yanky algo tiene que ver con nosotros.

-Te escucho – Rafael estaba intrigado, el pacto no incluía a terceros, pero, estaba resignado a escuchar – todo ha marchado como lo habíamos pactado.

-Así es, camarada, pero, hay que ser realistas. Tenés pocas inversiones en tus campos, hay un casi setenta por ciento de tierras vírgenes que hay que aprovecharlas. Aún no sé bien con cuanto capital contás…

Rivera Moscoso no tenía mucho por ofrecer, pero, con orgullo sumó capital:

-En ganado, creo que son quince mil reces; tengo en plantación de trigo unas tres mil hectáreas…girasol, no lo tengo claro, pero creo que son casi mil y bueno…luego alfalfa, cebada.

-¿Maquinarias? – preguntó Fernando.

-Y…no, dependo en alquilar algunas sembradoras, cosechadoras. Pero hay tres tractores que están en buenas condiciones de operar. La mano de obra- se detuvo y recordó de improviso a Tomás, fue muy fugaz, luego prosiguió – la peonada es mucha.

-Bueno Rafael. Es poco lo que podés ofrecer. Poseo el triple de lo que me has anunciado. No obstante, no alcanza para nuestros planes. La inversión inicial es millonaria si queremos encarar una empresa que pueda competir en el mercado no solo interno sino también internacional. Hay que darle batalla al trigo. Brasil es uno de los que más necesitan de este poderoso alimento, hoy por hoy. Son casi cien millones de negros. Ese es un buen mercado. Y el resto de América Latina, esos pobres infelices…las expectativas que tenemos son muy grandes. Pero, amigo mio, hace falta capital inicial.

-¿Qué tienes en mente? – preguntó Rafael.

-Te mencioné al yanky…tiene muchos dólares, ¡que importancia tiene de como los obtuvo!,  quiere asociarse a nosotros.

-Pero – interrumpió Rafael, mientras bebió un sorbo del fino whisky importado- no estaba en nuestros planes la intervención de un tercero.

-Lo sé, hombre, lo sé…pero – suspiró – yo no le escaparía a los “verdes”. El hombre está muy interesado. Tiene conexiones directas con empresas industriales multinacionales de Estados Unidos y nos proveerían de maquinarias. Mira Rafael – trató de convencerlo – vuelvo a repetirte, tienes tierras desperdiciadas, aptas para el cultivo y para la cría de ganado. Este país creció gracias a la explotación agrícola ganadera. Y será siempre proveedor de alimentos. Necesitamos el empuje inicial. Con lo que tenemos no alcanza.

-Bien – aceptó Rafael - ¿Cuándo podré conocer a ese yanky?.

-Viajará la semana entrante. Verás, haremos un buen negocio. Todo en regla, mis abogados ya están trabajando en ello. Es cuestión que intereses a tus abogados.

-Hablaré con García Redón. Es mi amigo y el único abogado confiable que tengo. Le consultaré.

-Bien. Brindemos. Nuestros hijos ya se han unido las tierras son comunes ahora.

-Sí, Fernando. A mí que quedó solo Stella. Vos por lo menos lo tenés a Andrés que es un profesional del ramo y a tu segundo hijo, Esteban…a propósito, no lo he visto.

-No, claro. Está en Estados Unidos. Estudia en Chicago, en la Escuela de Economía. He sido muy previsor, amigo mío. Los muchachos nos darán los frutos que esperamos ¡Al diablo la milicia!, a estos militares les permitiremos que planifiquen sendos golpes de estado. Nosotros nos dedicaremos a los negocios rentables.

-No olvides que eres un militar de alto rango – le reprochó Rafael.

-No lo olvido.-replicó – pero, me cansé al juego de la guerra interna. Sino, mira ahora como están, peleados la Marina por un lado, el ejército y la aeronáutica por otro.

-Alguien tendrá que ceder.

-No por ahora. Tendrá que venir un líder fuerte…y confío que esto será en algunos años – las predicciones del coronel Ayala eran bastante acertadas – por ahora invertiremos y con la ayuda externa, montaremos una empresa alimentaria muy grande. Es más…estoy pensando en China.

-¡Por favor! – exclamó Rafael - ¡esos comunistas con Mao a la cabeza!

-¿Y?...- Fernando se encogió de hombros – ¡no seas necio Rafael!, son mil millones de chinos que necesitan comer…¿Por qué no?

Ayala tenía claro algunas ideas que se afirmaban en la realidad. Pero, no tenía presente cual era el panorama internacional, y cuál sería la política que Argentina iba a tomar en el futuro, ese futuro incierto, lleno de incógnitas.

-Me parece que estás en la línea del desarrollismo frondicista, camarada – sentenció Rafael.

-No sé, tal vez, no me interesa. Sé que éste gobierno está acabado, vendrán otros. Ya se verá. Lo importante es que nosotros debemos estar preparados. Volvieron a brindar y aprovecharon salir cuando se abrieron las puertas del escritorio y apareció la esposa de Fernando invitándolos a compartir la torta de bodas.

***

Federico observó este acontecimiento desde lejos, él se sentía muy lejos, si bien estaba cerca del entorno íntimo. Prefirió no formarse una opinión sobre lo que estaba viviendo. Su prima se casaba. Lo que imaginó aquel día al llegar al pueblo para pasar un verano, antes de partir a Roma, lugar de residencia de sus padres, se había desmoronado. La secuencia de infortunios, quebraron aquella ilusión, pero, no todo había sido decepcionante, algo cambió su vida, en aquel verano de 1962: marcó para siempre que sin proponérselo, se había hecho hombre, no sólo en el aspecto de su sexualidad, sino que había descubierto su yo interior y eso era el más importante paso dado en dejar de lado su adolescencia y convertirse en un hombre que aceptase sus propias responsabilidades, ser actor de sus propias acciones.

Continuará…

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