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Capítulo 6: “Las vísperas Navideñas”

Stella y Federico terminaron el ensayo del Pesebre viviente, se retiraron de la parroquia siendo la hora de la siesta, un calor sofocante en el pueblo, se avecinaba una nueva tormenta de verano, pero para que ello ocurriera faltaba aún algunas horas. Caminaron por las polvorientas calles en silencio, Federico estaba muy preocupado por lo que le había sucedido con la prostituta y casi que, pensaba para sí, que podría tener algún problema con las mujeres, no era la ocasión de hablarlo con su prima, no lo haría ahora ni nunca, se dijo, esto tenía que tener una solución pero resuelta motu proprio, sin la intervención de nadie, en soledad. Sabía que eso sería imposible, pero el recatado joven se resistía a compartir este problema, aunque su primo ya lo sabía, pero él había generado esa situación y tampoco serviría para su ayuda.

Stella que caminaba cabizbaja, con el pensamiento en su próximo enlace, que era inevitable, pareció reaccionar ante el silencio que había entre ambos y por fin lo rompió mirando a su primo le preguntó:

-¿Qué te ocurre, Federico?...hace rato que no pronunciás palabra alguna, ¿te aqueja algún problema?

Federico la miró sorprendido, ella parecía adivinar que algo no andaba bien, pero, mintió para no prolongar una charla que no quería encarar:

-Podría decir lo mismo de vos, no has dicho nada, pero te diré no, no tengo problemas ni guardo secretos.

-Sabés bien lo que me ocurre. Se trata de Andrés, del arreglo matrimonial, de la tozudez de mi padre y la complacencia estúpida de mi madre.

-Pero- agregó Federico- es un asunto que  tenés que resolver solo vos y nadie más…si ya sé –ante la posibilidad que Stella lo interrumpiera -  que sobre esto ya hemos hablado, pero no cambiaré mi postura por nada, insisto- expresó vehementemente- es muy personal lo que te ocurre y debés hallar una solución.

-Lo sé. Pero, es extraño en mí, no tengo voluntad de hacerlo y espero que la situación siga su rumbo, no sé por qué, pero es así.

-Entonces resignate- le propuso Federico- seguí adelante con tu frustración, no lo resolvás y volvé con Andrés.

-¿Ves primo?...siempre terminamos de hablar sobre mí y vos….  en la incógnita.

-¿Qué es lo que querés saber de mi?, ya he dicho todo lo que tenía que decir, soy un muchacho inquieto, aunque no lo parezca, -rió y continuó – simple, que solo quiere ver la realidad desde una perspectiva distinta al resto de los jóvenes que se atienen a ver esta realidad que está aniquilando nuestra generación.

Stella lo escuchaba con atención, reflexionó sobre los dichos de aquel joven introvertido que tenía un pensamiento maduro, “Federico va a llegar lejos”, pensó Stella, no era un muchacho banal, la intelectualidad le asentaba y lo hacía más atrayente, pero, pensó“¿Qué muchacha de hoy estaría dispuesta a compartir su manera de ser?” “todas las que conozco son huecas de mente, solo les interesa ser mantenidas por alguien que tuviera mucho dinero, el amor estaba de más” se dijo, pero Federico interrumpió sus reflexiones con una pregunta:

-¿Te aburro, verdad?.

-Pero no- exclamó- al contrario pensaba en lo profundo que sos, pese a la edad que tenés, discutís de realidades que ningún chico de tu edad lo haría. Cuidate Federico, la sociedad en que te tocará moverte es falaz, cruel y maliciosa.

-No lo creo así – respondió seguro Federico- siempre alguien estará de tu lado..es difícil, pero no imposible.

-Bueno, espero que no te desilusiones, el camino a recorrer después de este verano es largo y difícil, nuestros destinos se separarán en marzo y quiera Dios que no nos separe por mucho tiempo- se detuvo y le tomó las manos, manos que comenzaron a temblar, sentir su piel rozando la suya, lo estremeció, el impulso era besarla, pero se contuvo una vez más, al fin ella le dijo- me siento bien a tu lado Federico, siento que tengo paz en mi interior, no cambiés nunca.

-Soy lo que soy- expresó con cierta melancolía- hoy es lo que ves…mañana, tal vez sea igual…no lo sé, tal vez, ya no.

-Te quiero – dijo de pronto ella. Con sentimiento, Federico la miró con dulzura y respondió

-Yo también te quiero.

Pero, ese “yo también te quiero” significaba mucho más de lo que ella podría imaginar, el amor había florecido en Federico, ella no lo advirtió, Stella también lo amaba en silencio, pero, no era tiempo aún de decir lo que ambos sentían.

***

Rafael se despidió de su mujer y de sus dos hijos, también lo hizo con Federico, se subió al Rambler Classic, de reciente salida en el mercado, automóvil  de fabricación nacional, de esa industria automotriz que comenzaba a crecer en una Argentina que intentaba insertarse en el mundo del desarrollo, de la tesis que el Presidente Frondizi había esbozado en su viaje a Estados Unidos: el desarrollo y el subdesarrollo, Latinoamérica necesitaba el impulso fuerte para salir de la miseria y la pobreza de los pueblos, pero, personajes como el coronel, conservadores y retrógrados criticaban esta cuestión  pero disfrutaban de los progresos que se incrementaban en el país de la vacas y el trigo.

Rafael Rivera Moscoso, junto al Coronel Fernando Ayala, viajaban a Buenos Aires para asistir a la cena de los oficiales de alto rango y en esa ocasión  se esperaban novedades sobre los acontecimientos que se desarrollarían en el país el año siguiente, la presidencia de Frondizi pendía de un hilo, las últimas elecciones nacionales el peronismo había apoyado formulas desarrollistas y no era muy buen síntoma para el generalato, las elecciones de la provincia de Buenos Aires, donde el peronismo ganaría sin lugar a dudas, sería el certificado de defunción para la democracia argentina, ese devenir se conspiraría a partir de las fiestas navideñas y tendrían un final trágico para el año que se iniciaba.

Rafael llegó a la casa de Ayala que distaba solo un par de cuadras, frente a la plaza del pueblo. Fernando Ayala lo esperaba en el jardín junto a su esposa, distante se mantenía Andrés. Cuando arribó Rafael, el dueño de casa tomó la iniciativa, saludó a su mujer y llamó aparte a Andrés; padre e hijo discutieron unos segundos y luego Andrés se acercó a Rafael y tras saludarlo, le manifestó:

-Queda entendido, coronel, que la relación con su hija se arreglará en estos días y anunciaremos el casamiento para Navidad.

-¡Ah, muchacho! –exclamó con orgullo el coronel, ignorando ante quien estaba muy cerca de él- esto me hace muy feliz…

-Vamos viejo carcamán – exclamó Fernando- nos queda un largo camino.

-Sí. Andrés subí el equipaje de tu padre.

Andrés obedeció la orden que  Rafael le dio y una vez hecho esto, ambos militares se alejaron rumbo a la Capital.

Llenaron el tanque de nafta en la estación de servicio YPF que era la única que funcionaba en el pueblo y al comenzar la marcha, el coronel Rivera con voz de pícaro adolescente, le sugirió a Fernando:

-¿Qué te parece si pasamos por el lupanar del pueblo vecino y visitamos a las chicas un rato?

-¡Ah! viejo decrépito - le replicó Fernando – no te basta con las picardías que haces en la estancia y todavía querés ir a ese prostíbulo…¡sea!

-Bien, allá vamos.

Y se dirigieron al pueblo vecino a encontrarse con Ruth y sus chicas.

 Cuando el Rambler negro se acercaba a la vieja casona, Ruth se asomó y saludó a sus invitados efusivamente, pronto salió a su encuentro:

-¿Qué milagro los trajo por acá?-preguntó sonriente

-Vamos rumbo a la Capital y…bueno, un rato de esparcimiento nos vendrá bien.

Fernando siguió a una rubia teñida que mostraba un amplio trasero marcado por una pollera muy ajustada. Rafael siguió a Ruth.

Entraron a la habitación y cuando se estaba desvistiendo, preguntó:

-¿Ha venido por aquí Robertito?.

-Si – se apresuró a contestar Ruth- trajo a un jovencito tan asustado que no logré hacerlo excitar, salió el pobre corriendo como una saeta.

-Pero si es el sobrino de mi mujer Clarisa, ¡ese marica!, -exclamó con indignación- un insolente bueno para nada.

-Le toqué su miembro y parece bien dotado el muchacho – mencionó Ruth a la vez que se sentaba en las piernas del coronel - pese a que no logré que tuviera una erección, cubría toda mi mano –rió – pero no pudo el pobre.

-¿Y  mi Roberto?, ¿Cómo anda?

-Bien…-mintió – muy bien, aunque hace un tiempo que no se acerca por estos lugares.

-¡Cómo! –reaccionó el coronel- ¿no estuvo con vos después del papelón de Federico?.

-No - expresó indiferente la mujer- cuando el muchacho se subió al vehículo, Roberto se fue con él.

-Bueno. Vamos a lo nuestro - para Rafael lo acontecido con Federico le venía al dedillo, era su revancha para humillar al muchacho en la primera ocasión, pero debería ser cuidadoso, Clarisa podría enterarse de sus affaires.    

***

Andrés Ayala llegó a la casa de Stella, mantenía en su mano un ramo de rosas rojas, tal vez adquiridas a la viejecita que vendía flores en el cementerio del pueblo, ya que en su casa no había flores, solo se mantenía el césped limpio y bien cortado. La puerta fue, casualmente, atendida por Federico. El muchacho no lo conocía, solo tenía referencias por Roberto y Stella, atento a ello, lo reconoció, Andrés también pareció reconocerlo y se apresuró a presentarse:

-Soy Andrés Ayala, vos debés ser…¿Federico?

-Si- respondió Federico y extendió su mano para saludarlo solo con un “hola”- pasá, ¿buscas a Stella? –preguntó un tanto acelerado.

-Si…¿se encuentra en casa?...o ha salido a dar su paseo matinal.

-No, precisamente está en el comedor desayunando, vení- se animó a decir más distendido- creo que conocés el camino.

-¡Oh, sí claro…!

El joven Ayala se adelantó y Federico pudo estudiar mejor el aspecto físico del joven. En realidad era atrayente, muy parecido al físico de Roberto, aunque su estatura era algo superior, cabellos prolijamente peinados y lucía un elegante y fino traje de tela de lino de color gris perla, muy conveniente para la ocasión que se avecinaba.

Stella al verlo parado frente al arco que separaba el living del comedor, sorprendida y algo confusa, lo saludó advirtiéndose su estado emocional:

-Andrés…¿Qué hacés a estas horas del día?, ¿Acaso no dormís hasta el mediodía? –sonrió sin saber que decir, solo banalidades y se incorporó acercándose al joven para saludarlo con un beso en la mejilla- y ¿esas rosas?.

-Son para vos…-se apresuró a seguir el joven – debemos hablar, Stella.

-Claro. Gracias no te hubieras molestado, son bellísimas.

-No tan hermosas como las que cultiva doña Clarisa- respondió Andrés alardeando sin tapujos a la madre de Stella.

-Pondré estas flores en aquel florero y vamos al living.

Federico se retiró sin pronunciar palabras. Presentía que todo iba a arreglarse y él quedaría nuevamente fuera de la vida de Stella, ignorando que ella tenía otros pasatiempos compartidos con el hijo del capataz.

-Bueno Andrés…sé a qué viniste…está demás que aclaremos, hablemos, en fin, ya todo está arreglado por los patrones de estancia, ¿verdad?

No pareció sorprendido Andrés, por la franqueza de Stella, ella no lo amaba y él tampoco, era seguro que lo dicho por su ex novia era cierto:

-Es cierto, Stella, esto es una fantochada, ni vos ni yo tenemos nada en común, solo intereses comerciales de nuestros progenitores, pero, debo obedecer y creo que vos también, este será un matrimonio por conveniencia y creo que debemos sincerarnos.

Si, es así- respondió Stella mirándolo fijamente- primero vos. ¿si?...- era un desafío para saber si él diría toda su verdad, cosa que dudaba, pero lo intentó- vamos, contame tu verdad.

-¿Mi verdad?...-se detuvo algo confundido, pero tomó valor para manifestar – mi verdad es que no te amo, Stella. Es simple, estuve atraído hacia vos, tengo veinticinco años y mi vida ha transcurrido primero en este pueblo y luego en un internado en Buenos Aires, cuando ingresé a la Universidad para estudiar Ingeniería Agronómica, conocí a alguien que llenó de felicidad mi vida…ese alguien ya no está, y para mí nada es igual. Acabo de recibirme de Ingeniero, no lo siento  como un logro personal, solo una obligación para el orgullo de mi padre que me mantuvo estos años, le respondí como debía, no debería sentir obligación ahora y más aún en un capricho de dos hombres tozudos, pero así con todo esto, me es difícil no obedecer la decisión tomada…amo a otra persona – se refería a Roberto y ella lo sabía, pero se mantuvo callada – es un amor imposible, la amaré siempre por el resto de mi vida, quiero con esto decirte que lo nuestro es una falacia, te respetaré, siempre lo he hecho, aunque tu madre piense lo contrario, no sé por qué, pero, te aseguro que no te haré pasar momentos de infelicidad y quedarás libre de disponer lo que desees. Lo juro por todo lo que amo.

Stella lo escuchó atenta, se había sincerado, pero no era completo, por lo pronto le daba la tan ansiada libertad a la que ella no estaba dispuesta a renunciar, él la miró esperando una respuesta, Stella no estaba dispuesta a semejante sacrificio, pero tenía que ceder, de manera contraria debería enfrentarse a una tormenta de reproches y se sentía cansada de luchar vanamente, iba a ceder entonces y comenzó a decir:

-Andrés, apoyo y me gratifica tu sinceridad, tampoco te amo, nunca te amé, en un principio me atrajo tu estampa, tu elegancia y tu cristalina entereza para enfrentar esta realidad…trataremos que no sea un fracaso este matrimonio, mantendremos unidad ante los íntimos y la sociedad toda, pero, te aclaro que no tendremos vida matrimonial, no podría mantener relaciones con vos – ante la mirada inquisidora de Andrés por el tema descendencia  se apresuró a decir- si, claro…no te preocupés, te daré una descendencia, por el bien de las familias, podés quedarte tranquilo en ese asunto.

- Por supuesto que si…entonces…¿todo aclarado?...¿deseás agregar algo más?

-No por mi parte…- se detuvo y maliciosamente preguntó- ¿acaso vos tenés algo más para decirme?

Se sorprendió el joven, mantuvo silencioso, turbado tal vez, atinó a decir:

-No…nada más que aclarar.

-Mejor, no quiero saber –mintió – quien es ese amor que tenés, podés mantenerlo por siempre, no me importa Andrés – lo expresó con indignación, no iba a traicionar a su hermano, aunque Roberto pensara que ella no lo quería, Stella sentía un profundo amor hacia su hermano y si lo menospreciaba a veces, era simplemente por la impotencia de no sincerarse para no herir los sentimientos del muchacho, bastante había sido bastardeado por su padre, ella, aunque muchas veces fue muy dura con Roberto, ello no significaba que no sintiera estima, tal vez lástima, por ese joven tan golpeado por su propia familia.

-Eso está bien…bueno, el anuncio de la boda será para Navidad y fijá vos la fecha del casamiento.

-No tengo problemas…cuanto antes mejor.

-¿Puedo decidir entonces?.

-Si claro…adelante – esto se transformaba en un fastidio, quería que se marchara pronto, él pareció darse cuenta, se incorporó, la besó en la mejilla y tras el adiós le susurró al oído:

-Todo va a estar bien. Gracias, Stella, gracias.

***

La tormenta estaba muy cerca, la tarde calurosa invitaba a refrescar el cuerpo, no bastaba una ducha, simplemente invitaba a nadar y eso se propuso Roberto, invitó a Federico a la laguna de la estancia, se había llenado con la última lluvia y el agua clara y fresca representaba el placer más humano en la soledad de la gran llanura. Ambos se dirigieron a la laguna, Stella los siguió de cerca a caballo, ninguno advirtió su presencia. Cuando llegaron al lugar solo algunos eucaliptos rodeaban la pequeña playa arenosa, los jóvenes se desnudaron y echaron a correr al manso espejo lacustre, Stella observó a los muchachos que pataleaban como dos niños juguetones e inocentes. Temía por su hermano, no era deseable que Roberto tuviera intenciones sexuales con Federico, era un presentimiento, que estaba por hacerse realidad, sabía los impulsos del joven y de la inocencia de Federico. Nadaron un rato y pronto estuvieron frente a frente, Roberto lo miró detenidamente, Federico ignoraba el desenlace de esa quietud silenciosa, rió tal vez porque le pareció una situación embarazosa, no había complicidad en esa sonrisa que Roberto malinterpretó, impulsivamente le tomó con sus manos la cabeza y lo besó. Federico sorprendido por la actitud asumida por su primo se desprendió rápidamente de él y nadó hasta la costa, corrió hasta los árboles y aún desnudo con sus brazos asentados en sus rodillas se tomó la cara y con sus manos la cubrió, la vergüenza lo azoraba, Roberto se presentó ante él y sintiendo gran encogimiento, le suplicó:

-Perdoname, perdoname…pensé- se detuvo aún confundido e inmediatamente prosiguió tratando de explicarse el por qué de la actitud asumida – pensé –repitió – que vos …- se detuvo, no tenía palabras para expresarse con sensatez – cuando fuimos al prostíbulo y…no pasó nada con Ruth…yo…-balbuceó- yo…

Federico lo miró con esa inocencia que ya era característica en él y levantando su mano tocó el rostro de Roberto, a la vez que le expresó:

-Creíste que…era homosexual…-pero ahí mismo repuso-  No me gustan los hombres, primo…pero, te comprendo, no lo sospeché nunca…tenía otra impresión de vos, esto no es una ignominia hacia a vos, no te censuro tampoco, no soy quien para hacerlo, tampoco creo que sea un  pecado, te comprendo, no sufras por esto, luchá para vencer los miedos y los temores de una sociedad intolerante – retiró las manos del rostro lloroso de su primo que lo miraba con admiración y devoción – a veces pienso en qué mundo vivo, estoy detrás de un muro donde mis ideas no son compartidas  por muchos de nuestra edad, te quiero así, tal cual sos, pero no debiste ocultarme tu condición, está bien, hace poco que realmente estamos compartiendo una misma historia, pero – reflexionó – acaso…¿eso qué conversamos aquella primera noche en tu habitación tratabas de explicarme …?

Roberto lo interrumpió y exclamó con dureza:

-¡Que era puto!  

-¡No lo digás de esa manera, por favor! – expresó Federico con algo de indignación- ¿Por qué tenés que denigrarte así?...esa es tu condición, la capacidad de amor hacia el mismo sexo, es todo, no hay por qué auto compadecerse, no te des lástima  vamos – dio por terminado el tema – debemos vestirnos, está cambiando el tiempo.

-Sí, tenés razón y gracias nuevamente, tus palabras me alivian la conciencia, siempre creo que estoy sucio interiormente, por mi condición, pero hoy tus palabras han ablandado mi corazón, no debo verme mal…tenés razón.

Stella que los observaba se preguntaba por qué Federico acariciaba el rostro de Roberto, no había comprendido lo que sucedía allí, hasta que observó que ambos jóvenes se vestían, montó su caballo y se dirigió sigilosamente hacia la estancia. El cielo estaba nuboso y cargado de agua, iba a caer una gran tormenta.

Stella llegó hasta el establo, cerca del molino Tomás la esperaba, ella desmontó y corrió hacia él. Se abrazaron fuertemente, Tomás la besó con pasión. Cipriano que había guardado el tractor y salía del establo los observó y azorado por la escena que se desarrollaba frente a sus ojos entró nuevamente al establo, no podía creer que su hijo estuviera abrazando a la hija del patrón y menos aún besándola, cuando sintió que las puertas del establo se abrían, se escondió tras un pajonal, no quería ver lo que allí iba a ocurrir, se lo imaginó.

Tomás y Stella se entregaron de lleno al amor sexual con pasión, él era muy fuerte y resentía el cuerpo frágil de Stella, no importaba nada, ella sentía placer entre los brazos y las piernas de aquel hombre, no quería pensar en su hermano ni tampoco en Andrés, solo le bastaba que Tomás la poseyera con furia, castigando su cuerpo y esto la llenó de placer, quería más, se lo exigía, Tomás contorneaba más su cuerpo, con desenfreno levantó las piernas de la muchacha eso hizo que la penetración fuera más intensa, Stella gozaba alocadamente pretendía más acciones de aquel muchacho,  la volteó y volvió a penetrarla, Stella se retorcía en la paja que era la alfombra que decoraba el lugar, Tomás besó su espalda y su cuello, le tomó los cabellos y volvió a voltearla y en un disloque sexual, asiéndole los senos, gemía de placer al lograr un orgasmo. Un relámpago iluminó el establo, el silencio después de la pasión, el trueno rompió el silencio mientras caía la lluvia copiosamente, Cipriano comenzó a llorar. Ninguno de los dos amantes lo  escuchó. Ambos permanecieron recostados, Tomás acarició el rostro de su amada, Stella lo miró detenidamente, ¿lo amaba de verdad?, ¿era solo un capricho?...Tomás le dijo suavemente:

-Te amo. Te amo con locura.

En él había certeza de su amor por Stella, se jugaría la vida por ese amor, si era necesario llegaría a cometer cualquier locura que ella le pidiera. Stella solo se sintió halagada, necesitaba de ese hombre, era su condición de mujer, no sentía ninguna humillación por las cosas que él le hacía, porque sabía que Tomás la amaba de verdad.

Al cabo de un instante cuando la lluvia aún seguía cayendo, se animó a decirle:

-Tomás, quiero que cuides de mi hermano.

El se sorprendió, pegó un brinco y preguntó:

-¿Porqué me pides esto?...¿acaso tengo algo que ver con él?

Ello lo miró detenidamente y respondió:

-Me temo que sí.  Sabés algo de él, no lo he querido averiguar, pero me temo que sé lo que  sabés, es por eso que te pido que no lo dañes, que lo vigiles, lo cuides y guardes su secreto.

-Acaso…- se detuvo para ponerse el pantalón, luego continuó- ¿lo nuestro se terminará pronto?.

-Sabés muy bien que debo casarme lo antes posible con Andrés. Por un tiempo no podremos vernos, nadie debe sospechar de lo nuestro, tendremos que ser cautos, no sé si podré resistirme  no verte, pero debo intentarlo, por lo menos en lo que resta de este verano.

-No- exclamó con desesperación Tomás – eso no, ¡por favor!. Es lo único que me ata a esta miserable vida que llevo y no irme lejos cuanto antes, sos vos…solo vos, Stella…mi amor…

La abrazó fuertemente, ella acarició sus cabellos negros, mojados por la traspiración, no se sintió sofocada, por el contrario le agradó y deseaba que él volviera hacerle el amor, acción que Tomás inició con las mismas fuerzas del primer momento.

***

Clarisa se sintió afligida y preocupada por la hora, había anochecido, los muchachos ya habían regresado, pero Stella no. Tampoco sabía con certeza donde se encontraba, había salido con el caballo como siempre, pero la tormenta seguramente la habría alcanzado “¿Dónde?” se preguntaba una y otra vez la madre, pero no duró mucho su angustia, Stella llegó y con ella Tomás que la acompañaba.

-¡Gracias a Dios hija!, me has tenido muy preocupada.

-Pero mamá, sabes que mis paseos son hasta la estancia, Tomás gentilmente me acompañó, me resguardé de la tormenta y, bueno…acá estamos.

Roberto salió del dormitorio y su rostro se volvió pálido al ver a Tomás en su casa. Nunca había ido, entonces se preguntó “¿Qué hacía con Stella?”.

Tomás lo alcanzó a distinguir y se apresuró a saludarlo:

-Buenas noches niño Roberto.

-Hola –atinó a decir el joven- ¿todo bien? –preguntó como al pasar, con temor que Tomás dijera algo no conveniente.

-¡Pero si, hombre! –exclamó Stella- Tomás me acompañó por la lluvia, no te alarmes…

-Bueno- expresó Tomás- me despido, aquí les dejo a la muchacha, llevaré el caballo al galpón y saldré por detrás, buenas noches.

-Adiós y gracias Tomás- intervino Clarisa- ya nos veremos en la estancia. Cuando regrese Rafael de la Capital nos trasladaremos.

-Los esperamos- concluyó Tomás y se alejó cerrando la puerta. Roberto respiró más aliviado.

-¿La cena tardará? – le preguntó a su madre Roberto.

-En una hora, hijo.

-Bien, voy a salir un rato. Federico está en el dormitorio, nadar lo dejó exhausto.

Salió y quedaron madre é hija a solas.

Stella preguntó:

-¿Necesitarás ayuda en la cocina?

-No-respondió Clarisa- pero –agregó- quiero que hablemos, algo no funciona en esta familia, creo que vos me podés dar un poco de luz a mis dudas.

Stella se sorprendió por los dichos de su madre, no quería enfrentarse a la realidad que ella conocía, por eso le manifestó casi sin darle importancia:

-No sucede nada extraño, mamá, todo está normal.

-No Stella. – afirmó Clarisa - presiento un derrumbe. Vos no querés a ese muchacho Andrés, yo desconfío de él, no sé por qué, pura intuición, puede ser…pero hay algo que no encaja en esta historia. Tu hermano con sus andanzas, si  sabés…

-Mamá- interrumpió Stella algo nerviosa- mi historia con Andrés es la historia que escribió papá, debo obedecer, bien lo sabés. ¿Qué has hecho para impedirlo? – le reclamó.

Clarisa no podía contestar, tenía razón su hija, no había hecho nada para impedir esa boda, solo se expresó con un acto de constricción:

-Tenés razón, no he hecho nada…debí oponerme, cuando supe que habían concluido el noviazgo, me tranquilicé, pero tu padre volvió a insistir y no se lo impedí. No comprendés muchas cosas, hija. La conducta de tu padre hacia mí, su falta de consideración y de respeto...

-Es que mamá – le interrumpió- no le exigiste que te tratara como se debe tratar a una esposa, fuiste débil, te aviniste a su modo de ver las cosas y lo complaciste en todo. No es una manera decorosa de respeto a tu persona, perdona, pero es así.

-¡Claro que sí! – estalló Clarisa – fui criada para obedecer, he obedecido toda mi vida, primero a mi padre y luego a Rafael. Sé de las cosas de la casa para adentro, pero nada para afuera, por eso, hoy me pregunto ¿Qué les sucede?, no hubo comunicación alguna con esta mujer que solo cuida que todo esté en orden en la casa, pero, no sé nada de ustedes…y eso me desespera, hija.

Stella vio por primera vez a su madre afligida y agotada, frustrada como esposa y mujer, se enterneció profundamente, nunca se había detenido a pensar en esa mujer que era su madre, que le cocía su ropa, le ordenaba su dormitorio, le preparaba sués comidas preferidas y todo parecía simplemente como una obligación. Pero, no era así, sufría su mamá, tal vez siempre sufrió y ella no se percató de ese sufrimiento, por eso, se animó a decirle aquella verdad sobre ella y su hermano, Clarisa debía saberlo, se lo merecía, aunque le desgarrara el corazón por la pena que iba a sumarse a todos sus sufrimientos:

-Mamá - comenzó diciendo Stella – sentate y escuchame detenidamente, te lo merecs. Claro que sí. Me caso con el hombre que ama a tu hijo, Andrés y Roberto son amantes.

Clarisa pareció no comprender al principio, pero la sorpresiva revelación de su hija, fue aumentando su desesperación y su asombro, no podía ser cierto lo que había escuchado, solo atinó a decir:

-¿Qué decís, Stella?...que mi hijo…que Robertito…

-Si mamá. Es homosexual y Andrés también. Y yo debo casarme con un hombre que se acuesta con mi hermano.

-¡Callate! - ordenó la madre- ¿Cómo podés revelarme semejante infamia?

-No es ninguna infamia, es la verdad y debés asumirla como lo he hecho yo. Por favor, madre, debes apoyar a tu hijo, ya que papá no lo hará jamás. El necesita de tu comprensión.

-¿Yvos? –  preguntó admirada Clarisa casi sin consuelo- ¿Qué haces por él?

-Mucho, he guardado el secreto por todo este tiempo, no es poco lo que anida mi corazón…he visto con mis propios ojos a ellos, amándose – vio que Clarisa estaba a punto de descomponerse - ¿Qué tienes, mamá?...por favor … ¡que te ocurre!.

Clarisa alcanzó a tomarle la mano y se desplomó sobre el regazo de su hija.

Stella pidió auxilio a Roberto, pero el joven había salido, Federico al escuchar los gritos de auxilio de Stella, salió del dormitorio y prestamente se dirigió al comedor, allí vio que Clarisa estaba recostada en el sillón del living, corrió y dirigiéndose a Stella exclamó:

-¡Que ha sucedido!...Stella, ¡contestá por favor!

La  joven estaba desconsolada, no lo oía, solo sentía culpa por lo sucedido a su madre, Federico entonces tomó a su tía en trató de reanimarla, tomó un periódico de la mesita que guardaba algunos recuerdos de la infancia de los hijos y comenzó a apantallarla hasta que la mujer comenzó a reaccionar:

-Pronto – le dijo a Stella- traé un vaso con agua y azúcar, por favor…¡movete! – le ordenó.

Stella reaccionó y corrió hacia la cocina, volvió con el pedido de Federico y éste le dio a beber  a Clarisa, que poco a poco reaccionaba.

-¿Que ocurrió?- preguntó Federico.

-Nada…solo un desmayo, no te preocupes- alcanzó a decir Clarisa y miró a su hija inquisitivamente, no deseaba que se supiera lo que Federico a medias ya sabía. Stella no había contado toda la verdad, faltaba que su madre se enterara de su romance apasionado con Tomás, el peón de la estancia.

-¿No hay un médico en este pueblo?- preguntó Federico.

-Está la sala de primeros auxilios – respondió Stella – el médico la visita dos veces a la semana  añadió.

-Entonces, habría que ir al pueblo vecino.

-Allí funciona un hospital – dijo Stella.

-No…-interrumpió Clarisa – ya pasó, luego le diré a Rafael que me lleve al doctor Mancuso, él sabe de mis problemas…son hormonales – se quejó.

***

Roberto siguió a Tomás por el fondo de la casa, ya estaba oscuro, se apresuró al ver que Tomás llevaba el caballo hasta el galpón que hacía las veces de aras, debía enfrentarlo, había quedado humillado por la acción que el peón había cometido, después de todo él era el hijo del patrón y debía aclarar las cosas.

Tomás se sorprendió al verlo en medio de la oscuridad, y preguntó:

-¿Qué ocurre niño Roberto?

-¡No me llames niño! – gritó encolerizado Roberto - ¡negro de mierda!.

Tomás mantuvo la calma, entonces le replicó

-No me llame usted, negro de mierda, - e inmediatamente  continuó desafiante - ¿Cómo quiere que lo llame, marica?

Roberto irritado, dolido y humillado, avanzó sobre Tomás, pero éste soltó el caballo que sostenía de las riendas y le tomó por el pecho, desgarrándole la camisa:

-Cuidado niño – le advirtió- no voy a hacerle daño ni lo voy a traicionar, lo que hice…bueno, fue de furia nomás, pero, nada más ocurrirá – se acordó de la promesa hecha a Stella – quédese tranquilo.

Roberto advirtió que no podría con él, quería pelearlo, pero se contuvo, sabía que no iba a conseguir doblegarlo…más calmo, como advertencia que sonaba a amenaza, le dijo:

-Más vale que no intentes nada, aún puedo contar con mi padre.

-Quédese tranquilo – repitió Tomás  y se retiró por la puerta trasera.

Continuará…

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