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Ir a: ¿Albedrío o determinismo? ("Seguiré viviendo" 74a. entrega)

Después de un receso de varias semanas Aminta volvió a estar al cuidado de José. Lo encontró caquéctico, completamente descarnado, forrado por una piel consumida, que llamaba la atención por su color amarillento, producto de una ictericia que era más evidente en sus escleras. En su mirada refundida en el fondo de sus órbitas, a donde habían ido a parar sus ojos, Aminta adivino el presagio inconfundible de la muerte. José bromeó para hacer sentir en confianza a la enfermera, ella le contó las incidencias de su nuevo trabajo y le ofreció cambiar algunos turnos para volver a acompañarlo.

Eleonora se despidió tranquila, sabiendo que dejaba a José en las mejores manos. Entonces Aminta y José volvieron a dialogar como antes, cual si reanudaran una conversación abruptamente interrumpida.

–De pronto la manipulación genética redima al hombre de la enfermedad y la vejez, y le prolongue la vida indefinidamente. ¿Pero lo hará feliz?

–Pues normalmente, don José, quien recupera la salud, está dichoso.

–Bien lo dices, quien la recupera se siente feliz, pero quien nunca la ha perdido pienso que ni la toma en cuenta. Creo que la abundancia y la satisfacción tienen en el hombre un efecto paradójico. Sin una necesidad por satisfacer el hombre muere, se acaba el sentido de la vida.

–Dicen que quien lo tiene todo se enloquece o se suicida. Que somos más felices quienes nos contentamos con pequeñas cosas.

–Así es de subjetiva la felicidad, Aminta. Se alcanza con detalles que se menosprecian por pequeños. Se consigue aún con el dolor, que encarna la dicha infinita de un sacrificio por el ser que amamos. Alguna vez escribí que la felicidad es un anhelo absurdo que una gota sacia, pero no se colma con la vastedad del mar. O como dijera Chateaubriand: «La verdadera felicidad cuesta poco; pero si es cara, no es de buena especie».

–Don José, es la sabiduría de Dios, que nos concede motivos asequibles de dicha a quienes carecemos de fortuna. Y pensar que hay quienes dicen que la felicidad no existe.

–Sólo conceptos. Cuestiones de semántica. La felicidad no existe si pretendemos verla como un estado absoluto y permanente. Es más, si fuera así, de su existencia no nos daríamos cuenta. Es su fluctuación, su inconstancia, sus más y sus menos, su alternancia con la tristeza lo que nos permite descubrirla y disfrutarla.

–Pero para sentirse feliz deben ser más notorios, los momentos gratos.

–Estoy de acuerdo. Pero el gozo y el dolor son subjetivos. Es el interesado el que los califica. La felicidad es un estado interior, no siempre depende del entorno, estoy convencido de que nosotros mismos somos sus artífices.

–Es una lucha ardua como para librarla eternamente. Le confieso don José, que a mi edad morir no es tan terrible. Hasta entiendo a tantos ancianos que se dicen rendidos con la vida y hablan esperanzados de la muerte. Seguro que de jóvenes debieron soñar con ser eternos.

–Opino que sin felicidad la inmortalidad carece de sentido. Y como la dicha es esquiva, la inmortalidad sería una adversidad como para implorar la muerte. ¡Vaya contradicción, Aminta! La vida es corta, pero la inmortalidad es demasiado larga. Me basta imaginarme eternamente en este mundo para regocijarme con mi padecimiento. Cuando conocí mi enfermedad quise imaginar que pasaría si no muriera. Me vi luchando constantemente por sobrevivir, con la incertidumbre de poder conseguir el pan del día, sin la ilusión de un reposo permanente, sufriendo, paso a paso, envejeciendo y enfermando, con un cuerpo cada vez más adolorido y más cansado. Fue una horrorosa pesadilla que me aferró a la muerte. Si parto ahora mi saldo es favorable: viví feliz y viví lo suficiente. Me marcho satisfecho, como un comensal saciado, como un turista que disfrutó su viaje. Pienso que fui feliz porque amé más que odié, porque retuve en mi memoria más los momentos gratos que los tristes, porque le resté importancia a los sufrimientos y reveses, porque algo bueno traté de encontrar en los sucesos diarios, y algo gratificante en todo cuanto hice; porque me amoldé al destino y le di un sentido a mis acciones.

–Dicen que es mejor asegurar el Cielo sufriendo en esta vida. ¿Algo tendrá de cierto?

–Aminta, eso es mentira. Bueno, nadie conoce el más allá. Pero no encuentro fundamento a semejante raciocinio. Advierto que el hombre está hecho para la felicidad, pero tiene por destino el sufrimiento. Creo que esa contradicción es la que lleva a algunos a renunciar a la felicidad, a aceptar estoicamente aquí los sufrimientos y las privaciones, y a soñar con alcanzar a través de ellos la felicidad en otro mundo. Otros nos negamos a renunciar a la conquista de la felicidad y asumimos un comportamiento que resultará hedonista para aquéllos. Muero con el convencimiento de que el gozo terrenal no es una aspiración que pueda despojar al hombre de la gloria eterna.

En boca de un moribundo suscitaba sosiego ese discurso. A Aminta le pareció tan aleccionador que pensó llevarlo a otros desahuciados agitados con el final cercano. Al término de su enfermedad encontraba José placidez en medio de su estado, se habían disipado la vacilación y las dudas que a nadie estuvo dispuesto a confesarle. Su tranquilidad era por fin completamente cierta.

Federico Castañeda ("Seguiré viviendo" 76a. entrega)
Luis María Murillo Sarmiento

Seguiré Viviendo“Seguiré viviendo”, es una novela de trescientas cuartillas sobre la muerte. Un moribundo  enfrenta su final con ánimo hedonista. El protagonista, que le niega a la muerte su destino trágico, dedica sus postreros días a repasar su vida, a reflexionar sobre el mundo y la existencia, a especular con la muerte, y ante todo, a hacer un juicio a todo lo visto y lo vivido.

Por su extensión se ha venido publicando por entregas.

http://luismmurillo.blogspot.com/ (Página de críticas y comentarios)
http://luismariamurillosarmiento.blogspot.com/ (Página literaria)
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