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-     Ríndete malparido, declárate vencido- tuteando repentinamente.    

-     ¡No!

Y seguía con su labor, sabía lo que hacía, solo filazos, ningún puntazo, cortaba únicamente, no punzaba, no quería matarme… todavía.

-         Ríndete, gritaba enfurecido, de nuevo, tu mamá es una puta, y gritaba que se había comido a mis hermanas y tiraba machetazos y se cambiaba de mano el arma y la rastrillaba contra el pavimento, mientras, yo le atajaba uno que otro envión. Repito que me cortó como quiso porque sabía más que yo con el machete, yo sabía que de esta no pasaba y no quería darle el gusto de decirle: “me rindo”, pero se lo di a entender, solté el machete y quedé con las piernas abiertas mirándolo como diciéndole: “ganaste macho, eres el putas boy de la pradera, ya lo reconocí, ahora, ¿Qué?” 

LO SIENTO MACHO…

Creo que don Chucho en su vida solo tuvo un gesto de nobleza y eso lo perdió. Don Carlos era unos treinta centímetros más alto que el viejo y por lo menos el doble de pesado. Cada uno era el súper putas a su manera: don Chucho con armas en la mano, las que fueran; cuchillos, navajas, botellas, machetes…; don Carlos a las trompadas, por eso se respetaron todo el tiempo… hasta este día.  Bueno, ¿En qué iba? Ah, sí, cuando el viejo vio a su rival ensangrentado, cortado, casi desnudo y entregado a lo que él quisiera seguir haciéndole porque botó al suelo la macheta, él también dejo el machete en el suelo y se le acercó para darle la mano…

-         Don Carlos Villalba, me quito de las palabras con que lo ofendí, choque esos cinco gajos.

Don Carlos le cogió la mano y se la estrechó, estaba mareado, miró al viejo como reconociéndole la superioridad, pero, él también tuvo su instante de ser maldadoso, de pronto como que se arrepintió de haberlo soltado, lo cogió del pecho, digo de la tela que le cubría el pecho, con una mano, y con la otra el pescuezo; con el primer apretón le quito el resuello, o sea que no pudo decir ni una palabra, después lo atenazó con ambas manos y lo sacudió como sacude uno a una gallina después de darle materile, cuando lo soltó ya era el finado Jesús Quinitiva… poquito después, el otro finado le caería encima, como si se lo fuera a comer, jajaja, yo, el “Carepalo” si soy la caspa, dizque riéndome de los difuntos, jajaja. Don Carlos soltó el cuerpo, lo miró y con la voz ronca y suave, como de borracho pidiendo perdón le dijo:

-         Lo siento macho, jamás nadie me había humillado así y si yo me iba te ibas conmigo…

Y así terminaron dos varones bien varones: uno tasajeado y desangrado, por una venganza;  el otro ahorcado,  por güevón, chao que me toca salir en esta línea y no quiero chismosearle nada a los  tombos,  que no demoran en llegar, jajaja…     

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