Dejemos esa parte quieta. Sigamos con el amor eterno. En la época de la conquista (el noviazgo) cada uno muestra la parte de si mismo que le conviene, abundan las caretas, las máscaras, los antifaces, los disfraces; a los pocos días del matrimonio estos se caen y aparece el verdadero personaje con todos sus defectos y viene la primera desilusión, la primera de una cadena de desencantos. Cuantos de los que están leyendo este artículo me estarán mandando a los infiernos o al carajo que está más cerca, sus ideas idílicas sobre el amor de pareja les hacen disentir de todo lo expuesto, ellos si tienen la pareja perfecta y su relación se ubica en el paraíso de las emociones pero, antes de maldecirme piensen cuanto tiempo llevan y cuando pasen el umbral de los veinte años de convivencia hablamos.
En otro artículo hablé sobre el amor y no quiero repetirme. En este me refiero a ese amor ideal que no existe sino en la literatura y en las telenovelas. Por vivir pensando en el otro no se vive la propia existencia. Por acomodarme a lo que quiere el otro dejo de ser yo mismo y eso es perder demasiado. Si una relación dura eternamente, sin sacrificios para ninguna de las dos partes, bienvenida sea; si, para que perdure el amor uno de los dos debe sacrificarse, me permito dudar de la salud mental de esa pareja: uno me huele a sádico y el otro a masoquista, o lo que es tan común ahora, relaciones de amor sadomasoquistas; yo soy tuyo y tú eres mía, qué idea tan terrible, es una co-dependencia increíble tan absoluta que se pierden las identidades de los dos en un amasijo de personalidades. A mi me funciona yo soy yo y tú eres tú y te acepto y me aceptas como soy, con todos mis defectos y cualidades y viceversa. Eso es amor, la aceptación del otro.
Pero no. En la mayoría de relaciones uno de los dos transforma al otro y este a su vez se deja transformar en nombre del amor. Creen que amar consiste básicamente en amoldarse a los requerimientos del ser querido, del objeto del amor y casi siempre es falta de autoestima, ¿quién dijo que para demostrarle a otro ser que lo quiero debo dejar de ser yo? ¿De dónde salió la idea de que debo transformarme en algo que no soy para demostrar mis sentimientos? ¿Cómo pensar que voy a querer a otro ser por el resto de mi vida, pase lo que pase, porque lo juré ante Dios? ¿Cómo convencer a mi propia inteligencia que un sentimiento, surgido muchas veces de un chispazo momentáneo, va a durar el resto de mi existencia, en las buenas y en las malas?...
Quiero dejar en claro que el tema del amor es eterno e infinito, por lo tanto este artículo no ha terminado ni el amor tampoco; muchos estarán de acuerdo con mis afirmaciones y otros tantos las desmentirán. Dejo la curiosidad y me llevo en la cabeza la idea de escribir una segunda parte…
Edgar Tarazona Angel
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