Se llama Daniel; ama las palabras, los libros, a sus autores, siente un profundo amor por ellos, y por encima de ellos existe un infinito respeto por quienes los leen. No vamos a centrarnos en sus estudios de Lengua y Literatura Hispánicos, ni en los 12 años que tuvo a su cargo las colecciones infantiles y juveniles del Fondo de Cultura Económica; tampoco profundizaremos en la colección “A la orilla del viento” de la cual fue creador y mediante la que editó más de 200 títulos. Por supuesto, fue Nominado al Premio Memorial Astrid Lindgren de fomento a la lectura, que es un premio que desde el 2003 el Gobierno de Suecia otorga anualmente a autores de literatura infantil o juvenil, ilustradores o promotores de lectura.
Quiero presentarles al Daniel Goldin Halfon que en el 2013 llegó a la Dirección de la Biblioteca Vasconcelos ubicada en la zona norte de la Ciudad de México, a un costado de la estación del ferrocarril suburbano, en Buenavista. Es decir, está enclavada en medio del caos y bullicio citadino. Para cualquier otra persona esto podría ser una adversidad, pero no para Daniel. Él convirtió este enorme y monumental edificio en una oportunidad de experimentar emociones y sentimientos. Apostó desde el principio, no a los libros, no a los autores, no al recinto -que además es uno de los 10 más reconocidos arquitectónicamente hablando a nivel mundial- sino a la gente, a esos 2 millones 300 mil personas que anualmente visitaban la biblioteca atraídos no solo por lo que ella en sí misma representaba, sino por la magia, la pasión y el amor que su director había logrado esparcir a través de sus pasos constantes por cada rincón de la misma observando, sonriendo, amando a cada persona en ella y a cada metro cuadrado de ese edificio que como racimos de uvas ofrece libros y libros a todo aquel que quiera acogerlos, sin importar si sabe o no leer.
Para Daniel, la biblioteca siempre fue un lugar de encuentros, un lugar en el que se entra, pero jamás se sale siendo el mismo. Construyó para ella un ambiente amable, acogedor, divertido, interactivo, amigable en el que los 24 mil metros cuadrados de jardín ofrecían también espacios espontáneos para músicos, bailarines, booktubers, estudiantes, amantes, lectores que se apostaban creando su propio acontecimiento cultural.
Y es que la cultura no es lo que nos ofrece un gobierno, una institución, una persona detrás de un escritorio. La cultura es lo que la gente hace con los espacios, los libros, el arte. Para quienes nos dedicamos a ello, o pretendemos hacerlo, el gran reto no es conseguir espacios sino derribar el muro de la apatía que hace que existan conferencias con 1 sólo asistente, presentaciones desiertas, obras de teatro sin público. Daniel Goldin tenía 2,000 actividades distintas programadas por año en la Biblioteca, además de las que espontáneamente generaban los visitantes. En todas, el lleno era total. La Biblioteca Vasconcelos era la que tenía más seguidores en redes sociales a nivel mundial, aún por encima de la Biblioteca del Congreso en Estados Unidos.
Con 650 mil volúmenes contemporáneos, salas para débiles visuales e invidentes, espacios para bebés a partir de un día de nacidos, para niños, talleres diversos, área de publicaciones periódicas, auditorio, zona de música (con instrumentos a disposición del visitante), de vídeos, de lengua a señas y salas temáticas en donde adentrarte a un tema implicaba empaparte de él técnicamente, literariamente, musicalmente, completamente.
La agenda cultural de la Biblioteca Vasconcelos estaba pensada y diseñada para involucrar al tejido social sin importar su nivel cultural, estaba abierta a todos y por eso mismo las historias brotaban al por mayor, no era sólo lo que encontrábamos en los libros sino lo que surgía a cada minuto alrededor de los pasillos, en los rincones, entre los estantes. Y podías entrar a un auditorio y encontrar a Elena Poniatwska contando historias junto a un enterrador narrando sus anécdotas, un biólogo explicando el porqué de las cosas y un sacerdote recitando salmos; todo en el mismo lugar, un mecanismo perfecto funcionando impecablemente mientras se pulían las mentes y se activaban los pensamientos. El mismo Daniel dijo muchas veces que la biblioteca cobraba vida a través de quienes la habitaban, pero lo que nunca dijo es que la biblioteca Vasconcelos palpitaba al unísono con su corazón. Daniel era el alma de ese lugar.
El 1 de febrero de este año, Daniel Goldin Halfon fue recibido con una orden contundente: “Desocupa la Dirección y baja tu escritorio al sótano” así es como se paga la entrega, la pasión, la eficiencia y el amor por el trabajo que desarrollamos. Un hombre ejemplar, maravilloso, que debería ser reconocido por todo lo que ha dejado y legado es humillado, denigrado y obligado a renunciar de esta manera.
Tocar vidas, cambiar mundos y hacer es irrelevante si tu camiseta no tiene un color definido. Sin embargo, no olvidemos: “la cultura no es lo que nos ofrece un gobierno, una institución, una persona detrás de un escritorio. La cultura es lo que la gente hace con los espacios, los libros, el arte.” Hagamos cultura, no permitamos que situaciones tan deplorables sigan sucediendo. Que no nos arrebaten la cultura impunemente, un pueblo sin cultura es un pueblo sin dignidad.
#DanielGoldin de regreso a #Vasconcelos
Elena Ortiz Muñiz