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“Si no tenemos paz dentro de nosotros mismos, es vano buscarla en fuentes externas”, sentenciaba el reconocido aristócrata y pensador francés Le Rochefoucauld (1613-1680) en sus Máximas. Algo que por estos días bien podríamos aplicar a diversos eventos nacionales e internacionales, en los cuales el bienestar y la tranquilidad de un gran número de colombianos está de por medio.

Después de un mes de estar presenciando a través de los diferentes medios de comunicación, el atropello insistente, tanto físico como moral, que han sufrido muchos compatriotas en suelo venezolano, así como el cierre arbitrario de nuestra frontera con ese país, sin mediar un razonamiento serio, oportuno y ajustado a los cánones del derecho internacional, los presidentes Juan Manuel Santos y Nicolás Maduro, después de muchos dimes y diretes, se sentaron a conversar sobre la problemática colombo-venezolana, en territorio ecuatoriano, gracias a los buenos oficios de Tabaré Vásquez y Rafael Correa, mandatarios de Uruguay y Ecuador, respectivamente.

Debemos reconocer que un gran porcentaje de los colombianos éramos pesimistas frente a este encuentro, pero ese lunes 21 de septiembre, pudo más el deseo de solucionar esa crisis fronteriza que el anticolombianismo expresado –y ejecutado– días antes. El compromiso de ambos gobiernos por trabajar en pro de siete puntos fundamentales en las relaciones binacionales, entre los que se destacan el retorno inmediato de los respectivos embajadores a Caracas y a Bogotá, la realización de una investigación sobre la situación de la frontera, la progresiva normalización de los pasos fronterizos, así como el respeto por la coexistencia de los modelos económicos y políticos de cada país, bajo la coordinación de los presidentes de Ecuador y Uruguay, nos brindó algo de satisfacción.

Con respecto a la finalidad de dicho encuentro, el presidente Maduro fue tajante: “La única cabida es para el diálogo. Solo con la cooperación de ambos países lo superaremos. Espero que con el cronograma que hemos aprobado podamos ir atendiendo todos los problemas y despejando todos los asuntos por despejar”. Esperemos que nos cumpla.

Frente a esos resultados, la gran mayoría de compatriotas quedamos con eso que llaman un “moderado optimismo”, pero, para corroborar que ahora estamos, como dicen las abuelas, “derechos”, el miércoles 23 fuimos sorprendidos por el anuncio de que en La Habana, entre los delegados del gobierno nacional y los representantes de las Farc se había llegado a un acuerdo para que el gobierno cree una Jurisdicción Especial para la Paz, en la que se contemplen dos tipos de procedimientos: uno para quienes reconozcan la verdad y su responsabilidad, y otro para quienes no lo hagan o lo lleguen a hacer en forma tardía. En todo caso, quedarían por fuera de esa medida los delitos que nuestras leyes tipifiquen como de lesa humanidad, genocidio o graves crímenes de guerra, buscando que, en dichos casos, no haya impunidad.

Aunque dicho pronunciamiento culminó con un no muy satisfactorio apretón de manos entre el presidente Santos y el máximo cabecilla de las Farc, nuestro mandatario ha recalcado muchas veces, que será el pueblo colombiano quien refrende en las urnas el alcance de dichos acuerdos.

 

Con respecto a este importante paso vendrán pronunciamientos de toda clase, los cuales será bueno analizar a la luz de nuestra historia y los grandes errores que en el pasado se llegaron a cometer.

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