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“PODRÍAMOS considerar el envejecimiento como ir sobre una ola marina. Si nos dejamos llevar, flotamos; en cambio, si luchamos contra ella, nos hundimos”.

Sin el orgullo monstruoso, ni la vanidad cruel de “Dorian Gray” al contemplar su hermoso rostro en la superficie pulimentada y fría del curioso espejo tallado en ebúrneas extremidades de plata; sin olvidar que la violencia no entiende  de cultura, de clases sociales, ni de género, ni raza, ni por supuesto de edad, afectando especialmente a las personas más débiles y vulnerables. La baja tolerancia, el olvido y los malos tratos registrado a personas mayores, el problema social y de salud por la ausencia de políticas claras con respecto a la tercera edad, los cambios sociales y culturales que incrementa la discriminación (edadismo); si pudiésemos siquiera un instante, llegado el momento de nuestra vejez por un don divino, tener como alivio ese retrato mágico para poder cargar en él la atrofia que produce un proceso biológico multifacético de maduración y declinación biótica llamado “envejecimiento” para conservarnos esplendidos e intactos con la última etapa de nuestra vida, quizá la más bella con “cada fragmento del pasado”, llenos de juventud, y sin padecimientos  disfrutar a plenitud con los nuestros y en paz con una sociedad indiferente y sectaria.   

 Para muchos esta etapa es corta y llena de sufrimientos debido a sus consecuencias sociales psicológicas y quebrantos de salud que se padece por las enfermedades propias de la vejez producto de un estado de graduales cambios degenerativos y progresivos de lento proceso de desgaste que ocurren indistintamente en: memoria, velocidad, funciones motoras, funciones visoperceptivas y la degeneración del sistema nervioso central. La vejez no es cuestión de años, sino un estado de ánimo en uso de buen retiro de las personas mayores de sus labores cotidianas. Las investigaciones señalan que sus principios son la declinación de la energía física, susceptibilidad a las enfermedades e incapacidad permanente por mala salud física. En este sentido parece inevitable que el organismo humano pasa a lo largo de un ciclo que comprende a plenitud: concepción, nacimiento, desarrollo durante la niñez, adolescencia, la declinación y muerte.  Envejecer es un verbo completamente irregular que con el transcurrir de los años se convierte para unos en un logro particular que debemos aprender a conjugarlo en todas sus formas y tiempos desde la concepción como parte del ciclo vital, sin temor.

Los años, no solo se llevan prendidos en la solapa del alma como dice en uno de los  apartes de una conocida canción. Son los causantes de la incapacidad irreversible de adaptación en el tiempo y de su acción demoledora que a cuestas pesa, haciendo estragos en la vitalidad del organismo, debilitándolo y dejando marcadas sus imborrables huellas. Sus efectos son cambios naturales progresivos con diferentes resultados; buenos o malos que se desarrollan dependiendo del estado de ánimo y de salud cultivada por cada quién a lo largo de los años; la vejez, no es una enfermedad sino la causa de una consecuencia de los seres vivos que sufren cambios con el tiempo, tanto en estructura como en función. Con el tiempo, se comienza a notar en los órganos, especialmente la piel, su presencia se siente en las funciones motoras, en las células y tejidos. Hay quienes que, al advertir en su cuerpo esta metamorfosis se deprimen y se sientan a esperar la muerte, sentados en un sillón o acostados en una cama a ver televisión sin haber razón alguna que justifique tales actos fatalistas. Esto significa pasar por alto el hecho irrefutable de los años sin el valor que predomina una actitud contemplativa y reflexiva, reconciliándose con sus logros y fracasos, y con sus defectos. Se debe lograr la aceptación de uno mismo y aprender a disfrutar de los placeres que esta etapa brinda. El tiempo siempre debe aprovecharse de una manera o de otra. 

También se ha dicho que la vejez no tiene remedio. Sin embargo, es un mal que puede aliviarse en muchos aspectos si aprendemos a prepararnos activamente “por autoestima” en su evolución desde cuando se tiene uso de razón.  Para muchas personas la vejez es un proceso continuo de crecimiento intelectual, emocional y psicológico, una etapa en la que las personas se ven enfrentadas por negligencia intencionada o no, a cambios en diferentes áreas, tanto fisiológicas como neurológicas y sociales. Puede ser activa o pasiva. La activa se refiere a la falta de cuidados necesarios por parte del cuidador obligado, de una forma consciente, la pasiva se centra en el olvido y el abandono. Tal vez por esta razón es que el anciano, además de estos cambios debe afrontar también a la reacción de insolidaridad por el hecho de minimizar sus consecuencias en el desarrollo del proceso senil. La familia en gratitud le su generosidad, con desapego e indiferencia, los condena injustamente a vivir solos y olvidados, y esto es más notorio en los ancianos que poseen algún tipo de problema. En este aspecto se hace referencia no solamente al apoyo por parte de la comunidad mediante facilidades de subsistencia y atención priorizada a esta parte poblacional por las administraciones públicas, sino también debe ser liderado por el núcleo familiar como elemento indiscutible de valor en la recuperación y control de tratamiento. La responsabilidad sobre personas mayores para ciertas familias con capacidad económica constituye un serio impedimento en el disfrute de sus afanes de vida y en la realización de sus proyectos y aspiraciones que prefieren desprenderse de sus viejos, abandonándolos a sus anchas en hogares geriátricos para su cuidado. En cambio en familias del común de escasos recursos económicos por afectos paternales congénitos, consienten la estadía de sus abuelos en sus hogares para mantenerlos y cuidados. Sufren con ellos sus decadencias de salud con honor y sin remilgos hasta el final de sus días. La tercera fase de la vida es un período en el que se goza de los logros personales, y se contemplan los frutos del trabajo personal útiles para las generaciones venideras. Después de la juventud y de la edad adulta se ha contemplado como la fase regresiva del ciclo humano denominado como proceso madurativo.  

Finalmente pongo en este escrito la siguiente reflexión: ¿Qué es la edad? ¿Es el número de años que uno ha vivido? Eso forma parte de la edad; uno ha nacido en tal y tal año, y ahora tiene quince, cuarenta, sesenta años o quizás más. El cuerpo envejece, y lo mismo ocurre con la mente cuando está cargada con todas las experiencias, desdichas y fatigas de la vida; y una mente así jamás puede descubrir qué es la verdad. La mente puede descubrir algo sólo cuando es joven, fresca, inocente; pero la inocencia no es una cuestión de edad. No sólo el niño es inocente ‑puede no serlo-, sino la mente que es capaz de experimentar sin acumular los residuos de la experiencia. La mente tiene que experimentar, eso es inevitable. Tiene que responder a todo, al río, al animal enfermo, al cuerpo muerto que llevan para la cremación, a los pobres aldeanos que transportan sus cargas por el camino, a las torturas y miserias de la vida; de lo contrario, la mente ya está muerta. Pero tiene que ser capaz de responder sin quedar atrapada en la experiencia. La tradición, la acumulación de experiencias, las cenizas de la memoria, todo eso es lo que envejece a la mente. La mente que muere cada día a los recuerdos del ayer, a todas las alegrías y los dolores del pasado, una mente así es lozana, inocente, no tiene edad; y sin esa inocencia, ya sea que uno tenga diez años, sesenta o quizás más no encontrará a Dios.

Con frecuencia se suele decir que, “viejos son todos los que sienten serlo en cualquier etapa de sus vidas, debe evitarse confundir la ancianidad con el envejecer. La conciencia de estar envejeciendo es una emoción que nos acomete casi a cualquier edad. Por mi parte la experimenté entre los 25 y los 30 años” Evitar que las personas mayores sean maltratadas y olvidadas es un compromiso constante de todos, en una sociedad que enfrenta a un fenómeno único en la historia de la humanidad “el envejecimiento”. Es absolutamente necesario incidir en la concienciación social tarea cotidiana, multiforme, colectiva e individual de conseguir el bienestar y el buen trato de nuestros mayores como un baluarte de la edad. El camino es largo para lograrlo y aquel, “que afirma que el tiempo se va, nunca ha pensado que no es así; el tiempo se queda; somos nosotros los que algún día nos tenemos que ir…”

 

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