La vida es un constante adiós.
Un manojo de despedidas
en tonos infecundos que van desgarrando el alma,
flagelando lentamente el espíritu
y poblando la existencia de silencios
tan sosegados y dolorosos,
que hacen insoportable la recién llegada calma.
La partida inesperada del amigo,
una ausencia intolerable,
el abandono de un amor,
el libro que la foto sepia guarda.
La puerta del hogar que se cierra sombría al emigrar.
Aplasta, derriba, entristece, derrota...
ensordece con su feroz clamor.
Más, es inevitable vivir sin ausencias,
siempre hay alguien a quien añorar.
Comenzando a andar
un pañuelo se agita con dolor,
paso a paso a medida que el sendero
devora el paisaje conocido, se seca una flor.
Al morir, junto al puñado de tierra,
el tañer de las campanas en los cenobios
participan del duelo y con melancólico repique cantan:
Adiós.
Elena Ortiz Muñiz