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Lo compramos porque era lo más próximo a un hijo. Responsabilidad en orden exponencial mucho menor a la de un vástago; mi esposa y yo, a sugerencia de mi suegra decidimos probar suerte. De por sí es una injusticia hablar de "compra" cuando para la raza, lo más prudente sería hablar de "regalo". Venía de una laya de perros fuertes, inteligentes, silenciosos, guardianes y asesinos selectivos. Lo recibimos como a una mota negra con patas y pecho desteñido en menor escala, aún mamando del dedo.

Con una dieta de leche y agua fue sacando cuerpo en cosa de días. Las garrapatas crecieron más rápido que él y caminaron hasta la oreja del bebé en el departamento adjunto. Por tal razón mi señora se armó de insecticida y regó toda la casa, desde los resquicios de la puerta, las aristas de las paredes, los bordes de la cama, hasta el esófago del cachorro bobo que lamió el desecho tóxico. Entonces lo llevamos de apuro al veterinario, apunto de estirar la pata por el vómito tinto y la diarrea aún más incierta que le pegó. Curado salió el animal, pero mi bolsillo roto; en la estancia "médica" resultó que aparte del tratamiento para la intoxicación hubo que quitarle los parásitos, la anemia, el shampoo medicado, vitaminas y de por sí la consulta, todo resumido en una obesa factura.

- No se asuste- me dijo el veterinario al entregármela, con un cinismo amarrado- , se pondrá mejor.

- ¡Tiene que ponerse mejor!- respondió por mí, que no lograba recoger el aliento, Sonia, mi esposa.

Con la salud del perro, los mojones también crecieron y ya no se podía mantener en la sala. Todos los días al regresar del trabajo nos recibía el hedor a excremento húmedo, orina y ocasionalmente vómito. Corríamos a limpiarlo con incontables bolsas de jardín, botellas de desinfectante y desodorante ambiental; todo para que al final de la labor, el perro, con instalaciones nuevas, volviese a fabricar otra torta más grande en tan sólo un parpadeo. Nunca aprendió la lección de hacerlo en el periódico, por alguna razón de cierto linaje, sus nalgas siempre terminaban buscando el frío de los mosaicos.

 

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