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Moría. Cuando corría por el campo de guerra, una mortífera bala enemiga atravesó su abdomen. La sangre se le escapaba por borbotones; mientras seguía parado en la mitad del campo de batalla como si no le hubiera pasado nada. Sus ojos se habían encendido hábilmente y querían salir de sus cuencas para evitar el dolor. Sus manos tapaban el orificio en un intento infructuoso de mantener el plasma en su cuerpo. Pero la verdad, era que se estaba muriendo.

– Iván – le gritaban desde su trinchera.

Sus compañeros, amontonados uno contra el otro, acosaban con sus cascos la respuesta de él. Dando vuelta a su cabeza y resistiendo el enorme dolor que había engendrado en su vientre, sonrió lúdicamente hacia sus colegas soldados. Estos al ver la respuesta optimista de Iván, dieron un grito de hurra a lo que siguió una célebre batalla de cascos. Pero la verdad era, que se estaba muriendo. Sostenido sobre el mango de su bayoneta, se le estaba yendo la vida sin que pudiera retenerla. Las bombas que retumbaban a su alrededor, no podían interrumpir su lucha por mantenerse vivo.

Y vio, cuando bajo la cabeza, que la sangre corría por su entrepierna y que empezaba a manchar el pasto con su incipiente soplo de vida. Con la mano izquierda se apretó el vientre y camino con su bayoneta al frente hacía el campo de batalla entonando un grito de dolor. Dio muerte a unos cuantos de sus enemigos. Pero el espíritu de la muerte ya estaba con él, solo el orgullo de demostrarle a sus compañeros de lo que era capaz lo mantuvo en pie. Ya estaba hecho, había llegado a la trinchera enemiga y neutralizado el lanzagranadas, ahora sus compañeros podían atravesar el campo sin problema y tomar la base, mientras a él le darían una medalla por valentía y lo mandarían a casa como un héroe de guerra.

Sonriendo para dar el parte de victoria, sus ojos notaron que sus compañeros se alejaban corriendo. Su gesto se transformó por completo, veía como uno a uno de sus colegas caía hecho pedazos por las bombas que soltaban los aviones enemigos, sin duda alguna morían como cobardes. Lo habían abandonado...

Abrazó su bayoneta, y sus ojos llorosos contemplaron el espectáculo de la guerra. Cuerpos por doquier eran simples representaciones de la maldad entre los hombres, el humo cubría la intensidad de la atmósfera y ante sus narices se daba ese olor a pólvora, ese olor que tenía mezclados todos los humores, todas las fantasías y todos los sueños de aquellos que dieron su vida por propósitos que ignoran. Se pudo reconocer entre las partículas del aire, los recuerdos de cada uno de los seres que yacían separados de su alma en ese campo.

El amor de uno, los sueños de aquel, ¡ ah¡, los pensamientos del otro; Todo confluía en una misma sensación, que se podía sentir por los aires, pues volaba fácilmente entre los cuerpos incinerados y los pastos amarillos de la muerte. Se vertía por los ojos sin vida, y luego salía por una oreja con más recuerdos, sueños y fantasías. Era suficiente para crear una nube torrencial e inmensa que abarcó no-solo el campo de batalla sino el mundo entero, que respiró la acumulación de todos los sentimientos perdidos y truncados. Iván respiraba de esta nube, y en cada bocanada de aire sentía que sus células querían dejarlo para formar parte de esta gran sociedad.

Entonces, abrazado de su bayoneta y lloriqueando como un niño, se paró sostenido de un arma enemiga y vio que de su batallón no quedaba ni el rastro. Estaba sucio, el barro del piso se le había impregnado por todo su rostro y se le había colado por entre su herida. Le dolía, pero era un dolor inconsciente, no lo sentía, era tal vez por que se estaba muriendo. Vio el vástago fúnebre de la guerra, vio la realidad infructuosa de la muerte, notó en los pájaros sin vida que la tierra se vestía de sangre, cada vez que el hombre se sentía absurdamente dueño de sí mismo.

Nada había que dado en pie, las cascadas cercanas habían cesado de llevar agua y ahora traían el rumor breve de la sangre. Solo quedaba el silencio, triste y postrimero. Y él abandonado ante su suerte, muerto ya quizá por el destino, compañero fortuito de la soledad, estaba a punto de morir. Pensó en su madre, en su hermana, en su ya viejo padre, en su novia; la guerra le había quitado el derecho de volverlos a ver.

¿ Que sería de sus sueños?, Siempre había querido ser un gran escritor, hasta que llegó el día en que reclutaron a todos los jóvenes engañándolos diciéndoles que iban a pasar aventuras sin igual. Aunque era la verdad, por que la muerte es un acontecimiento finito y único. De repente sus piernas se hicieron débiles, y se doblaron hacia dentro haciendo caer la bayoneta y dejando a Iván en una posición de enfermo. Aún de pie, sus rodillas no respondían y sus dos manos eran ahora ocupadas por ese punzón hiriente en el vientre. Ese punzón, que hizo que su rostro de encogiera de dolor y que fustigara un grito místico y triste.

¿ Qué será de mí?, Sé preguntaba Iván. ¿ Qué será de mis sueños inconclusos, de mis metas sin terminar?, Se me esta acabando la vida y no hice nada, De qué valen los ideales por los que luchamos, De qué vale la religión si por ella peleamos, De qué vale el prójimo si a él atacamos?, La vida no tiene sentido. Ahora muero, y el recuerdo de mis pasos se borrara con unas palabras de pésame. De que me sirve amar, si odio a los de mi misma especie. Por qué peleamos?, Para qué morimos luchando por la patria. Los que crearon este problema, están sentados plácidamente en sus casas y es a nosotros los que nos mandan a morir. Elisa, no volveré para casarme contigo. Muero como una estadística de guerra, como un soldado que luchó sin saber por que.

Me arrepiento, mi vida se pierde y sin ningún propósito. Que triste, ahora incluso me queda vetado el cielo por haber empuñado mi arma en contra del prójimo. Lo perdí todo, hasta mi alma... Cayendo de bruces, entre el humo incipiente de la violencia terminada, la nube se acercó a Iván, y se le metió por el ojo derecho, recorrió su cerebro y salió por su oreja izquierda con las memorias, los recuerdos, los sueños y las fantasías interrumpidas. Luego, subió al cielo y repartiéndose en grupos sé esparció por el mundo, cayendo en forma de lluvia sobre las cabezas de los pobladores.

La lluvia, cayó sobre el padre de Iván, sobre su madre y su novia, y pronto vieron ellos con familiaridad, que estas gotas los acariciaban y los bañaban con gran afecto, recorrían sus brazos y sus manos y sus cabellos fueron mojados eternamente. - - Yo no sé, dijo la novia; quizás haya un cielo solo para soldados. Y la madre que ante la lluvia de Iván, se había sentido conmovida por las palabras de su nuera, la abrazó llorando y diciendo – Eso espero, eso espero. No tardó el padre en unirse y alabando a la lluvia, sus lágrimas se confundieron con los sueños de Iván que los mojaba con su tristeza.

En ese momento los tres prorrumpieron en llantos cada vez más lastimeros y quejumbrosos, mientras la lluvia también arreciaba...

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