A once años de conocerlos, no he sabido de alguien que haya recibido una llamada que no hayan podido esperar, o bien, interrumpa nuestra conversación para atender una llamada verdaderamente urgente. Nadie se resiste a la tentación de contestar una llamada, y cuando repentinamente deja de sonar, de inmediato verifican en el identificador el autor de la llamada perdida y de inmediato se reportan, no vaya a ser que su abogado los necesite con urgencia para la aceptación la herencia de un conde millonario muerto hace siglos que resultó ser su pariente perdido.
Creo que los celulares se han convertido en las nuevas cadenas del tercer milenio que tienen al ser humano esclavizado, localizable las veinticuatro horas tal como me sucedió a mí en uno de mis empleos. De esta forma no se puede vivir en libertad. Unas cadenas menos dolorosas, pero al fin cadenas, creo yo.
Es divertido ver como al sonar de un celular, todo mundo lleva sus manos a sus bolsas, mochilas o a sus cinturas, como si fueran antiguos guerreros listos para desenvainar su espada. También es divertido escuchar los distintos tonos con que suenan los aparatitos, puede ser el sonido normal de un teléfono, una sinfonía, música house, campanas navideñas o hasta La Marsellesa. Sería interesante que en México adaptaran los celulares a sonar al ritmo del Himno Nacional ahora que se avecinan las fiestas patrias.
Lo más cómico del asunto es que yo me he visto obligado a cargar uno, al no tener teléfono en casa, y también recibo mis importantes llamadas para ponerme de acuerdo con mis amigos para cenar por la noche en casa de Salva, para ir a la playa, a la piscina o al cine. También discutimos la película que veremos así como su horario.
Sin embargo, no me considero adicto, sino una víctima de la necesidad, espero que cuando regrese al pueblo minero pueda prescindir de utilizar el aparatito. Ahora debo irme, mi celular suena, tengo que contestar una llamada, que debe ser de suma importancia.