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–He carnalita, aguanta, poco a poco. La vida es larga y hay que vivirla -le decía tratando que frenara su forma de fumar crack.

Ella me miraba condescendientemente con sus ojos profundos y porteños y solo me reviraba -…si tú supieras lo mierda que puede ser el mundo… créeme hermanito… -atorada las palabras en su garganta se abrazaba a mí y se abandonaba al efecto de la droga.

Algunas veces fumamos juntos, otras terminaba pagando de los botines que el “trabajo” dejaba para que no la humillaran y corrieran de los fumaderos. Pero Lolis no se permitió una segunda oportunidad, algunos meses después de no verla, las noticias de su muerte llegaron. Su vida quedo dentro de un viaje de alcohol, cocaína y pastas, tal como ella lo fue ideando.

Lolis me enseño que hay dos formas de llegar a la drogadicción: una, por el orgullo y la prepotencia que da la estupidez de la juventud; la otra, la necesidad de muchos de encontrar escapatoria de la realidad, y en esa búsqueda toparse con puertas extrañas y peligrosas en donde la muerte aparece como una triste bendición.

Y ahora estoy aquí una vez más, viviendo lo que mi mente sepultó en el olvido. Yo era tan sólo un niño que sin querer fue testigo del abuso hacia su pequeña fragilidad, no sabía qué hacer que decir, salí corriendo del baño sin mencionar a nadie lo que había visto ¡Como decirle a mí madre o mis hermanos!... no me creerían, sabrían que estaba de mirón y no sé… ¿Qué podía hacer si sólo era un escuincle…? Un pobre chamaco tonto y cobarde que no supo defender tan sólo una pequeña parte de lo que amaba en la vida.

Observo las penumbras rotas por la luz mortecina del foco alrededor del pestilente baño, veo mi rostro en el bruñido espejo en la pared. Vuelvo a vivir ese momento pero ya no como un niño, el espejo me dice que el tiempo ha pasado y que Robaina, el maldito, está tan sólo a unos metros en el baño de lado y que estamos en igualdad de circunstancias. Abro mi puerta y de un paso estoy frente a la puerta del baño contiguo -todo está como en mis recuerdos-. Recargada en la pared derecha de la puerta, en medio de la penumbra, observo una varilla carcomida por el oxido que al momento de tomarla hace un perfecto contacto ergonómico con mi mano. Excelente. Reviento de una patada la desvencijada puerta de metal y me encuentro a espaldas de Robaina, el maldito, frente a él en la pequeña tina de metal esta Lolis con su piel húmeda y su rostro perdido

–¡Chingaste a tu madre perro!  -desgarra mi garganta empuñando la varilla con mi mano y con mi odio-.

Una ráfaga de aire helado sale del fondo del cuarto y Robaina, el maldito, voltea hacia mí con la piel del rostro carcomida y con las cuencas, en donde tendría que tener ojos, totalmente vacías

–Lo hecho, hecho esta, y tu algún día estarás conmigo en el infierno junto con ella  -dice refiriéndose a Lolis con una voz fría y tétrica-.

Me abalanzo con la varilla hacia su cuerpo sin poder evitar cerrar mis ojos una fracción de segundos y…

De nuevo me encuentro en esta habitación de paredes raras, ahogado en mis lágrimas, sin más voluntad que la de respirar el aire a mi alrededor. Dios mío, no sé cuánto tiempo ha pasado desde mi encuentro en el baño de la vecindad, pero francamente no me importa. Hay momentos en que mi mente queda totalmente en blanco relajando mi cuerpo en una paz que invade todo mis ser ¿Será esta la muerte…?  No lo sé, quizá… será que ahora que estoy consciente de la muerte es como asumo esta profunda soledad a mi alrededor, será que este es el escape que siempre busque en el dulce vicio, o este es el sitio justo al que me han llevado mis fracasos y frustraciones que se convirtieron en odio. Un odio que sólo pude desahogar en quimeras y que nunca tuvo un rostro y un nombre, un odio que  desbordaba sólo hacía aquellos determinados a morir igual que yo, sin sentido alguno. No lo sé… simplemente no sabría.

Por momentos, la memoria y los recuerdos se me escapan, el rostro de mi madre y de mis hermanos además de sus nombres. Los repito una y otra vez con el anhelo de que se queden en mi mente; el rostro de esa bella morena con caderas perfectas como el cielo, que conocí hace unas semanas y de la cual se me va su nombre ¡Pero no, esto no puede terminar así! tengo que salir de aquí ¿pero cómo, como putas madres? Hurgo en mi mente y recuerdo de niño –y aun de grande-, cuando en mis pesadillas me hacia consciente de estar soñando y no podía despertar, buscaba una altura, una azotea, un barandal, un lugar de donde pudiera saltar al vacío y sentir esa sensación de abandono que me hiciera despertar. Y Ahí está una vez más esa sensación, ojala sea la última. Cierro mis ojos un momento, relajo mi cuerpo y me dejo llevar por ese sopor que por momentos…

Abro mis ojos y es tal como la recuerdo, ese viejo patio enorme rectangular rodeado de lavaderos con la escalera al centro que llevaba al segundo nivel y a la azotea; y en todo su alrededor, las puertas de cada vivienda que al paso de los años encerraron sucesos e historias que se perdieron cuando fue derribada para dar paso a un centro comercial, y que sólo quedan en las memorias de lo que vivimos aquí alguna vez: ¡es la vieja vecindad en donde crecí!

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