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Empezaba el quinto año con la formación de esa mañana. Alicia se había puesto los zapatos nuevos que su mamá le había comprado la semana pasada. Los pasadores negros parecían grises sobre el cuero recién lustrado, su uniforme se veía impecable y remataba con el lazo que sujetaba su castaño cabello. Su insignia resplandecía tan orgullosa que cualquiera podía haber afirmado que era la alumna más bonita de ese colegio. Sin embargo ella sólo quería que una persona se lo dijera.

Despacio se acercó hasta él por detrás. Empinándose le sorprendió con un beso en la mejilla.

 

-         Hola, amor – le dijo esperando su boca.

-         Me asustaste – le devolvió.

-         ¿Qué pasa, qué tienes?

-         Pereza…

-         Mmmm – sólo supo decir.

 

Alicia y Miguel eran enamorados desde segundo año. Al  principio ella le era indiferente, ni siquiera paseaba sus ojos por él. Él no era físicamente agraciado y ella no más de un poco que él. No obstante, se sintió retado por esas miradas de ciego y, acercándose, fue ganando su simpatía, su amistad,  su interés, su carió, su afecto y su dependencia. Al final de ese año, ya eran pareja.

 

-         ¿Te gustan mis zapatos? – le dijo

-         Están pasables - contestó

-         Me los compró mi mamá

-         Bacán

-         Pero sabes que con esos adornos te ves como niña - añadió

-         Ay, sí pues... dijo ella sonriendo.

 

Fin del monólogo. Miguel continuó mirando al frente con la misma expresión de inquieto fastidio. Alicia lo miraba con el mismo brillo ocular de hace tres años. Como el primer día de su relación pese a que nada se le había arreglado: su piel se había tostado más por el sol, su barba minúscula ya se insinuaba en su rostro y su cabello estaba más largo pues su rebeldía ya gritaba liberación. Interiormente era el mismo muchacho aparentemente indiferente que ella mencionaba cómo “sólo cariñoso conmigo pues soy la única que entiende su amor”, describiéndolo como ese sentimiento progresivo y verdadero mientras se intensificaba día a día.

 

En ese instante llegó Elisa, de la sección vecina del mismo año. Pasó al lado de Miguel y le sonrió, sin darse cuenta que Alicia continuaba a su lado, se fue; y ella, como si estuvieran amarrados por una cuerda, a medida que caminaba, lo seguía manteniendo la misma distancia.

 

En un rato llegó más gente y se fue armando un grupo. Conversaban de las vacaciones, de sus chascarrillos. Alicia intervenía cuando podía. Miguel estaba al otro extremo, abrazando a dos compañeras. El timbre dispersó a la tribu.

 

Durante la formación, Alicia pensaba y pensaba. Al terminar, se fue cruzada de brazos y sin hacer un solo gesto. Miguel se le acercó y le increpó su actitud.

 

-         Nada, no tengo nada – dijo.

-         Ya vas a empezar seguro… - dijo él

-         No.

-         Otra vez por estar con ellas. Son amigas, ya te he dicho…

-         Me parece bien

-         Pero ellas no te ven del mismo modo

-         ¿A que te refieres?

-         Miguel, ya henos hablado mil veces de esto

-         Cierto. Y tú sigues en lo mismo

-         Seguro.

-         Mira, Alicia, pareces una niña, no cambias.

 

Y se fue a su sitio. Alicia quiso hacer lo mismo buscando otro que no sea a su lado. Miró, girando la cabeza por el salón y no encontró la carpeta. Estaba escrito: su lugar era detrás de Miguel, siempre detrás.

 

Silencio propio, conversaciones alrededor. Llegó la profesora. Hizo a los alumnos ponerse de pie y recitar el Padre Nuestro como todas las clases. Y la clase se desarrolló como todas, con el clásico “testamento” de tareas al final.

 

-         ¿Vas a mi casa en la noche para hacer la tarea? –le dijo Alicia a Miguel

-         Puede ser –respondió.

-         Ya pues, que sea a las ocho.

-         Listo. Y ya no pongas esa cara.

 

Y  sintió su mano rozando su mejilla. Sus ojos volvieron a brillar como linternas, se mostró engreída y sonrió. Miguel, haciéndose el sumiso, le dio un chocolate.

 

En el recreo, salieron abrazados a comer. Lleno de atenciones, invitó los antojos y hasta la acompañó a la biblioteca a retirar los libros que usarían en la tarea. A la salida, la acompañó hasta su casa y puso los materiales en su mesa. De pronto, un mensaje a su celular.

-         Me necesitan en casa – excusó

-         ¿Para qué? –interrogó ella

-         Quieren que les ayude a mover unas cosas –continuaba

-         ¿Cosas de qué? –insistió

-         No sé, ya los conoces…

-         Que pesados…

-         Bueno, amor, puedes ir leyendo. Voy, como que ceno, y regreso a las ocho como quedamos.

-         No, quiero…

-         Ya pues. Regreso, ¿ya?

 

Y se fue.

 

Alicia comenzó a leer. Sobre su tarea se decían muchas cosas en los libros. Extrajo un resumen sustancioso luego de hojear varias enciclopedias; y miró el reloj: eran las doce de la noche. Y ni cuenta se había dado.

 

Su comida, aún servida en la mesa, se había enfriado. Fue a la cocina y guardó la avena en el refrigerador, pues y no tenía apetito. Su paciencia y su angustia no dieron más: fue a su teléfono.

 

Las cinco veces que insistió,  el celular le respondió con la contestadota automática. En la última, le dejó un mensaje:

 

“¿Amorcito, dónde estas? Ya terminé la tarea, te estuve esperando. Llámame tan pronto como puedas.”

 

A la una de la mañana estaba en su cama. Boca arriba, tapada, miraba el cielorraso de su cuarto, sin pensar en nada, sólo flotando. A las dos, se durmió.

 

La mañana la recibió con el día en llovizna. Llegó tarde al aula, pues se había levantado tarde; y Miguel la esperaba, muy molesto por su impuntualidad.

 

-         ¿Qué paso? – le dijo.

-         ¿Qué pasó contigo? – respondió ella

-         Estuve ocupado y me ganó la hora

-         Cualquiera avisa

-         Me cortaron la línea y no tenía crédito en mi celular.

-         ¿Y los locutorios para qué están?

-         Me ganó la hora, Alicia. Punto.

-         Dejé un mensaje en tu celular. ¿Tampoco lo oíste sonar?

-         ¿Cuál mensaje?

-         Revísalo. Debes tener llamadas pedidas…

-         No lo he encendido, se descargó la batería…

-         Tienes razón –añadió-. Aquí hay cinco llamadas perdidas. Disculpa, amor, debí avisarte.

 

Alicia no respondió. Luego de un rato, Miguel añadió:

 

-         Bueno, la tarea es para mañana. En la noche me mandas los datos a mi correo. Yo devuelvo los libros a la biblioteca. ¿Te parece?

 

Alicia siguió sin responder. Pero bastaba su mirada para satisfacer la propuesta. Así se compensaba su sueño perdido la noche anterior.

 

En la noche se reunieron. Miguel llevaba casi una hora en la cabina, pero actuó como si recién hubiera llegado cuando Alicia ingresó desde su casa. Puntual como acordaron.

 

-         ¿Cómo estás? – le dijo ella

-         Bien, amor. Pensé que no venías…

-         ¿Me vienes a ver? Quizás quieras que vaya a tu casa…

-         No puedo, amor, tengo que avanzar aquí. ¿Qué harás tú?

-         Bueno, iré a ayudarle con la tarea a Jaime, me pidió por favor hoy…

-         ¿Y vas a ir tú sola a su casa?

-         Sí, le daré una mano para que haga su resumen

-         ¿Te molesta? – añadió

-         Sabes que no me gusta que estés sola en casa de otro chico – le dijo.

-         Ay, Miguel, otra vez…

-         Nada. Además, necesito que vengas a mi casa para que me expliques la tarea.

-         ¿En serio?

-        

-         Ya pues, le dejo las notas a Jaime y  me paso para tu casa

-         Mejor dile que nos alcance aquí; total, él es el interesado.

-         ¿Sí, verdad?

 

Llamó a Jaime y le comunicó las órdenes de Miguel. Pero al llegar a la casa de éste, luego de tocar el timbre varias veces, salió su padre por el balcón y le dijo que no estaba. Tampoco sabía dónde había ido. Lo llamó al celular. Contestaron pero no hablaron, y luego colgaron. Insistió. Esta vez respondió el sonido de apagado. En eso, Jaime llegó.

 

-         Te estuve silbando desde la esquina… - dijo

-         Ah –balbuceó. Sabes que no volteo cuando me silban.

-         Sí pues… ¿Bueno, los apuntes?

-         Aquí los tengo. Toma.

-         Bacán. ¿Y qué haces ahora?

-         Salí a comprar algo para beber, nada más.

-         Ah, compra. Te espero hasta que entres…

-         No, no te preocupes. Mañana te veo.

-         No es molestia. Apura, apura…

-         No, en serio.

-         Miguel no está en casa… ¿verdad?

-         ¿Qué? Me está esperando adentro

-         Alicia, no está la señora en la tienda y el teléfono público esta girado hacía ti. No soy ingenuo…

-         Pues que metiche eres.

-         Te entiendo, no quería que te pongas en ese plan.

-         Disculpa. Lo estuve llamando y no me contesta.

-         Algo debe haber pasado, no te alarmes…

-         Sí pues. Hasta su celular se apagó.

-         A veces pasa, se descargan.

 

Jaime le decía a Alicia lo que quería escuchar y ella oía sólo eso. Después de un rato de mirar al suelo, se fue en el mismo taxi junto a su amigo. No cruzaron más de un hasta mañana al despedirse. Unas cuadras antes de su casa, Alicia le dijo al chofer que se detenga: quiso caminar.

 

Estaba cruzando un parque, cuando de repente vio a dos personas sentadas en una banca. El reflejo del poste no le permitía distinguir, tanteaba sobre la traslucidez hasta que el hombre, sentado, besó a la mujer de su lado. Fue allí que sus ojos se abrieron recién: Eran Elisa y Miguel.

 

Su cabeza se adormeció. Tenía ganas de entrar en la escena, gritar y luego irse a llorar. Pero se justificó y decidió esperar. Los vio sentados un rato más en la banca hasta que se fueron. Alicia lloraba de rabia.

 

-         Miguel quiero hablar contigo – le dijo al día siguiente

-         ¿Qué pasa, amor? -dijo

-         ¿Por qué no me contestaste ayer? Fui a tu casa y te llamé…

-         Estuve copiando los datos que me diste

-         Tu papá me dijo que habías salido…

-         Sí pues. Me fui a buscar más información al Internet y, como estaba cerca, dejé el celular. Me hubieras ido a ver a la cabina…

 

Ante este cinismo, Alicia no toleró más y le dio una cachetada. La amabilidad de Miguel al instante se convirtió en ira.

 

-         ¿Qué tienes, oye?

-         ¡Eres un mentiroso! Te vi besándote con Elisa en el parque de mi casa… ¡Todavía cerca de mi casa!

-         ¿Yo? ¡Estás loca!

-         ¡No me mientas ya! Te vi, ayer en la banca. Y te olvidaste allí el lapicero que te regalé

-         Hay tantos como ése…

-         ¿Con mi dedicatoria grabada así?

 

Miguel se quedó en silencio y, finalmente, explotó:

 

-         Ya, está bien. Sí, era yo. Ya me tiene harto, sofocándome con tu presencia, me sigues a todos lados, de aquí para allá. No te vale, por último, Alicia, ya sabes que maricón no soy y te quedó claro…

-         Eres un idiota, Miguel – sólo atino a responder.

 

Se fue corriendo y se encerró en el baño a llorar. Estuvo las dos primeras horas allí, hasta que la auxiliar la oyó y le habló:

 

-         ¿Qué te pasa, Alicia?

-         Nada

-         ¿Te duele algo?

-         No

-         ¿El corazón?

-        

-         Te hizo algo Miguel…

-         Me engaño.

 

Todos en el colegio conocía la relación de Alicia y Miguel, ella la cantaba todos los días. Y también la conocían bien y sabía como consolarla. “Todos son iguales”, “no te pongas así, no vale la pena”, “no llores por quien no lo haría por ti”, “verás, que el regresará a buscarte” y bla, bla, bla.

 

Funcionó. Alicia se sintió mejor al cabo de un rato y ya estaba sonriendo de nuevo. Nuevamente segura, regresó al salón. Fue a su único sitio y no soltó ni una palabra. Miguel le hablaba y ella le rebotaba las preguntas con su silencio. Estuvo en ese juego durante una semana.

 

Al fin de la misma, Miguel la llamó a un lado.

 

-         Alicia, ven

-         ¿Dime?

-         Ya no puedo más: fui un idiota y tienes razón. Elisa y yo somos amigos y ese besó no significó nada para mí. No sé que me pasó. Sabes, que te quiero a ti, de hecho cuando lo hice pensé en ti. Disculpa, si reaccioné mal la otra vez, ponte en mi lugar por un momento. No puedo estar sin ti. Esta vez, hablaremos de todo para reforzar nuestra relación.

 

Parecía un deja vú. Alicia había vivido lo mismo el año pasado cuando Miguel terminó la relación para estar con otra chica. Después de morderse los labios, sus ojos se inundaron, no por él sino por lo que luego susurró:

 

-         Yo también te extraño, Miguel…

-         Lo sabía, amor. Ven

-         Te quiero mucho, nadie te querrá como yo…

-         Me haces feliz, ya no llores. Mira: Te compré esta pulsera, como te gustan

-         Gracias

 

Se la puso y ella bajó la mirada. Otra vez pisaba un suelo de nubes; y se sentía tan bien. Miguel tomó su mano y se fueron caminando Alicia miró el brazalete y, por un instante, le encontró similitud a un grillete. Cerró los ojos y desterró esas ideas de su cabeza. Sonrió y lo miró a los ojos. Siguió caminando.

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