Solo lo conseguí durante unas pocas semanas y luego, ese sentimiento volvió a mi con renovadas fuerzas. Siempre había tenido que guardarme ese amor secreto. Solo una persona sabía lo que me pasaba y ella era mi único consuelo, mi cómplice. Durante el resto de la primera parte estuvimos allí sentados, con su mano sobre la mía, yo emocionada y llena de felicidad. Era una dulce tortura notar el tacto de su mano sobre la mía. En el descanso, tomamos un café en el bar. En silencio, mirándonos a los ojos y diciéndolo todo con la mirada. No cabian palabras.
Noté un brillo especial en sus ojos, algo que nunca había visto antes. Cuando anunciaron el comienzo de la segunda parte, me cogió de la mano y volvimos a nuestras butacas. Su mano no soltó la mía y noté que acariciaba el dorso de mi mano suavemente. Y la música acompañaba tan bien a mis sentimientos que si en aquel momento hubiese muerto, lo hubiese hecho en la más absoluta felicidad. Y finalmente terminó, para tristeza mía. Salimos a la cálida noche de Julio, yo aún con lágrimas en los ojos, él muy serio.
Subimos al coche y, en silencio, rodamos por la ciudad. El conducía rápido entre la escasa circulación. Aún la noche era joven aunque a mi no me importaba la hora, solo el momento. Lo único que deseaba es que el momento fuera eterno. Me llevó a su casa. Subimos en el ascensor, con las manos cogidas. El tomó mi barbilla con una mano y, suavemente, me besó. Y luego, en un arrebato, nos abandonamos en un largo e intenso beso. El tiempo se detuvo o quizá sería el ascensor.
Entramos en su apartamento. Estaba en penumbra. Los débiles rayos de luz de una farola se colaban a través de los ventanales, derramando una luz difusa a nuestro alrededor. Me condujo al dormitorio y allí nos desnudamos uno al otro, lentamente, sin prisa. Deshice su pajarita, el desabrochó mi vestido y, finalmente desnudos, nos dejamos llevar. Nunca había experimentado algo tan sublime. Por una vez en mi vida hubieron fuegos artificiales. Al final, agotados, nos tendimos uno junto al otro, abrazados. Si unas horas antes hubiese muerto absolutamente feliz, ahora lo único que deseaba era vivir para y por él.
Y poco me importaban convencionalismos ¡nada importaba! Solo el aquí, el ahora, y el milagro del amor. Dedicado a los amores pasados, presentes y futuros. Al goce de amar y ser amada.