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Sucedió antes de la pandemia, cuando todavía el barbijo era una cosa solo de japoneses locos allí al otro lado del mundo y nada auguraba que serían vestimenta obligada en cuestión de meses.

La vi dormitando una tarde de junio en el trayecto hacia el centro de la ciudad. Un sol tibio le daba directo a un lado de su inclinado rostro, el cual momentos después brilló con un aura dorada. Yo estaba parado sosteniéndome de un agarrador en esa movilidad pública que por la hora estaba casi lleno.

Estudié su rostro mientras lo miraba disimuladamente, no vaya a ser que alguien me acuse de acoso obligándome a dejar de verla.

Rostro alargado, pestañas inmensas y pobladas, unas finas cejas que dibujaban el contorno de sus párpados, piel trigueña y tersa; cuello fino, escote breve, una blusa blanca de manga corta cubría sus senos que se imaginaban generosos.

Sin embargo, esa melena de oscuros y ondulados cabellos que caían sobre sus hombros y que cubrían un poco su rostro, me hipnotizaba. Cabellos de un negro azabache que brillaban al sol, rompiéndolo en destellos de puntos de luz que caían en ondas enmarcando su rostro.

Su pecho subía y bajaba lenta y acompasadamente mientras la veía entreabrir un poco los ojos para que se cierren después.

Me hubiera gustado estar sentado junto a ella y decirle que descanse en mi hombro hasta llegar a su destino.

La imaginaba recostada así, mientras olía el perfume de sus cabellos, mientras escuchaba el suspiro de su respiración.

Su rostro llamaba a mi memoria, parecía golpear en algún recóndito lugar de mi sub consciente pero no llegaba a saber donde. Seguía perdido entre sus pestañas, su nariz perfecta y esos labios finos y rojos que dejaban entrever un rastro de las perlas de sus dientes. Me perdía entre sus cabellos que tocaban esa quijada y la piel de su cuello.

Me estaba perdiendo completamente en su visión. De pronto me daba cuenta que la estaba mirando mucho y cambiaba de mano en el agarrador o sacaba el celular y ponía otra música, algo que me gustase para que el gusto tenga una imagen a partir de ese momento. Siempre viajo con audífonos, no soporto la música del transporte público.

En un momento de esos que cambiaba de postura, la bella despertó y mirando por la ventana se sobresaltó. Bajó la cabeza como para despejarse y miró al frente. Esas pestañas infinitas me mostraron sus ojos negros, los abrió sorprendida. Parecía que había dejado atrás su parada, pero volvió a mirar por la ventana y se calmó, lanzando un breve suspiro de alivio.

Se arregló un poco el pelo y el rostro y pidió permiso a la persona que estaba a su lado para salir.

Yo la miraba embobado. Aun disimulando, grabando a fuego en mi mente cada contorno de ella. Cuando salió de su sitio y se incorporó completamente ya en el pasillo quedé prendido completamente y toda ella se dibujó ante mi como ese ideal que uno sueña ver alguna vez.

Caminó por el breve pasillo y los 3 o 4 pasos que la separaban de mi los cruzó en menos de dos segundos. Yo soy un tipo grande y grueso y tuvo que pedirme paso cuando llegó junto a mi, pero ella era alta y me di cuenta que tenía el cabello mucho mas largo de lo que imaginé y aun mucho mas ondulado.

Apenas levantó la vista cuando me habló para pedirme permiso y la vi directamente a los ojos. Me hice un poco a un lado y pasó apresurada.

Entonces fue que mi mente se abrió como una bomba y la recordé. La recordé mientras se iba hacia la puerta y esperaba que se detenga la movilidad para bajar. La había visto en algunas fotos de Facebook junto a un grupo de amigos comunes en una reunión a la que no fui por que había tenido un día cansador y preferí quedarme en casa. Pero allí estaban esas fotos y ella entre los reunidos.

Me había arrepentido como loco por no haber estado. Pero ahora la tenía allí, a unos metros de mi y se iba. La miré mientras se bajó y la seguí mirando cuando la movilidad partió y ella esperaba para desaparecer luego.

Rato después miré el Facebook, y allí seguía mi solicitud de amistad, esperando ser respondida.

Aun hoy a veces veo esa solicitud como el toque sutil a una puerta que se que jamás se abrirá.

 

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