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CONSTRUIR CASTILLOS DESDE LAS CENIZAS

Amor eterno, para siempre. Prometer el cielo y heredar el infierno. Damos el corazón a quien amamos, y tal vez, recibimos algo, pero si ese amor es traicionado: ¿Qué recibimos?

Henry observa la fotografía de su amada, Evelyn. La noche de New York es fría como cualquier enero. Impiadosos latigazos de nieve invernal torturan las estructuras de esa colosal ciudad. Aunque corpulenta es débil ante los flagelos de ese designio helado.

Las lágrimas destrozan su rostro, lo desfiguran. Sufre en verdad. Observa esas fotografías infames, y su corazón casi no pude devolver el ritmo cardíaco.

Una tenue luz de la luna moribunda, trata de colarse por esos ventanales monumentales que se irguen en los edificios, justo en de Henry, que con paciencia, perfora los muebles que lo rodean para posar en su torso.

Es potente en esa oscuridad de la habitación. Henry está iluminado por una lámpara cerca de su rostro: se dirige directamente a esas fotografías.

Es Evelyn, una joven mujer de apenas treinta años, cabellos rubios y ojos almendrados, besando a un hombre que no es Henry. Se ven apasionados. Como el amor que él le profesó durante años.

Observa sus ojos, tratando de descubrir algo imposible: ¿el porqué de la traición? O más aún: ¿en qué fallo? Para que otro hombre la besará así y ella sintiera lo mismo que cuando él la besaba.

Ojea lentamente las fotografías: son claras. Evelyn ama a otro hombre. Esta apasionada, se la ve feliz. ¿Por qué no se atreve a decírselo? ¿Que mezquina intención oculta?

¿Por qué le clava la daga infame en su corazón y puede morir en paz? Y acaso eso exista. Aunque la verdad, aunque dolorosa es mejor al engaño.

Ese detective contratado fue eficaz. Logró las fotografías que él nunca quiso ver y al mismo tiempo se lo merecía. Se merecía la verdad.

El amor de tres años se había acabado, pero sin embargo, ella, no se lo decía: ¿por qué?

Tal vez por el hijo que habían procreado. El joven Richard, de apenas tres años. Padre e hijo, a merced del amor de  Evelyn. De lo que ella quiera dar.

El amor es incierto y al mismo tiempo tan claro como el día: se ama o no se ama.

Henry acaricia el débil e inocente rosto de su hijo, entre sus brazos, mientras mira esas fotografías infames y que delatan que él no es el amor de su vida. Es otro hombre.

El frió invernal cubre de blanco la ciudad que nunca duerme. Esteriliza todo a su paso. Lo aletarga. Todo es más lento y duro en el invierno. Hasta amar u odiar.

¡Cómo se puede odiar a alguien al que se ama! Solo se puede sentir dolor. Angustia. Desesperación. Vacío.

Las lágrimas siguen insultando el rostro de Henry, su corazón casi no puede latir. La muerte sería su salvación pero no la solución. Tiene un hijo en quien pensar.

Destruye esas fotografías. Besa nuevamente a su hijo.

Observa como la nieve cabe sobre la ciudad, opacando todo. Se aferra fuertemente al niño,  que logra despertarlo. Lo mira fijamente a los ojos, es fruto del amor, eso no lo duda.

―Duerme hijo mío. Mañana será otro día.

No sabe cómo, pero logrará recuperar el amor de Evelyn. Es consiente que el amor no es propiedad de nadie. A nadie le pertenece y nadie puede reclamar su propiedad.

Deberá luchar como el principio, cuando conquisto su amor. Deberá hacer lo imposible y más allá.

Deberá construir un castillo desde las cenizas de amor perdido: ¿por qué no?

¿Acaso el amor no se construye desde la nada? Antes de amar a alguien: ¿qué existía? Nada. ¿Por qué no empezar desde allí?

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