SUICIDIO
Algún tipo de frecuencia vital parece motivar el suceder de los demás organismos mientras él está a punto de quitarse la última daga de su espalda, renunciando a todas las posibilidades de un mejor porvenir porque la vida sólo le mostró su lado más hostil; decidido a deshacerse de su piel y de su sangre, de la sombra de un cuerpo ausente de ligereza y armonía, para por fin tener, al menos, algo de ligereza en otro estado de la existencia desmitificando los parámetros de esta dimensión. Ya por fin decidió terminar con una vida disoluta en el deber hacer, en los momentos sin substancia, en la versión más tenue de una noche cálida y despejada, porque las llamas del infierno estuvieron ardiendo justo bajo las plantas de sus pies quemando cualquier atisbo de esperanza; y duele no ser parte de los otros a partir de sí mismo, duele el olvido más que la soledad.
Poco a poco va deshaciendo las cadenas que lo atan a la materia, va borrando las leyes que lo maquinizan dentro de los sistemas, va liberándose de cada lastre de los días normales mientras sus pupilas se empequeñecen; su respiración reduce la velocidad mientras sonríe porque hoy es el día más hermoso de toda su vida, quizás el primero. Hoy celebra y todo le parece bello hasta el punto de sentir nostalgia, nostalgia por la vida, aceptando que él y sólo él es responsable del sendero que ha recorrido hasta el día de hoy, liberando la belleza del mundo de todas sus penas y amarguras, haciéndolas polvo.
Y justo en el momento en que logra silenciar los pensamientos después de observarlos en tercera persona, pierden sentido las angustias y las ausencias, las incertidumbres y los anhelos, para sentir el ímpetu de todo su presente, presente que presencia cómo un ser vivo se logra liberar de su organicidad y de las leyes de todos los hombres hasta hallar el principio de la paz, o de la nada, detrás de la decisión más difícil y más certera.
Entonces, aquel veneno se inscribe en su cuerpo estableciendo el parágrafo de la muerte tercera, y no hay nada que reprochar, porque supo que lo hermoso del amor tenía como reflejo la fragancia sobre las espinas y la miel sobre el salitre; porque supo todo este tiempo que tuvo en sus manos la llave que abría la cárcel de su mente. Y no hay momento más refrescante para él a 38 grados por la tarde, y sus células ya no transforman la luz del sol en la energía responsable de todos los procesos; muere feliz y es aquí, en este momento de la vida, donde vale la pena sonreír.