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Ir a: El peregrino de la nada (1)

Capítulo 1: “La ciudad prohibida”

La humanidad – reflexionó el Peregrino – concentra en sí misma la imperfección. Lo único perfecto es la libertad. Y el hombre no ha sabido asumir su propia libertad. Se mueve en un universo de contradicciones que no llega a vislumbrar el verdadero sentido de su existencia: internalizar el concepto puro de la libertad. La libertad, en sí misma, no es una concepción difícil de absorber concienzudamente. El sujeto – en el plano intrasubjetivo - debe aprender a conocer su libertad interior, una motivación subjetiva tan simple que no es apreciada en su contexto integral por él, porque existen elementos exógenos que lo inhiben y lo reprimen apartándolo de su individualidad para someterlo a las reglas de convivencia social”.

Luego de estas cavilaciones, Juan se movió y tras poner el primer pié para iniciar su marcha, volvió a manifestar en voz alta:

-“Desde pequeño me enseñaron que la perfección solo existe en Dios. Éste Enviado no era humano, por lo tanto debió ser perfecto a la medida de Dios, pero… - se detuvo algo sonriente, un sonrisa triunfalista al fin, por ello entre risas exclamó - ¡Yo he vencido al ángel, quien demostró no ser perfecto y en consecuencia ¡Yo – y se tomó el pecho – he alcanzado la perfección porque como humano mi libertad interior me permitió destruir  los argumentos del Enviado!”

En su soberbia existencial, el Peregrino inició su camino a través del desierto.

A medida que avanzaba, su trayectoria parecía retroceder en lugar de adelantar, su cuerpo se movía en la dirección fijada, pero los elementos que lo rodeaban: el camino, las nubes, la tierra, el aire que respira, todo se volvía hacia atrás.

Esto lo llevó a trasladarse en el tiempo, un tiempo que ni él mismo pudo determinar.

***

La mujer estaba sentada a la entrada del portal principal de la Ciudad Prohibida.

Lloraba al ver tanta corrupción y desenfreno moral. El joven Peregrino que la vio llorar, se acercó y le preguntó:

-¿Por qué lloráis mujer?

-El Enviado ha llegado para destruir la ciudad…Tanta miseria corruptible en la existencialidad humana ha producido que bajara el ángel de la muerte.

-¿Por qué querría el ángel exterminar la plena libertad de los hombres? – preguntó Juan

-Peregrino – se asombró la mujer – no es libertad esto, es un libertinaje total, ved y contemplad las calles de la ciudad.

-Pero, cada cual hace lo que desea ¿Habéis presenciado muertes por asesinato?

La mujer lo miró sorprendida, al cabo de unos segundos musitó con cierta duda:

-No…no…creo que no.

-Creéis o estáis segura.

-Si – vaciló – no ha habido asesinatos.

-¿Robos?

-Tampoco.

-¿Violencia?

-¡Jamás!

-Entonces…¿a qué llamáis libertinaje?

-Me refería a las acciones de los hombres y mujeres, haciendo el amor en todas partes.

-Y ¿las leyes de ésta ciudad lo prohíben?

La mujer sonrió con sarcasmo:

-No hay leyes ni autoridad en esta ciudad.

-Si no hay leyes, entonces, cada cual puede hacer lo que le plazca, siempre y cuando cada cual respete los derechos de los otros.

-Pero, el Enviado no dice lo mismo lo que vos me explicáis ahora.

El Peregrino ya muy molesto a causa de recordarle siempre los dichos del Enviado, exclamó:

-El Enviado comete errores… es inevitable – y se detuvo reflexivo y extrañado dijo – pero,  en este lugar debería estar sentado  Lot.

-¿Lot? –expresó la mujer con extrañeza – decidme peregrino ¿quien es ese Lot del que vos me  habláis?

-Según las escrituras… - y se detuvo - ¿no es esta la ciudad de Sodoma?

-Tú lo habéis dicho – respondió la mujer.

-Entonces, debería cumplirse con lo que dicen las Escrituras, esta ciudad será destruida.

-Os lo he dicho – añadió la mujer – el Enviado ha llegado para su destrucción.

-Entonces, ¡salid inmediatamente de aquí! – le advirtió el Peregrino – el Enviado cumplirá con su palabra.

De pronto la mujer cambió su postura, su rostro pareció transformarse, el Peregrino vio en aquella mujer el engendro del mal.

-Soy una prostituta – añadió la mujer – no le temo al Enviado.

-Mujer – volvió a advertirle el Peregrino – recién llorabais por la destrucción de la ciudad, llorabais por la corrupción sexual…decid ser una prostituta acaso ¿No le teméis?

-No – añadió la mujer – por que no lo hará. Desafiaré a ese a quien él invoca. La perversión se dueña de aquel que trata de encontrar la felicidad.

No entendiendo lo que esa mujer quiso decir, preguntó

-¿Cómo sabéis que no cumplirá con la orden que le dieron? ¿Por qué habéis cambiado tu discurso?- preguntó al borde de la histeria.

-La carne llama a la carne, Peregrino – respondió la mujer.

Dicho esto se alejó hacia dentro de la ciudad en busca del Enviado.

Juan se retiró de las puertas de la ciudad y no quiso presenciar su destrucción, las Escrituras hablan de una lluvia de fuego, no quería perecer de manera tan funesta.

Esperó una hora, tal vez dos…tal vez tres…pero pasó el día y transcurrieron dos noches y la ciudad siguió en pié.

Al quinto día, el Peregrino entró a la ciudad.

Todo estaba en absoluto silencio, pero no había muertes, la gente a su alrededor caminaba sin tener en cuenta que algo había sucedió allí.

-Es que ¿nada sucedió? – expresó el Peregrino

Pronto la mujer que había estado con el Peregrino se presentó. Ataviada con un traje de seda y joyas que cubrían su delgado cuello, Juan se sorprendió y casi midiendo – tal vez por temor – sus palabras se atrevió a preguntar:

-¿Podéis deciros qué os ha ocurrido?

-La carne llama a la carne, joven Peregrino. Venid y os mostraré.

Lo tomó de la mano y lo condujo dentro de una habitación finamente decorada, allí, desnudo…posaba el Enviado.

Sonriente, impúdicamente tocándose sus miembros, dirigiéndose al Peregrino que, aun no salía de su asombro, le sugirió:

-Venid, joven Peregrino. Existir es maravilloso. Teníais razón en todo lo que me habéis dicho. Existir en libertad es disfrutar plenamente el vivir.

-¿No le temes al castigo? – preguntó el Peregrino.

-No le temo a nada, porque nada es y nada hay de donde yo vengo.

- Habéis cambiado Enviado. No decíais lo mismo cuando me habéis encontrado. Habéis dicho que seis hombres preparados para trasmitir la Palabra y vos ahora, aquí ¡desafiáis la orden de vuestro Señor!

-Esta mujer me hizo probar la miel y el éxtasis del amor. Comprendí mi condición carnal. No le temo. – Sentenció.

-¿Dónde podré encontrar a esos seis justos de aquellos que vos me hablasteis?

El Enviado dijo entonces:

-No lo sé. Debéis encontrarlo vos mismo. Ahora venid y haced lo que vuestra merced desee, estoy aquí para serviros.

-No lo haré, tengo la impresión que me habéis provocado náuseas y me iré de este lugar.

-No os asustéis. La ciudad no se destruyó. Nada podrá vencer ahora nuestra voluntad de ser y hacer.

-Estoy en dudas – respondió el Peregrino – seguid vuestro camino que yo seguiré el mío. No sé lo que busco, pero sé que estoy en la búsqueda de algo.

Contradicciones, no solo semánticas, sino de carácter psicológico en las expresiones de estos particulares individuos.

Pero, hay una razón latente. Cada cual busca un camino que lo lleve a descubrir la verdad.

Una verdad que no está escrita aun. Una verdad que, aunque parezca una sin razón, en el fondo es la única verdad que podría enderezar la vida de los hombres.

¿Donde la encontramos?

Esa es la incógnita que ni el propio Peregrino, ni el Enviado podían desentrañar.

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