Lo sé, te perdí.
Te perdí en la canción que jamás voy a escuchar, esa que, aunque suene, no encontrará mis oídos porque lleva tu nombre. Te perdí en las palabras de la chismosa del barrio, en sus susurros maliciosos que saben más de nosotros que yo mismo. Te perdí en los números de tu edad, grabados en mi memoria como si fuera una fecha que nunca podré olvidar.
Te perdí en la fragancia a jazmín que aún flota por la casa desordenada, esa que alguna vez compartimos sin decir mucho, porque las palabras sobraban entre nosotros. Lo sé, te perdí en cada rincón, en cada gesto, en cada detalle pequeño que ahora solo me recuerda tu ausencia.
Pero también sé que debía ser así. Porque, aunque doliera, aunque me cueste admitirlo, nunca te encontré realmente. Quizás busqué en lugares donde no estabas, o intentaba aferrarme a una idea de ti que solo existía en mi mente. Y ahora, al perderte, entiendo que nunca pude sostener lo que no era mío desde el principio.
Así que aquí estoy, aceptándolo. Dejando ir no solo lo que éramos, sino también lo que nunca llegamos
a ser.