Desde los primeros días que comencé a escribir, mi biografiada tomó por asalto mi cuarto sin ninguna explicación. Al principio, su presencia me llenaba de aprensión y lograba distraerme por completo. El día que comenzaron sus visitas, tomó una de las sillas que se hallaban por ahí y la colocó casi junto al sillón que uso para mis trabajo. En los movimientos involuntarios que hago, o cuando trato de desperezarme por el cansancio, su cabellera color oro viejo alcanza a rozar mi brazo y un escalofrío de placer recorre mis sentidos. Jamás quita la mirada de la hoja que está sobre el rodillo. Aunque ya ha leído todo lo que llevo escrito, varias veces, al regreso de mi deambular, la he sorprendido hojeando lo que guardo en un cúmulo de fólderes que he estado archivando encima de mi escritorio. Por fortuna, al poco tiempo me fui acostumbrando a esta situación, aunque, en momentos, su presencia no me es tan grata como yo deseara o, tal vez como ella pretende que sea. Ella, tenía la mala costumbre de escudriñar por encima de mi hombro e ir leyendo en monosílabos apenas audibles lo que yo iba escribiendo, lo que también era causa de que perdiera mi concentración. Cuando toco algún tema grato a su existencia, deja escapar un prolongado suspiro de añoranza, se retira con paso mesurado y va y se planta ante el ventanal de mi alcoba y contempla por un momento las sombras de la noche a través de las transparentes cortinas. Ese es su lugar preferido, tanto, que ya me he acostumbrado a ver su silueta delineada a trasluz del reflejo de las luces del exterior. Su hermoso cuerpo apenas deja adivinar un poco de su belleza. Su vestimenta permanente es una especie de Chilaba que solo cambia a diario por el color. A veces, es un azul tenue, otras, un sutil aperlado pero, el preferido de Ella, (y el mío también) es el color lavanda, color que hace juego con el brillo de sus ojos, un Verde-Gris tornasolado. Estoy seguro de que ella está convencida de que ese color es mi preferido, (el lavanda) los días que usa ese color, un tenue perfume se desprende de su cuerpo y la noto (La siento) mas sensual, como si una fuerza invisible uniera nuestros sentidos y tratara de avasallarnos. Sin embargo, el rictus desdeñoso que noto en sus labios, me hace tornar a la realidad y continúo con mi trabajo. Cuando me veo obligado a abordar un tema desagradable para ella, me contagia su malestar a través de su cuerpo que casi recarga sobre mi hombro. Contempla expectante lo escrito, como si tratara de borrar lo que no le agrada, me mira de reojo, como pidiendo una explicación, o, tal vez, como una forma de oculta amenaza. Algún dato chusco que intercalo en alguna de las páginas,(dada la extensa bibliografía que he acumulado al respecto) tienen la loable virtud de hacerla reír en forma espasmódica, como si le costara mucho trabajo el hacerlo, esto también me ocasiona contratiempos, dado que, en esas ocasiones, me Aferra por los hombros y me zangolotea a su mismo ritmo, lo que me impide continuar con mi trabajo. Otras veces, cuando estoy tratando de adecuar una oración al contexto y quiero pensar en la mejor forma de conceptualizarla, casi palpo su nerviosismo en sus exagerados movimientos que me acucian a continuar. A veces me siento como el pintor que ha elegido a un modelo principiante y tiene dificultades en trazar sus bocetos.
En varias ocasiones se levanta de su asiento y va a sentarse a la orilla de mi cama, la noto nerviosa, meditabunda, como si tratara de dilucidar algún misterio insondable, o atrapar alguna idea esquiva. Mientras ella se halla en ese estado, trato de concentrarme en mi trabajo hasta que me doy por vencido. Dejo de teclear y dirijo mi vista hacía ella. Al sentir mi mirada, vuelve su rostro, me contempla dubitativamente y me sonríe en forma cómplice, estira sus brazos por encima de su cuerpo y sus senos se elevan desafiantes. Se levanta del lecho y vuelve a sentarse a mi lado, un poco detrás de mí.
Jamás hemos cruzado una sola palabra entre nosotros, pero, estoy seguro de que no es necesario. Conozco sus costumbres. Siento cuando se halla aburrida, cuando se siente triste, su alegría desbordante y apasionada me insufla un renovado brío desconocido para mí. Cuando no me encuentro en condiciones de escribir, dado mi carácter huraño e introvertido, un gesto de sus labios, una mirada intensa, o, un ademán imperceptible, me hacen sentir que me ha comprendido y dejo mi tarea por dos o tres días, los que dedico a despabilarme un poco de mis sentidos ahogándome en vino por veinticuatro horas seguidas. Para curarme la resaca, acostumbro ir a dar una caminata por el campo hasta que me siento extenuado. Cuando reanudo mi trabajo. Ella, parece complacida y muestra mas interés por lo que voy escribiendo. La noto mas apegada a mí, mas sumisa, mas asequible.
Cuando comencé mi labor, sentía transcurrir el tiempo en forma vertiginosa, y consideraba que nunca iba a terminar esta, pero, parece que el tiempo ha ido deteniendo su marcha, como si hubiese convertido sus grandes zancadas en un paso menudo. Todo ha cambiado a mi alrededor. Mis padres murieron, mis hermanas y hermanos se han casado, sus hijos han crecido, y yo sigo escribiendo mi libro. Mi vista se ha cansado, ahora uso lentes de graduación. He tomado la costumbre de escribir solo de noche, para ello, he colocado una lámpara de lectura encima de mi escritorio, lo que me permite abismarme en mis pensamientos en una semi penumbra. Me he convertido en un autentico mecanógrafo pero, las ideas ya no fluyen de mi mente como al principio. Mis dedos recorren nerviosos el teclado sin escribir una sola letra, en espera de la negada inspiración.
He adecuado mi habitación a mis gustos, mis costumbres, y, a mis tiempos. Sigo ocupando la parte del día en deambular por todos los recovecos de la ciudad y por la noche retomo mi labor. La música estridente que escuchaba en los primeros años y, que notaba que a ella le fastidiaba, se ha convertido en música clásica tocada a medio volumen. Lo que a ella también le agrada. Cuando las notas de Brahms inundan la habitación con sus arpegios para cámara, siento vibrar su sentidos con mil emociones desconocidas que me transmite a través de su cuerpo. Wagner, por el contrario, con su Lohengrín o, el Anillo de los Nivelungos, la ponen tensa, como si estuviera a punto de marchar al frente de una horda de luchadores sin Destino