Cuando Juan Carlos, después de leer en décimo grado "El Quijote de la Mancha", entregó su análisis al profesor, jamás se imaginó que su vida quedaría marcada para siempre con esas famosas palabras: "En un lugar de la Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme...". Una semana después, al recibir el trabajo calificado, se sorprendió de que su nota fuese un dos. Había esperado por lo menos un cuatro, pero no lo obtuvo. También estaba más que sorprendido su compañero de grupo, Alejandro. Esta nota les hacía perder la asignatura y ellos no tenían ninguna intención de repetirla.
Luego de retirarse todos los demás alumnos del salón y esperar pacientemente la acostumbrada fila de reclamos al profesor menguara, Juan Carlos y Alejandro, por fin, habían logrado acercarse a su maestro. Después del tradicional silencio embarazoso, disculpas y ruegos ofrecidos ante el escritorio del profesor, como si fuese un altar pagano, el maestro decidió darles una oportunidad. Claro que hay que ver si era un favor o una maldad lo que les hacía:
- Si ustedes me consiguen a un Quijote moderno y me lo sustentan, jóvenes, les dejaré un diez en definitiva. - Dijo el maestro con una sonrisa socarrona pintada en los labios. En seguida se acomodó los anteojos, cerró su libreta de notas y con una inclinación de cabeza, se despidió de los contrariados estudiantes.
Juan Carlos estaba determinado en pasar la asignatura a cualquier costo, así que con una determinación en la cara y mil pesos en el bolsillo, se dirigió a la puerta, seguido por Alejandro.
- Bueno, vamos.
- Y ¿qué haremos? - Preguntó desolado Alejandro.
- Pues buscar al Quijote.
- ¿Dónde?