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Juan Carlos miró a su amigo, meneó la cabeza y le dijo que lo esperase. Se adelantó y entró a una tienda que se encontraba unos metros más adelante. En cinco minutos salió con dos pasteles de carne y un par de gaseosas en sus manos. Alejandro miró a su amigo con los ojos abiertos llenos de asombro. Recibió calladamente su pastel y gaseosa y en silencio lo comió. Después, se quedó mirando a su amigo, queriendo hacer la pregunta, pero sin atreverse. Juan Carlos leyó la pregunta en los ojos de su amigo y con una sonrisa le aclaró el asunto:


- Simplemente le pedí en nombre de Dios una ayudita y la doña me ayudó.


- ¿En nombre de Dios?


- En nombre de Dios.


Siguió un silencio pesado que fue disipándose por la algarabía de los estudiantes que salían apresurados de la Universidad Javeriana. Y de repente, los ojos de Alejandro se iluminaron, mirando fijamente a su amigo.

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