¿Por qué cuando una casa está invadida por espíritus, decimos que está encantada? ¿Es que hay algo encantador en todo ello? Quizás sea por que nos atrae tanto la idea de la vida tras la muerte, que a pesar de ser un hecho la mayoría de las veces trágico, nos causa una extraña atracción. Nos fascina, nos encanta.
Quizás no tenga nada que ver una casa encantada con el encanto que a mi parecer desprenden este tipo de moradas. Quizás sólo sea uno de esos caprichos del lenguaje que ha unido estas dos ideas en una palabra polisémica, y por tanto con varios significados independientes el uno del otro.
Así que dado que no tengo una respuesta, quizás lo mejor sea que me centre en la historia que he decido compartir con ustedes, y no dé más rodeos absurdos.
La historia que quiero contar gira en torno a una casa. Una casa desabitada hace ya muchos años. Maltratada por el tiempo y el abandono, más bien en ruinas se podría decir. Se encuentra en los primeros metros de una silvestre montaña suiza. Con esto esta casa no parece muy particular. No más particular que el resto de casas maltrechas que andan por el mundo. Bueno al menos ésta se encuentra en Suiza rodeada de un ambiente impresionante. Pero éste no es el detalle más importante de la casa, ni la razón por la que os cuento su historia. La razón por la que he decidido narrar el siguiente relato, como muchos ya habrán sospechado, es por estar encantada. O dicho de otro modo por estar invadida por espíritus.
Las razones de por que está invadida esta casa escapan a mi comprensión, he oído muchas historias. Historias similares a las que habrán podido escuchar ustedes de otras casas con esa fama. Tampoco sé hasta que punto lo que se dice de ella es verdad. Bueno, generalmente el narrador conoce todos los detalles de su historia, sobre todo si es inventada como ésta. Pero en esta ocasión debo reconocer que existen detalles que escapan de mi comprensión. Que huyen de mi entendimiento y que se me esconden, pudiéndose revelar sólo por medio de mis personajes, que en ocasiones saben más detalles de los que conozco yo mismo.
Ese era el caso de aquellos niños que traveseaban en aquel precioso y nevado prado. Y que curiosamente hablaban en estos momentos de aquella casa y de los misterios que ésta esconde. Cada uno contaba una historia diferente, pero con ingredientes comunes. Los habitantes de aquella casa habían sufrido una gran desgracia, producto de alguna lejana guerra, algún desafortunado accidente o un crimen vil y cruel, debido al cual un padre, un hijo, o un marido había perdido la vida. Pero la historia continuaba; a consecuencia de tan trágico suceso una persona, siempre del género femenino, permanecía en la casa esperando vanamente al difunto familiar querido. Perdiendo por ello la cordura y gritando por la ventana todos los días hasta que murió, sola y loca. Pudiéndose oír todavía sus gritos, arrastrados por el viento hasta el valle, desde la montaña.
–Eso es mentira, yo no me lo creo–. Dijo Kristin con su habitual desaire.
–¿Por qué no puede ser el marido quién grite el dolor de su mujer muerta en la guerra?
Kristin siempre salía en defensa de la mujer para igualar su papel con respecto al hombre. Aunque fuera para algo malo. Desde luego ella se consideraba igual que cualquier niño que ella conociera. Incluso mejor que la mayoría y no podía aceptar que fuera siempre la mujer la que llorara la perdida de su ser querido y no pudiera ser un hombre que llorara la suya. Pero aquello era ridículo, Kristin no podía tener razón, no podía tolerar que se alterara la historia, dado que dicha historia ya tenía suficientes lagunas como para que viniera aquella estúpida a embrollarlo todo. Además era ridícula la idea de ver un hombre llorando durante toda la eternidad la perdida de una mujer, por mucho que la quisiera. Todo el mundo sabía eso, y Hubert decidió decírselo.
–Eres una estúpida, por eso te empeñas en contradecirlo todo.
Tan pronto hubo acabado de decir esas palabras y antes de que pudiera seguir hablando Kristin se abalanzó sobre Hubert, soltándole patadas y puñetazos. Rápidamente el resto de la pandilla se arremolinó alrededor de ellos formando un corro y ovacionando el hecho que hubiera una buena pelea. Hubert detestaba a Kristin, era estúpida y siempre tenía esos ataques de ira, sobre todo con él. No entendía por que quería llevar siempre la razón y desafiaba a todos, y cuando alguien le llevaba la contra empezaba una pelea. Hubert se defendió, por supuesto no podía dejar que una chica le ganara, pero en su interior le tenía un poco de miedo. Además cuando ella estaba cerca, él se comportaba de forma irracional a veces casi temeraria, para demostrar que podía hacer todo lo que ella podía y más. Y se odiaba a sí mismo cuando se dejaba influir por ella de esa manera. De repente ella se separó de Hubert y le gritó
–Si estás tan seguro de que me equivoco demuéstramelo. Demostrármelo todos– Dijo encarándose al corro y señalándolos a todos con un dedo rígido y retador.
Hubert quedó estupefacto. ¿Como quería aquella estúpida que se lo demostrara? No tenía la menor idea de lo que se proponía Kristin, pero al ver su diabólica sonrisa adivinó que tramaba algo. Y seguramente sería una estupidez. Ya que provenía de Kristin, pero una estupidez peligrosa y que les traería problemas. No se equivocaba.
–Iremos a esa casa y buscaremos pruebas a ver quien tiene razón.
Desde luego aquella era la idea más estúpida que había escuchado nunca. Una cosa era pegarse o subir a un árbol con el peligro de escurrirse con la nieve, ya que allí había nieve casi todo el año. Pero aquello era la cosa más peligrosa e inconsciente que había escuchado, al menos hasta ese momento, ya que dentro de muy poco escucharía algo aún más estúpido si cabe.