Fue entonces cuando decidió morir de viejo. Pasar de la pulcritud en vida, al congelador de la morgue, y de allí terminar comido por las fauces de un incinerador, muy lejos de la tierra, el polvo, y los gusanos.
Días después, utilizando los ahorros de toda su vida, mandó a construir una urna de oro labrado, con su nombre entero escrito en plata, bordeada por diamantes y esmeraldas. La dispuso para colocar sus cenizas, a la espera de la hora en que el Creador decidiera llevárselo.