-¡Lucía, apaga la luz por el amor de Dios!- Gritó enfadado su padre.
- En un ratito, ¿sí?, por favor, estoy a punto de terminar la novela- respondió ella asustada.
Aquella sensación que siempre apreciaba en su vientre cuando sabía que algo iba a salir mal, le enchinó los vellos de su cuerpo. Escuchó los pasos de su padre, se acercaba, subía, ya iba en las escaleras. La madera crujía, las pisadas eran redundantes e iracundas. Siempre se sufre más en la espera.
Se abrió la puerta, Lucía intentó no voltear, sin embargo la profunda mirada de su padre se impuso.
-Entiende papá, es muy bella, estoy por acabar- decía Lucia tropezándose con sus propias palabras.
-¿Conoces la hora?- Dijo él señalando el reloj de la pared.- Mañana tengo que trabajar, y los doctores Lucia…¿recuerdas lo que dijeron?-.
-Pero papá…-
-Pero nada…- gritó con rabia el padre-. Apaga la luz en este instante y vete a dormir. Conoces a la perfección lo que ocurre cuando lees antes de acostarte. No entiendo, eres hermosa, ¿por qué siempre en tu mundo Lucía?… hay tanta gente. ¡Sal y conoce a alguien! Vamos debería regañarte por tu hora de llegar, no para que apagues la luz.
Ella prefirió callar. Su padre nunca iba a entender, era como explicarle matemáticas a un chimpancé. ¿Qué iba a saber del amor? ¿Qué iba a saber él de la vida? Su esposa lo había dejado… tenía todo el dinero del mundo, pero nadie lo quería… ¿qué iba a saber él del amor?
Al verla cerrar su libro con esa cara nostálgica, caminando despacio y decepcionada, el padre intentó convencerse que todo esto era por su bien. Debía ser fuerte, algún día se lo agradecería. Quería dormir a gusto, ya eran muchas las noches en vela, ya era mucho el cansancio.
Ella esperó a que se fuera. Lágrimas resbalaban por sus mejillas en cantidad. Escuchó la puerta cerrarse, el crujir de la madera, y por fin el eco de los pasos. Todavía con miedo, se destapó, su corazón latía con fuerza, el cuarto de pronto ardía, buscó una vela, después el libro, y se marchó al lugar que antes le daba pavor, pero que ahora, amaba por ser su escondite. Leyó…leyó al principio con voracidad, sin embargo cada vez avanzaba más despacio. Tuvo que releer varios párrafos, quería terminar la novela, estaba por terminar…
…
“Estaba ella, y estaba yo. Estaba ella tan lejos y en otro lugar, sin embargo, tan cerca de mi. Y estaba yo; perdido en la entelequia del bosque.”
…
Algo lo despertó. Al escuchar silencio en la negrura de su alcoba, trató de conciliar el sueño, -es tu imaginación, duerme es tarde- se repetía con angustia.
Poco a poco se fue dando cuenta que era ese vinculo, ese vinculo que se había intensificado desde la partida de su esposa, ese sentimiento de angustia que lo abrumaba cada vez que su hija soñaba. Eso lo había despertado.
Debía ayudarla, la quería ayudar, pero no sabía cómo. Los doctores le recetaban medicamentos que la empeoraban; a su esposa poco le importaba, ella recorría el mundo en el yate de su amante. Estaba sólo y tenía que ayudarla.
Subió preocupado, y al no encontrarla en su cama, sufrió los principios de un infarto, de claustrofobia, de millares de temores. Respiró varias veces, intentaba tranquilizarse. Al buscar por el cuarto, encontró una luz que bailaba con el aire y por fin pudo dar con el escondite de su hija.
Al abrir la puerta, la encontró con la novela en sus brazos. La encontró dibujando palabras en sus labios, creando su sueño, la encontró viviéndolo…
…
“Lo recogieron en su casa al atardecer. El sol hipócrita, era opacado por un cielo taciturno; el mundo callaba mientras el día se hacía pasar por extraño. Gracias a las fiestas del 15 de septiembre, las calles estaban solas. ¿Por qué había aceptado la invitación?, no entiende, sabía a lo que iban, y a gritos y gruñidos un sentimiento en su vientre le advertía que algo andaba mal.
Las alergias de Fabián, florecieron por causa de la humedad; suficientes para sentir asfixia, sin embargo, el humo que su amigo, el conductor, dispersaba por la cabina del coche empeoraba el asunto. Qué más da, él sabía que su amigo era así, lo sabe, porque alguna vez también lo fue.
El camino fue corto. El volumen alto. Su amigo no platicó tanto ya que su voz era frágil y áspera, fumaba mucho y debía cuidarla. Su amigo, su conocido, más bien el conductor, fingió atropellar a una anciana, sólo para asustarla. Todos rieron, y recordó que alguna vez hacerle daño a gente inocente era gracioso.”