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    Escuché aquella voz, aquellos pasos juguetones, luego distinguí otros,  pesados y largos. Asumí que la niña caminaba acompañada. No alcanzaba a verlos, y después, silencio, después el miedo.

No duró mucho, en el silencio irrumpió una dulce melodía que se asemejaba a la de un piano, sin embargo provenía de las cuerdas de un violín. Preferí no cuestionarme. Era la niña, ahora la veía tomada de la mano de un adulto que tenía rasgos muy similares a ella.

     La melodía era progresiva, entendí que en verdad no era una canción, sino un conteo. Un conteo de todo, de nada, de cualquier cosa… y se divertían haciéndolo. Contaban sin propósito, sin detenerse. Los seguí, me fue difícil acostumbrarme al ritmo, a los números, a flotar, a las voces. No obstante los alcancé.

La niña me volteó a ver, y pronto era yo el de los pasos pesado,  el que la tomaba de la mano. Ella cambió a ser Lucia,  la mujer que  corría junto mi. Nos detuvimos en la orilla del río, dejó su violín en el suelo, y sin decir palabra me soltó la mano. Se le dibujó una sonrisa en aquellos deliciosos labios, con un gesto extraño levantó sus cejas, y se lanzó a romper el silencio de aquel luminoso río.

    Me imaginé que el agua iba a ser fría, luego me di cuenta que no importaba lo que yo pensara, sino lo que ella imaginaba. Todo me olía a ella, todo me sabía a ella. Sus pensamientos materializados, sus emociones tan penetrantes, tan sensibles. Era como si viviera en su mundo, con sus fantasías y pesares, sus miedos y alegrías. 

La corriente nos llevó cuesta arriba, nos desnudó con ternura y aprovechamos para nadar abrazados. Nadamos haciendo el amor mientras flotábamos por entre millones de mariposas, que con pena nos miraban sonrojándose.

    El río nos dejó en la cima de una montaña, las mariposas nos ayudaron a salir antes de que el torrente se convirtiera en una infinita cascada que desembocaba en el universo. Desde aquella cima podíamos ver al mundo en tercera persona, podíamos verlo como estrella, como ella quisiera.

    Sin embargo la cascada no importaba, el río no importaba, la misma vida no importaba. Nos acostamos en el césped y volteamos a ver el  cielo. Fue una sorpresa encontrarlo vacío, sin estrellas.

  Volteé a verla, ella me regresó una mirada de cómplice, y con ternura me acarició el cabello. La besé en sus labios, luego encontré un lunar justo arriba de ellos y a él también le di un beso. Al instante, apareció una brillante estrella en el cielo. Encontré otros pequeños lunares; varios en sus mejillas, otros tantos en su cuello, uno en su pecho, y el más preciado en la parte interior de su muslo. A todos los besé y ella lloró al ver una mariposa salir libre de la corriente. Con el tiempo, me di cuenta que en realidad besaba al universo y eran sus lunares los que aparecían brillando en su piel.

Entrelazamos nuestros dedos, y nos dimos cuenta que estábamos en un risco que colgaba de la orilla del mundo. La vista era hermosa, el momento sagrado. Mis párpados se sintieron pesados, trataba de aferrarme al momento, pero poco a poco se fue disolviendo.

                                                             

Salió una mariposa de la boca de su hija. Qué era esto, su padre se preguntaba asustado, dudaba, tal vez su hija vivía en una pesadilla. Tenía que hacer algo, cualquier cosa. Llamó a los doctores, no hubo respuesta, le habló a su esposa y fue el mismo resultado.

Tuvo una idea, algo era mejor que nada, por lo tanto trató de dormirse para poder ir a rescatarla en su propio sueño, creía que esa podía ser la única manera.

No funcionó, su hija estaba en un mundo al cual no podía llegar, al cual no pertenecía.

Después de soltarle su mano, la cobijó con lentitud. Se despidió dándole un cálido besó en la frente. Frustrado se retiró del cuarto a cavilar quién podría ser su hija en aquella extraña fábula en la que vivía.

                                                              

Despertó, había sobrevivido. ¿Dónde estaba la cascada?, ¿dónde estaba el río?, ¿el lago?, ¿las estrellas? … ¿Dónde estaba Lucy?... ¡Por dios!, ¿todo esto un sueño?, no lo creía… ¿Dónde estaba él?

    Fabián encontró a sus amigos, muertos como siempre, regados por doquier. ¿Qué había hecho? Se preguntaba tallándose los ojos, al admirar el desastroso resultado de una noche de excesos. El cuarto arrojaba un aroma nauseabundo. Por la ventana ya no se notaba la neblina, y pudo ver aquel bosque en el que se había perdido.

     Apartó los brazos que descansaban sobre su cuerpo, se vistió lo más rápido que pudo, robó las llaves de un automóvil, y escapó. La autopista que recorría era peligrosa, y andar a esa velocidad no era prudente. No sólo lo asustaba el deterioro de la carretera, sino los precipicios y la cantidad de cruces que decoraban las vueltas ciegas. Sin embargo, la combinación de su conciencia y la paranoia excesiva, lo obligaban a acelerar, a escaparse de esta realidad tan irreal.

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