Desde que tengo recuerdos de amigos y compañeros escuché decirles en diferentes ocasiones estas afirmaciones: “mi mamá es la mejor cocinera del mundo”, “su comida no tiene comparación”, “en ninguna parte he comido igual” y otras similares. La verdad es que esto es muy subjetivo, cuando niño nunca discutí esto y lo aceptaba; ya en la adolescencia aceptaba invitaciones de mis amigos a sus casas y comía lo que la señora de turno me servía… y nunca pude apreciar la bondad de sus manjares.
En unas casas abusaba la buena señora de los condimentos o de la sal o dejaba la comida medio cruda o algo no me gustaba comparado con otras casas. Claro que al final, cuando mi amigo de turno me preguntaba por las cualidades culinarias de su madre yo, por cortesía le decía que tenía razón cuando alababa a su progenitora, aunque en algunas ocasiones yo había comido a las malas por no desairar la bondad de la buena dama; y no me dejaba invitar de nuevo.
Hoy, muchos años después, y ya con pocos amigos porque algunos se fueron del pueblo, otros del país y bastantes de esta vida, todavía escucho decir a unos amargados, descontentos de su señora esposa porque no cocina igual a su madre: “como cocinaba mi mamá no hay igual”. Y hay también los que hablan de las delicias de la abuela, hasta hay restaurantes que ofrecen los platos de la venerable señora. Bueno, dirán algunos, y este que escribe ¿por qué no habla de los platos de la mamá?, la razón es muy sencilla, mi querida madre nunca cocinó, a veces lo hacía mi padre pero casi siempre tuvimos empleada del servicio doméstico, pero mi mujer si es la mejor cocinera del mundo.
Edgar Tarazona Angel