Identificarse Registrar

Identificarse

Índice del artículo

Antes de bajar del taxi, envolvimos al psicótico con mi camisa, lucía más bien cómo una falda pero, al menos evitaría un escándalo… uno más grande; la sala de urgencias estaba casi vacía, pero las personas allí estaban necesitadas de un doctor, quizá más que mi “protegido” – Como había empezado a llamarlo - pero no podía esperar allí toda la noche, no solo porque  llegaría tarde a casa, después de todo, cuando mis padres escucharan mi increíble historia de buen samaritano esta seguramente expiaría cualquier falla, sino también porque desde la ultima visita a esa sala, había desarrollado un enorme desagrado por los ambientes de esa índole. Después de dar demasiadas explicaciones y de mostrar mi carné como suyo, por fin accedieron a ponerle las suturas a mi “protegido” lo dejé en manos de una enfermera pasada de kilos, pero cuando me dí media vuelta para sentarme y volver con el preocupado taxista, un gemido escapó de él, la enfermera lo llamó por mi nombre y lo tomó de un brazo, pero él, con sus brillantes y extravagantes ojos plateados clavados en mí, sin expresión alguna, se negaba a moverse, la enfermera lo miró a él y después a mí, mis nervios se alteraron y en un desesperado intento por tener el control, me acerque a ellos y le dije a la enfermera – Quiere que lo acompañe – Y sonreí, ella accedió de mala gana y entramos al área de atención, dejando atrás al conductor desesperado.

La enfermera regordeta vestida de celeste fue en busca de una graciosa bata de internos para cubrir a aquel psicótico, dejándonos solos en la fría habitación con solo una camilla y fluidos corporales por doquier, habría sido una noche agitada en las urgencias, me paseaba por la habitación matando tiempo y tratando de concentrarme en otra cosa que no fueran mis viejos recuerdos de hospital cuando lo descubrí mirándome, sus ojos plateados estaban fijos en mi rostro, sin expresión alguna pero con tanta fuerza que me hacía sentir como una cucaracha gigante, me acerqué a él para tratar de romper el hielo, me senté en un pequeño banco que servía de escalera a la camilla y quedé frente a él, que estaba sentado en ella; sus ojos no se despegaban de los míos, me intimidaban, desvié la mirada un momento y le pregunté:

- Y que ¿No te duele? – Me sentí extraño cuando no obtuve respuesta, pero seguí intentando – Es decir, no te has quejado en toda la noche – No vi en él ninguna intención de responder, así que no pregunté de nuevo, solo analicé la habitación por completo desde la banca mientras llegaba la enfermera.

Después de vestirlo con la graciosa bata, la enfermera procedió con las suturas, preparó la anestesia y dijo que eso dolería un poco, lo miré, preguntándome si lo habría entendido, pero sus ojos y su expresión seguían vacíos, así que traté de comunicarle que le dolería pero que debería quedarse quieto, sin embargo, nunca fui bueno con las charadas y dudé que hubiera entendido, busqué su mano para sujetarla mientras le administraban la dolorosa inyección, la tomé y sentí el frío de su piel, era agradable… refrescante, sus ojos abandonaron los míos por un instante para contemplar lo que había acabado de hacer, mi mano sujetando la suya, pero él no sujetó la mía, la enfermera me dirigió una mirada expectante y con un gesto asentí, ella acomodó su cabello mal tinturado y tomó el hombro de mi “protegido” con su mano izquierda mientras que con su otra mano empezó a aplicar la inyección.

Fue perturbante aquel momento, sus ojos plateados se abrieron terriblemente sin quitar la mirada de la mía, vi como esos increíbles ojos de mercurio se llenaban de venas, tomando una tonalidad casi rosa, vi como se llenaban de lagrimas y como estas empezaban a rodaban por su níveo rostro que se empezaba a llenar de manchas rojas alrededor de sus ojos y su nariz, vi como su boca se torcía levemente pero con fuerza en un gesto irreconocible, sentí mi mano siendo aplastada bajo la suya y escuché el agonizante gemido ahogado que salía de él, todo sin que sus ojos abandonaran los míos; las lagrimas rodaban por montones durante las suturas, pero su expresión seguía sin cambiar, sus cejas se sacudían en ocasiones, al igual que sus párpados, podía sentir su dolor, sus quejidos e incluso sus gritos solo con ver sus ojos ampliamente abiertos fijos en los míos; la enfermera terminó su trabajo sin que él hiciera el mayor movimiento, después de ponerle una gasa y asegurarse de que todo había salido bien, me recomendó ir a buscar analgésicos antes de dejar la clínica y se fue.

Después de reclamar en la farmacia de la clínica los analgésicos, salimos de urgencias; el preocupado taxista estaba afuera fumando un cigarrillo, quizá el quinto o sexto de la noche, al vernos se alteró y como un padre primerizo revisó a mi “protegido” cuando lo convencí de que todo estaba bien, dio un amplio respiro, que de haber sido un poco mas fuerte habría arrancado su bigote, se sacudió la boina café de cuero desgastado y me miró.

- ¿A donde los llevo ahora? – Su posición era más suelta pero su gesto seguía luciendo intranquilo, quise evadirlo pero se negó a dejarnos ir en otro taxi, caminó hasta su auto y abrió la puerta de pasajeros, me mantuve en mi lugar, tratando de ser firme en mi decisión pero, mi “protegido” no pareció estar interesado en ello y entró sin inconvenientes al taxi, el hombre sonrió y no tuve otra opción más que entrar en él también; tuve mucho cuidado de no lastimar el hombro herido de el sujeto rubio al que había rescatado, más del que él mismo tenía, cuando por fin logré encontrar una postura que no estropeara las suturas, me concentré en la ventanilla, pensé en que haría ahora y suspiré al no ver otra alternativa.

Para cuando llegamos a casa, el hombre del taxi se sentía más tranquilo, había dejado de hacer preguntas y su mirada mostraba mas calma; bajé del auto pero tuve que volver a el para sacar a mi “protegido”, lo tomé de un brazo y lo saque con cuidado de que no llegara a perder su bata de hospital, le hablé para que cambiara su aspecto ausente, pero ni un mínimo murmullo salió de él. Insistí en pagarle al preocupado conductor, pero se negó explicando que era lo menos que podía hacer después de casi pasar su taxi sobre nosotros; busqué entre mis bolsillos las llaves de casa y abrí la puerta tratando de no hacer mucho ruido, me giré y aun  se encontraba congelado en la acera. 

 

email

¿Quiere compartir sus eventos, noticias, lanzamientos, concursos?

¿Quiere publicitar sus escritos?

¿Tiene sugerencias?

¡Escríbanos!

O envíe su mensaje por Facebook.

Están en línea

Hay 318 invitados y ningún miembro en línea

Concursos

Sin eventos

Eventos

Sin eventos
Volver