Su nombre debe honrar a una Virgen por fuerza, por lo menos el primero, el cual lógicamente debe ser María, yo le coloco el segundo por ese cariño que comienzo a tener por ella: María Esperanza, dos palabras que juntas irradian mucha luz, y así debe ser su rostro; lozano, sus dientes de perlas, perfectos, sus ojos azules, su cabello castaño, su piel con la frescura del rocío, y sus padres, adorándola devastadoramente, infringiendo en su espacio vital el aire de la represión en todos sus términos, educándola para ser mujer objeto, para pensar en los términos reales del no-pensar, y continuar con la línea de vida enferma e involutiva. Pero María Esperanza se había percatado de ello, y de una forma abrupta, como si hubiera despertado de un sueño falso a una realidad falsa y de la conjunción de las dos, hubiera descubierto la realidad, se dio cuenta de que ella no era ella, era otra y la otra no sabía quien era ella.
“No pude más que sentir envidia, y soñé, en esos momentos de cemento con olor a estreno y ruinas aceptables de futuras esperanzas de algo que hacer los áridos fines de semana, siempre más huecos de vida” Como no hacerlo, como no poder, mi pobre María Esperanza sentir envidia al descubrir que no solo los días sábado y domingo no tenían más nada que ofrecerte, que eran huecos, que eran días sin aire, sin sol, sin nubes, sin vida exterior y que tu interior se sentía cada vez más seco, más árido y que el desierto de tu alma se ensanchaba cada vez más adentro de ti, que tal vez, perderías si este proceso seguía su curso con la horrorosa naturalidad que lo venía haciendo, tu belleza, tu egocentrismo huérfano, incompleto, y lo poco que tu significabas como tu, se perdería en el Aliento de la Vida.
Cuando tus días normales de rutina feliz se volvieron huecos, cuando te hicieron ponerte forzosamente del otro lado, sin lograr entender nada en lo que antes creías, habías no solo entendido, sino aceptado a esa otra como parte de tu vida, como la real esencia o el tuétano de ti misma. Te debiste haber sentido desdichada por haber conocido por fin, ese dolor primero de existencia que experimentamos los llamados a ser diferentes, a no seguir el rebaño de la humanidad, a vivir con nosotros y hacernos uno con la soledad como lo decía Rilke: solo es bueno porque la soledad es difícil. Que algo sea difícil debe sernos un motivo más para hacerlo.