Por todas estas razones, en esta carta que les escribo, deseo transmitirles todo mi dolor: no quiero matarle pero lo haré. Sé que si existo fue porque me replicaron de un trozo de su DNA. En realidad soy el producto clónico de su propia existencia. Le he servido hasta hoy y le he servido bien. Pero ahora me puede el miedo, lo he acatado todo menos perder la propia vida... ¡es tan hermoso vivir, aunque sea clónicamente! Hoy tengo la seguridad de que quién debe morir es él. Cuando lo haga, de alguna forma sobrevivirá porque tiene alma. Yo no. Yo moriré para siempre porque, según las últimas investigaciones, el alma que dicen es infundida por Dios en el momento de nacer, no se puede transferir. Ni siquiera a través de la cadena de DNA.
Juzguen ustedes mismos.
Manhattan, 5 de septiembre del año 2.198