Luego giró el rostro hacia mi, sus ojos quedaron en dirección a los míos y su mirada se posó en la mía, la comisura de sus ojos se frunció en milímetros en el esfuerzo por mirar y recordarme. Luego, la atención que había enfriado sus facciones se deshizo cuando pareció reconocerme y una dulce y amable sonrisa se dibujó en ella y me mostró esa hilera de dientes perfectos que se me ofrecían amables.
- Buenos días - me dijo
- Buenos días - contesté inclinando la cabeza galantemente, al hacerlo pude ver que su ancho sombrero estaba allí a un metro mío, lo tomé, lo sacudí con la mayor delicadeza que pude y levantándome del asiento fui al suyo para entregárselo en la mano. Fue como la descarga de un rayo de tormenta sentir la piel de su mano en contacto con la mía.
Me quedé con ella todo el día, mientras me contaba su vida, mientras me contaba de su niña, de su viudez y de su... noviazgo, esto último partió mi ser como una nuez, dejando al descubierto mi corazón a los embates de un frío extraño que contrajo mi alma. Aunque su noviazgo no era definitivo sí era serio, el galanteo de un oficial de la marina californiana habiase ganado el aprecio suyo y el incondicional cariño de su hija, aunque no era mucho lo que se veían, si se escribían constantemente.