El germen de la infidelidad (“Seguiré viviendo” 15a. entrega)
José era incapaz de rendirle culto al ser humano, reconocía virtudes y talento, sentía respeto, admiración, pero no reverenciaba a nadie. Respetaba los derechos de los demás pero no se subyugaba a sus razones. Era pugnaz crítico contra el servilismo. Y las subordinaciones que surgían del poder lo exasperaban. «Por meros accidentes de fortuna unos están mejor que otros, unos son vasallos y otros reyes, unos jefes y otros dependientes». Hasta ese punto Javier lo secundaba. Pero las diferencias asomaban cuando los argumentos terminaban en la crítica a las opiniones de los papas, vistos por José como otros más de los mortales. Para Javier era dogma la infalibilidad del Papa.
–Papas ha habido sabios y santos, conservadores y dogmáticos, progresistas y libertinos y hasta criminales e impostores –dijo José en medio del debate.
Y recordó a Alejandro VI, de quien dijo que como buen Borgia, había sido esclavo de los placeres terrenales. También mencionó a Julio II, de quien elogió su mecenazgo, pero con tono burlón criticó el negocio en que convirtió el perdón de los pecados. «¿Quién sabe si llegarían al Cielo quienes comprando indulgencias ayudaron a construir su iglesia?». Se refería a la de San Pedro, la mayor basílica romana.
–De pronto sí –le contestó Javier–, porque en el arte se expresa la perfección de Dios.
José siguió con apuntes hilarantes de los que no escapó la mención de la papisa Juana y su parto en plena procesión. Javier lo desmintió aduciendo que era una leyenda. Y le advirtió antes de que siguiera enumerando papas:
–El pontificado entonces no era como ahora. Estaba en manos de hombres sin formación sacerdotal, y de nobles codiciosos. Yo te doy fe de los pontífices de ahora.
José aceptó su relevancia:
–Si a Juan XXIII, a Paulo VI y a Juan Pablo II te refieres, acepto el adjetivo de admirables. No escapé a la seducción del «Papa Bueno», y a su pensamiento renovador y progresista, inusitado en un anciano. Fue él quien demostró que la Iglesia sí es capaz de remozarse. Tampoco olvido el liderazgo espiritual de Pablo VI, ni desconozco en Juan Pablo II su carisma. Conservador en asuntos de doctrina, es un líder mundial indiscutible. Su protagonismo para abatir los abominables totalitarismos de la órbita soviética, desde ya lo vuelve perenne en mi recuerdo.
José insistió en la renovación sin que Javier con nada se inmutara. Al escritor le parecía curioso que su amigo ponía en práctica, sin objeción alguna –acaso por no haber vivido la transformación– todos los cambios del segundo Concilio Vaticano, resistido por tanto ortodoxo en su momento. Se preguntó entonces si cuando otro Papa se decidiera a un nuevo aggiornamento y se volviera normal que las religiosas celebraran misa y los sacerdotes se casaran, Javier transigiría. De pronto lo de su amigo era más obediencia que conservadurismo. E imaginó que Javier ante nuevos vientos renovadores no estaría en la órbita de los desavenidos. «No serás un nuevo Lefebvre dijo José», pero Javier se quedó sin entenderle. Entonces le planteó su reacción si esos cambios ocurrieran, y Javier como dándole la razón a su presentimiento, le contestó: «Tanto progresismo no imagino, y si se diera, ¿quien sería yo para poner en tela de juicio las decisiones de un pontífice?».
Continuará…
Para todas las religiones es el cielo (“Seguiré viviendo” 17a. entrega)
Luis María Murillo Sarmiento
“Seguiré viviendo”, con trazas de ensayo, es una novela de trescientas cuartillas sobre un moribundo que enfrenta su final con ánimo hedonista. El protagonista, que le niega a la muerte su destino trágico, dedica sus postreros días a repasar su vida, a reflexionar sobre el mundo y la existencia, a especular con la muerte, y ante todo, a hacer un juicio a todo lo visto y lo vivido.
Por su extensión será publicada por entregas con una periodicidad semanal.
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http://luismariamurillosarmiento.blogspot.com/ (Página literaria)