Por primera vez en su vida probó el té. No le gustó, y sin embargo, veinte años de estancia en Rusia no sólo la convertiría en adicta a la infusión sino que volvería a España cargando un enorme samovar que hoy preside su comedor.
Recuerda el té y también un dolor de muelas torturante que cesó al arrancarle la muela el dentista, o lo que fuera, de la tripulación. LLegaron a Leningrado en plena noche blanca. Ninguno de aquellos niños vascos que iban a vivir acogidos por la URSS había leido " Las noches blancas de Leningrado" San Petesburgo y no pudieron identificar la extraña noche bañada de luz diurna en la ciudad del Neva, que ya no era la de San Pedro el Grande sino la de Lenin.
En el muelle, por la mañana templano, les esperaba una multitud solidaria, conmovida y generosa porque todavía carecían los soviéticos de muchas cosas para poder afrontar el broqueo y el boicot del mundo circundante, que era, por todos los puntos cardinales, hostil y pérfido.
Miles de habitantes de Leningrado habían acudido a los muelles para recibir a los niños de España. Dificil fué la tarea de los guías y traductores para efectuar los trámites de sanidad, clasificación y distribución de los españoles Chicos y chicas fueron separados y conducidos a unas duchas dónde serían fregados despiojados, rapados algunos y embadurnados de pomadas. Se les proporcionó ropa limpia y a la moda del país, que no era precisamente, la de París.
Begoña perdió a su hermano en medio de aquel tumulto y ceremoniales. La niña se sintió desamparada y nadie podía consolarla. Recuerda que había cargado desdeSanturce, los libros escolares del hermano que ya estudiaba bachillerato. Ella con nueve años, apenas sabía leer, pero aquellos libros le eran entrañables y necesarios porque sus padres siempre habían dicho que representaban el futuro.