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De la serie cuentos de una hoja para adolescentes


En las postrimerías del siglo pasado, cuando recién comenzaban a escucharse en nuestro puerto de ultramar, las primeras bocinadas a vapor de los buques mercantes, llegaban hasta nuestras costas, desde los más recónditos países del mundo, grandes naves que surcaban las rutas marítimas en busca de nuestros productos. En muchos de esos barcos mitad de carga y mitad de pasajeros solían llegar miles de inmigrantes, con su esperanza abierta y brazos dispuestos a construir su futuro, sus ojos dejaban otros soles y buscaban nueva luz en nuestras tierras, abandonaban sueños del pasado que no se cumplieron pero traían otros nuevos.

La actividad pesquera cobro fuerza, aparecieron talleres navales y nuevas profesiones.


En La Boca vivía gente laboriosa, que desarrollaba diversas actividades, estaban en la tierra prometida, pero el pan prometido era muy difícil de conseguir.


Comenzaron a aparecer algunos, cuyos sueños no se cumplían como sus años, fueron poblando boliches para ahogar en alcohol sin brindis, el dolor de sueños truncos.


Sus muelles, al cabo de años se poblaron de viejos barcos radiados de servicio.


En las noches de invierno estas siluetas agónicas semejaban formas espectrales, estremecía ver cuando alguno que cansado de flotar inútilmente, se hundía cuando las aguas se abrian paso a través de la herida de muerte que la herrumbre le abría en su metálico vientre. sus bodegas se inundaban con rugientes borbotones, la mole se inclinaba y un rechinar metálico era su último grito. Al tocar fondo, la poca profundidad, permitía que afloraran parte de casco y los mástiles surgían elevados como brazos pidiendo ayuda. A un costado, en su banda, apenas podían verse ya sus nombres borroneados, marcando inútiles mojones.


En algunos de esos barcos solitarios, solían pernoctar y aun vivir, algunos a los que que su fortuna les había sido esquiva y la vida, también como a aquellos, los había radiado.


Eran unos pocos que sobrevivían por milagro y en los mejores casos ayudados por su habilidad para la pesca costera.



A este último caso pertenece Don Carmelo, un italiano de aproximadamente 60 años de pescador y 70 de edad que vivía en el radiado Sietemares. El tenía dos antiguos aparejos de pesca, con anzuelos para lisas o corvinas,


Había llegado desde su lejana Cerdeña quien sabe cuanto hace, la luz de sus sueños ya no brillaba, dicen que tuvo un hogar pero nadie puede asegurarlo, ojos gringos, blancos y largos cabellos coronaban su delgada figura, una vieja gorra con visera hacia que pareciera mas alto que el metro sesenta. Vestía antiguo saco azul marino en el que afloraba un fondo marrando por el paso del tiempo, camisa de trabajo azul clara, pantalón con rayas finitas y gruesos zapatos abotinados, terminaban de cubrir su pequeña figura. Llamaba la atención que no estuviera sucio, solo algo de arrugas en sus ropas, menos que en su rostro.


No tengo nada decía, pero tengo orgullo, como coraza. Yo no mendico, vivo de lo que pesco, su alimento era pescado a rabiar, solía hacer algún mandado que alguien le encargaba caritativamente, por que no aceptaba dádivas.


Solo un sueño le quedaba y le daba razón para vivir, era el sueño de los que no llegaron a alcanzar su meta, el sueño que soñaban los que habian perdido la esperanza, su sueño era volver.



Volver a la vieja Cerdeña, la tierra de sus padres, de sus abuelos, de la que nunca debió salir. Allí estarán todavía sus viejos amigos, su sole, su mamma quizá. Su hogar paterno que lo recibirá y cobijará , ya no tendrá mas nostalgia, su tristeza quedará en esta tierra, allá solo estará la alegría.


Rogó un tiempo al cielo y le habia contestado que pronto se daría su pedido.


Solo esperaba el dia en que el señor le señalará el camino, el día que dios le daría la posibilidad de regresar, habría una señal.


Mientras tanto el se estaba preparando, necesitaría víveres; pescaba y preparaba reservas en salmuera, escabeches para que duren mas tiempo, como había aprendido en su hogar paterno, sabía que sería necesaria una buena cantidad.


Su casa era el Sietemares, tenía 50 metros de largo y diez de manga, flotaba perfectamente.Alli tenía todo. Seguramente habrá navegado por los siete mares como su nombre. Carmelo también había navegado mucho, aprendió buena parte del oficio del marino, fue casi un timonel. Una vez tuvo que llevar al barco en que trabajaba hasta costas Uruguayas capeando una tormenta, cuando el timonel se habia enfermado; en ese tiempo trabajaba para una compañía de pesca.


Como lo felicitaron, el patrón y sus compañeros.



Recorrió mil veces el barco donde vivía, lo conocía de punta a punta, era un viejo pesquero de fines del siglo pasado, el timón aún funcionabna, la grúa ya no, además estaba desmantelado su malacate, por donde recogía las redes, el casco era metálico pero gran parte de su cubierta de madera, sus motores también con faltantes por desmantelamiento seguían aun dentro de la sala de maquinas.


Cuando recorria la nave y miraba sus partes se repetía," esto sono materiale forte, materiale de anti ""


Pero a veces su cabeza parecía perderse, ""ma no entendi"" solía decir.


Por las noches dejaba sus líneas de pesca como espineles, y en las madrugadas aparecían enganchadas lisas,bagres y otros que Carmelo convertía en escabeche, consiguió también algunos bidones que siempre tenía llenos de agua potable, otro bidón con kerosene, un primus que funcionaba perfectamente, unas cobijas para el frío, guardaba también una gorra para lluvia de alas alargadas, bien marina. Tenia todo listo, en espera de la señal, vívía a la espera de ese momento.


Una tarde con viento norte suave, de pronto en el horizonte aparecieron nubes arrolladas por el sudoeste, oscuras, con forma de cigarro, la tarde se vuelve noche, el viento rota totalmente tornándose violento, era una fuerte tormenta cargada de agua que precipitó a raudales, el viento era tan violento que la lluvia caía casi horizontalmente .


El sietemares recibió el azote desde el lado de sus amarras, un estrepitoso relámpago iluminó la escena, la mole comenzó a moverse separándose del muelle y las viejas amarras se tensaron inusitadamente.


Carmelo sintió que llego la señal.


Su Dío se decidió por fin.


Llegó el momento.


Fue rápido a ponerse el sombrero de lluvias y un viejo capote y corrió bajo el torrente de agua atravesando la cubierta hasta la sala de timonel, creyó que el barco partía y no se equivocaba totalmente.



La nave comenzó a bambolearse hasta que la amarra se proa se soltó de su biton, al separarse del muelle el barco se puso en dirección al medio del río.


Ante tanta tensión la amarra de popa bastante carcomida se cortó.


Carmelo ya estaba con sus manos aferradas en el timón, el rostro y los cabellos empapados. Sintió claramente cuando se cortó la amarra y el barco salía hacia el medio del río, pareció una explosión.


Sii grito, es la señale, partimo.!


En ese momento un nuevo relámpago iluminó el rostro de Carmelo, los ojos desorbitados y una risa fantasmal y sonora que era ahogada por el rugir del viento . Era una alegría loca.


El vendaval que venia desde el continente arrastraba junto con la marejada todo lo que flotaba hacia el medio del rio.


Carmelo juntó todas su fuerzas para hacer virar el barco y ponerlo en buen rumbo, todo en medio de su alegría, el buen rumbo para Carmelo era rumbo a Cerdeña; pudo poner proa hacia el estuario .


La nave se alejaba envuelta en un torbellino rechinando desde lo más profundo, su estructura había estado inmóvil durante años y por el movimiento hacía toda clase de ruidos quejumbrosos, a Carmelo no le importaba, el barco era timoneado por él y por su Dío, así que su destino estaba asegurado. El viento daba aviso de la presencia del buque, ululando en los viejos mástiles y cordajes que colgaban de los mismos, algunas lingas de acero sueltas golpeaban por el movimiento en la estructura y sonaban como campanas victoriosas


Desde el muelle podía verse de a ratos a la nave, iluminada por relámpagos, que se alejaba envuelta en la borrasca, hasta que desapareció en la noche.


El viento fue bajando de intensidad y el agua comenzaba a caer mas mansa.

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