Era muy entrada la noche y continuaba en compañía de mí exasperado insomnio, así que me incorporé a mirar por la ventana, observé vastos campos que se perdían en un horizonte de oscuridad, la luna grande arremetía sobre ellos y dejaba al descubierto la inmensa hermosura de chacras nocturnas y prados serenos, hacia la derecha pude ver un riachuelo que atravesaba por la propiedad, y en medio del mismo, un azud que embalsaba el caudal aguas arriba permitía un reflejo blanqueado por la señora de las noches, sobre el cual se encontraba un puente peatonal vetusto y roto. Hacia el otro lado del riachuelo observé una cabaña que distaba mucho del esplendor que presentaba el resto de edificaciones que hasta ese momento vi, estaba mas bien descuidada, y su construcción arcaica le daba un aspecto sombrío, junto a ella un granero esquelético se levantaba complementando el tétrico panorama. Me disponía a acostarme cuando repentinamente, saliendo de aquella casucha, caminaba mi abuelo; a pesar que nunca lo conocí sabía que era él, estaba vestido igual al gran retrato que colgaba del salón principal, con una guerrera militar, atiborrado de medallas, se lo veía con una tristeza infinita en su rostro, entre pálido y transparente, caminaba lentamente como arrastrando el peso de los años de soledad en los interiores de la muerte, estuve a punto de despertar a mi hermano, pero la impresión de aquel espectro me mantuvo inmóvil en mi sitio con el corazón en estado de tambor. Cuando amaneció, al toque de los gallos, mi hermano ya se había levantado, y por un momento tuve la sensación que todo fue un mal sueño, no le comenté nada a Josué porque lo hubiera tomado como otra de mis tantas invenciones a las que ya le tenía acostumbrado. Todo ese día me la pasé inquiriendo acerca de la cabaña, fue así como supe por intermedio de algunos peones, que estaba habitaba por una anciana que se encargaba del cuidado y la cosecha de las tierras aledañas a ella, anduve merodeando por los campos sin atreverme a cruzar al otro lado del riachuelo, de manera que me limité a observar todo a mí alrededor. Estaba oscureciendo cuando vi salir de la cabaña a la vieja, el viento levantaba las hebras de cabello y dejaba ver los pellejos arrugados del rostro, por donde seguramente pasaron todos los años del mundo, tenía los dientes carcomidos por el frío del páramo y la soledad ascética, los ojos mansos y vacíos escudriñaban leña para su fogón, y sentí correr un sudor frío por mi espalda cuando creí que me estaba mirando de soslayo, pero recogió algunos troncos del suelo e hizo perder su escuálida figura por la boca oscura de la casa.
Al anochecer, en la habitación, le revele a mi hermano lo acontecido, a lo que él me replicó aliñando su sarcasmo mezclado con burla, que sí tenía conocimiento de la vieja, y que sabía ademas que era bruja, pero que no me preocupara porque solamente atacaba a los chiquillos malcriados impúberes los viernes santos a las cinco de la tarde, cuando la gallina runa mas vieja de la casa haya puesto dos huevos en un día, sonreí con un odio intenso en las entrañas.