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El doctor tomó la orden judicial, firmó los papeles y los añadió al expediente. Sus responsabilidades en ese momento finalizaban, él no podía hacer nada más en este caso. Daniel Aguirre era un caso más, como los otros muchos que tenía todavía que atender en aquel centro de desquiciados.

 


Daniel se dirigió a su celda en el pabellón dos del ala Este. Mientras caminaba a paso cansino iba pensado en lo que dejaba atrás.


En sus desplazamientos por las instalaciones, los internos siempre iban escoltados a distancia por un celador dispuesto a machacarlos a golpes a la más mínima provocación. La disciplina y obediencia en el centro era algo que no permitían a nadie saltárselas por muy loco o chiflado que estuviese el individuo.


El lenguaje de los golpes es universal y casi todos los internos son capaces de entenderlo. En el caso que no fuese así, para facilitar las labores de integración del enfermo, existían medios alternativos tales como: los sedantes, el electroshock, las mangueras de agua fría y las cámaras acolchadas de aislamiento. Todo un despliegue de medios a disposición de los celadores y enfermeros.


Durante su estancia en el hospital, había pasado por diferentes estados emocionales en lo referente a sus padres. Al comienzo de su internamiento, no entendía por qué era recluido y los odiaba por lo que le estaban haciendo. Poco a poco, este odio fue dando paso a una indiferencia hacia ellos y ahora, después de todos estos meses de reclusión y tras haber obtenido la libertad, sólo sentía desprecio por haber intentado deshacerse de él de una forma tan vil y traicionera. Si a él le hubiesen hecho entender la situación, posiblemente y de una forma voluntaria se habría sometido a terapias individuales y de grupo que, con toda seguridad le habrían ayudado y hubiese evitado su internamiento. En estos momentos se encontraba desarraigado, solo y sin familia.


En los últimos cinco meses el centro fue su hogar y los locos su familia. Bueno, más bien era su circo particular que actuaba para él en una monótona y rutinaria función diaria. Daniel sólo tenía que levantarse por la mañana, tomar las pastillas y observar, sobre todo observar. Algunos de estos chiflados podían llegar a ser peligrosos y a veces hasta divertidos aunque la repetición hastiaba.


Día tras día, daba comienzo la función circense. Pedro con su historia de declaración de cordura: …”¡Yo no estoy loco!. Todo es una maniobra de mi cuñada que es una bruja y una manipuladora. Por eso, cuando le quise prender fuego gritaba desesperada. ¿Sabes que las brujas no resucitan si son quemadas?. Ésta era la verdadera razón de sus gritos. ¡Esa vez casi lo consigo!. ¿Tú? …¿Tú sabes de hechizos y brujería?. ¡Eh!. ¿Sabes?”..…


Luis “el corremillas”, con sus ojos inexpresivos, babeando todo el tiempo, medio catatónico, deambulando por la sala arrastrando los pies en su marcha interminable. Un pie detrás del otro, una única dirección, un mismo recorrido describiendo círculos en el centro de la sala. Un solo propósito, andar, andar, sin ningún tipo de interrupción, ni siquiera para hacer sus necesidades fisiológicas.


Asenjo con su manía de poner las sillas orientadas en las esquinas de las mesas. Qué nadie las cambiara de posición porque le sobrevenía una crisis de histeria.


Ramírez “el vegetal”, con sus pantalones eternamente mojados, los pañales no sirven de nada si no se cambian periódicamente, cosa que no ocurría aquí. A Ramírez los suyos terminaban por llenarse de orina hasta que la humedad rebosaba y se extendía paulatinamente. Lo peor era el desagradable tufo que desprendía, olor a viejo, olor a dejadez.


El otro Pedro, que emprendía a correr alrededor de las salas y por los pasillos, asomándose a las ventanas persiguiendo al sol en el atardecer en un infructuoso intento por verlo siempre brillar y que éste no se ocultara definitivamente. Decía que la noche era el reino de las sombras malignas, que como no había sol, no existía nada que atase a las sombras con los cuerpos y entonces estas quedaban liberadas para sembrar el terror por doquier.


Éste era el espectáculo diario con el que se encontraba Daniel. Fue interesante la primera semana pero después acababa aburriendo. A veces era necesario introducir algún elemento perturbador para que ocurriese algo. Él de vez en cuando lo hacía para entretenerse un poco, así pues, en alguna ocasión; Daniel subió las sillas encima de la mesa para ver a Asenjo en su delirio, o provocarprovocó a Pedro, bajándole las persianas o lo encerraba a oscuras en una habitación, o entorpecerentorpecía la marcha de Luis para ver como se desorientaba y se ponía histérico hasta que quedaba el camino libre y podía continuar con su movimiento.avance. Todo esto daba pequeños alicientes a la función.


Con el que no se podía jugar era con el otro Pedro ”el inquisidor”. Éste no era de fiar, acabaría quemando a alguien. Sólo necesitaba el convencimiento que ese alguien practicaba brujería y, tarde o temprano, aparecería algún idiota que le diría que sí conocía cosas de brujería. Entonces, haría todo lo posible por quemarlo vivo bajo su mirada hipnotizada, como la de un niño cuando ve por primera vez las chispas saltar desde las llamas danzarinas de una fogata.


El doctor después de observar el comportamiento de Daniel, lo catalogó como un individuo cruel por hacer este tipo de travesuras a sus compañeros. El aburrimiento en aquel lugar era mortal, era necesario crear estímulos, esto jamás lo entendería el doctor. Éste terminaba su jornada laboral y se marchaba a casa. Mientras, él se quedaba allí rodeado de locos con un nuevo turno de celadores y enfermeros.


Daniel estaba convencido que no pertenecía a este grupo, desentonaba allí. No era un lugar para él. Aún recordaba el primer día que llegó al pabellón. La primera noche escuchando los alaridos de esta pandilla de locos. Ser el nuevo y saberse vigilado por los ojos inquietos de aquellas mentes desequilibradas no era la mejor forma de conciliar el sueño. Tardó unos días en habituarse a los gritos y los alaridos nocturnos, pero al final siempre se consigue, sólo tenía que olvidarse de ellos y sumergirse en sus propios pensamientos. Los días pasaban más deprisa si de vez en cuando hacía esto.

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