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Abandonó la carretera para tomar el sendero. Desde allí podía ver parte de las viviendas del pueblo. Su imagen se presentaba como una mancha compacta de color blanco moteada de rectángulos oscuros, líneas rectas delimitando las construcciones y los tejados aportando un toque de color oscuro que contrastaba con el fondo azul claro que formaba el cielo.


Avanzaba por el sendero cuando pensó que tal vez, no hubiese comida en la casa. Dio media vuelta y se dirigió hacia el pueblo. En la carretera fue adelantado por un muchacho en bicicleta. Éste se giró fugazmente un par de veces para mirarle.


     -Creo que me ha reconocido -pensó Daniel-. A estas horas todo el pueblo ya debería saber que el chiflado ha vuelto.


Era curiosa la situación, antes sólo era un habitante más, de repente, se convirtió en una celebridad, en todo un personaje. ¡Era el chiflado de los contornos!. No hay pueblo que se precie que no tenga su propio loco.


Daniel estaba imaginando el revuelo que se debió haber armado en el pueblo cuando un buen día llegó la ambulancia del manicomio con un par de fuertes enfermeros, el doctor y acompañados por una pareja de la policía local con el propósito de capturarlo y llevarlo hasta el hospital.


De este episodio él recuerda bien poco, más bien nada. Tuvo conocimiento de lo acontecido durante la vista con el juez. En la misma se explicó que en el café con leche del desayuno le suministraron una fuerte dosis de algún tipo de droga y cayó rendido en un sueño profundo. Entonces, estas personas lo condujeron al hospital comarcal tal y como se reflejaba en el mandamiento judicial. Luego, cuando despertó ya estaba en el hospital, le habían despojado de sus ropas de ciudadano y era un interno más. Recuerda que estuvo un buen rato aturdido con un fuerte dolor de cabeza a modo de resaca, con la boca pastosa, tumbado allí en la cama, sujeto por las correas de seguridad sin saber si lo que sucedía era real o una maldita pesadilla. El tiempo se encargó de mostrar la cara de la cruda realidad, fue llevado allí para deshacerse de él.


Estaba llegando a la entrada del pueblo cuando fue rebasado por un autocar escolar. Suerte que el supermercado estaba a la entrada del pueblo y no tenía que llegar a la plaza, allí estarían todas las mamás congregadas esperando a que sus retoños descendieran del autocar. No tenía ganas de ser la atracción del día.


Por otro lado, cuanto más tiempo permaneciese en el pueblo, más probable era que se encontrase con sus padres. Si él estaba viviendo en la casa de campo, sus padres debían estar en la casa del pueblo. No es que los odiase, pero no quería verlos. Le abandonaron cuando más los necesitaba y no quería representar el papel de un falso reencuentro y de rencores olvidados. Él no había olvidado lo ocurrido ni los había perdonado todavía.


Entró en el supermercado, nadie se percató de su presencia. Tomó un carro y deambuló por las estanterías en busca de unas cuantas latas de conserva, huevos, aceite, pan y unas cervezas. Haciendo cola para pagar fue reconocido por la cajera.


     -Hola Dani. ¿Ya has vuelto?


     -Sí, de nuevo aquí.


     -¿Vas a quedarte mucho tiempo?.


     -No lo sé supongo que hasta que me canse o me encierren de nuevo.


     -Por cierto…, ¿Cómo estás de lo tuyo?.


     -Bueno, como ve me han soltado. ¡No debo de estar muy mal!.


     -Mira es el hijo de la Teresa -se oyó a espaldas suyas.


Daniel se giró con mirada inquisidora. Las dos mujeres callaron de inmediato e hicieron todo lo posible por disimular, pero sin obtener éxito en su empeño.


     -Por lo que veo, este pueblo sigue lleno de cotillas –continuó Daniel con su conversación.


     -No te asombres, eres la noticia del día. Y posiblemente el acontecimiento del mes.


     -Sí, ya lo he comenzado a notar.

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