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Al día siguiente,  al bajar a la calle,  me tropecé con él,  me saludó,  le saludé y volvimos a jugar a mirarnos.  Pero en esta ocasión gano él,  me temblaban las piernas,  el pulso se aceleraba a velocidad de vértigo,  y el bolsillo de la cazadora donde llevaba la agenda e iban anotados todos sus datos y sus hábitos,  así como la matricula de su coche,  parecía inflarse como un sapo denunciando su valiente temor.  Aquella mañana el se cruzó con la estrella de su destino sin saberlo,  mejor así,  por que la suya no era la magnifica estrella de los vientos,  sino la ruin estrella de los peores instintos,  la estrella que habita entre nosotros y que nos empeñamos en situar en un lugar inconcreto del universo.  Y es que es aquí abajo donde se dilucida todo lo que somos y lo que seremos,  nada nos vincula con ningún cielo que no sea la imaginación.  No tenía nada contra él y,  sin embargo,  lo iba a denunciar.  Era mi obligación,  mi compromiso con la patria,  otros hacían y arriesgaban más que yo,  lo sabía.  Y a unos y otros la patria respondía con el mismo bostezo de montes y mares cargados de tanta pasión que a menudo nos pasa inadvertida.


Nada más llegar,  entré en el cuarto de baño,  detrás entró Parco,  serio y sombrío como si hubiera salido de mi boca,  le alargué sin mirar la agenda,  la tomó entre sus manos y la guardó con parsimonia en el bolsillo interior de su chaqueta.  Luego se puso a mear tranquilamente,  mientras,  yo a sus espaldas como cualquier soplapollas,  intuía como se la sacudía y aireaba,  hasta que le apeteció,  para luego recomendarme que en un par de días y mejor aún en lo sucesivo,  no debían vernos juntos y hablar sólo lo imprescindible y siempre de cuestiones relacionadas con el trabajo.  Como siempre -dije yo-,  con voz trémula.  No me contestó,  farfullo algo sobre chivatos y lameculos.  Luego me pregunto si lo que ponía allí era de ley.  No sé que ley se refiere éste pense para mí,  pero decirle sólo le dije:  tranquilo está contrastada.  No sé él por qué de aquel termino aquel vocablo más propio de una información bancaria que de una denuncia. Tal vez deseaba pensar que no estábamos hablando sino de eso,  de nuestro trabajo.  El se encargo de recordármelo diciendo:


-Mira que esto no es un juego.  Aquí ¡pum y pum!,  y otro difunto,  entiendes.


-¡Si, sí claro, claro! -respondí vehementemente aterrorizado-


Luego,  ya en la puerta me gritó "¡anda y que te den por culo",  me quedé sorprendido.  Más que eso,  paralizado.  Pero él no contento salió y una vez en el pasillo de la oficina,  volvió a gritar:


-¡Pues no te jode el mamón este!


Yo no salía de mi asombro,  los compañeros se miraban y nos miraban interrogantes,  tal vez preocupados por mi vida,  todos conocían la tendencia de Parco,  todos adivinaban que no era bueno ni recomendable el llevarse mal con él.  Yo no sabía que le había podido molestar,  le temía tanto que no se me ocurría ni por asomo que pudiera tratarse de una argucia para desviar sospechas.  O tal vez,  es que no quería tener plena conciencia de que estaba involucrándome en algo tan terrible.


Así,  de esa misma forma,  había empezado mi relación con Parco.  El día en que también en el aseo le dije de broma algo que pensaba en serio,  que lo de la patria resultaba patético.  Yo no sabía que era del partido Sefarch de corte fanático-nacionalista,  al menos hasta aquel extremo,  o mejor dicho,  no sabía o no quería saber que los miembros de ese partido,  se las gastaban así con los que discrepaban de su ideal.  Recuerdo que me miró lleno de odio,  tanto que se le llenaron los ojos de mi sangre,  a la vez que me gritaba:


-¡Patético,  patético!,  patético eres tú,  ¡hijo de puta!


Luego se encaminó hacia la salida,  como si se fuese,  pero antes de llegar a la puerta,  se volvió y me apuntó con el dedo a modo de pistola durante un instante que pesa en mi memoria como una losa,  luego dijo con parsimonia "¡pum!".  Para sentenciar:


-Otra broma de esas y estas muerto cabrón,  porque supongo que es una broma.


-Sí,  sí,  como no.-Me apresure a contestar,  más desorientado por su reacción que cualquier otra cosa,  el miedo vendría después,  al reflexionar,  al entender con quien me la estaba jugando realmente-


Para rematar luego,  como hoy,  y ya en medio del pasillo del negociado gritándome.


-Maldito traidor,  fascista castellano.

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