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Capítulo 1 - Su niñez

         En un barrio muy marginado de una ciudad, nace un niño. Vivienda muy precaria, de chapa, y en espacio de cuatro  por cuatro, tenía todo.- Dormitorio, cocina, y baño.- En ella, vivía sola una joven mujer que dio a luz un hijo, de un padre, que nunca miró por él. Soltera, trabajando en changas, un perro solamente la acompañaba.- Su embarazo lo llevó a los golpes, cuando en una fría noche de invierno, sola, sin que nadie la ayudara, tuvo su hijo. Esa joven muchacha se llamaba María Petrona,  pero era conocida como “La Beba”.

        Muy pocos se enteraron de lo sucedido, la cruel realidad, la llevó que nuevamente tuviera que salir a trabajar, para cubrir las necesidades mínimas de abrigo, algo de  alimentación, para esa nueva vida, que seguramente estaba destinada a la marginalidad, de la cual había salido.

    Con apenas una semana de vida, de haber nacido su hijo, como pudo, sin nadie que la acompañara, lo lleva a registrar al Juzgado de su pueblo. ¿Cómo se llamará?, le preguntó el funcionario judicial; y ella con voz pausada y entrecortada, indicó, “lo llamaré Valentino”, como mi abuelo. ¿Nombre del padre? –“No lo conozco”- nuevamente pregunta  el funcionario ¿Su nombre y estado civil? –“Me llamo María Petrona Dos Santos, soltera “-

   Vuelve nuevamente a su  realidad, que seguramente en su mente están las bolsas de residuos, los desechos domiciliarios, y porque no, pedir puerta por puerta. Ya nadie la quería recibir con un niño en brazos, decidiendo, dejarlo en la precaria vivienda, con la sola compañía de su perro.

  Después de caminar varios días, puerta a puerta, comercio tras comercio, llega a la vivienda de una anciana sola, que necesitaba ayuda, para la limpieza de su casa. La oferta económica, era muy escasa, pero la necesidad de trabajo era mucho mayor.

   La enérgica anciana, mirándole a los ojos, le indica; “venga temprano, bien aseada y con ropa limpia”, pero no faltó la pregunta de rigor ¿tienes chicos? Bajando la cabeza, la joven muchacha niega la existencia de su pequeño hijo, con tan solo treinta días. La nueva patrona vuelve al interrogatorio ¿Cómo te llamas? “-Me dicen Beba”-

   Contenta por haber conseguido trabajo, regresa a su vivienda, donde encuentra a su Valentino, acompañado por  el perro. ¿Que le doy de comer se preguntó? Su leche materna entrecortada, no lograba satisfacer al pequeño lirón. Sus vecinos, también dedicados a la mendicidad,  era imposible que la ayudaran con una taza de leche.

   Decidida, pero con la mente un poco confusa, sale nuevamente a la calle, en busca del alimento para su chico. Piensa, “a donde golpeo, que digo”, si en todo el barrio, no sabían nada de su reciente maternidad.    

   Se le cruzan por la mente, diferentes situaciones que debió sobrellevar, llegando a su memoria un veterano viudo, que muchas veces, con piropos cargados de malas intenciones, la saludaba cuando pasaba por su vivienda. El asco, la rabia, la impotencia, le invadieron inmediatamente sus pensamientos, pero no había salida. Valentino debía comer.

   Aquel día por unos pocos pesos, vende su cuerpo, no mirando para atrás, conseguirá el alimento necesario, para su hijo.

   Esa noche junto a su hijo, acompañada por el perro durmió esperando  la mañana siguiente. Ya finalizaba el invierno, seguramente la helada no golpearía tan crudamente en el techo de chapa.

    Al otro día bien temprano sale para su trabajo, con la tranquilidad de que el niño estaría acompañado por su fiel perro,  quedando encerrado  en la vivienda.

   La dura realidad golpeaba a diario, en los primeros meses de vida para Valentino. Poca comida, largas e interminables horas solo, sin la figura paternal en los momentos del llanto, y un entorno familiar ausente.

    Con algo de suerte, con la ayuda de Dios, con una madre que trabaja el día entero, y gran parte de las noches de retorno tarde, crece este niño.

  Los primeros pasos, junto al reconocimiento del barrio, no se hicieron esperar. Sus ojos vivaces y su pelo enrulado, ganaron fácilmente la simpatía de sus vecinos. Otro pequeño que apenas comenzaba a formar las primeras palabras, lo llamó “Tino”, lógicamente el nombre Valentino para él,  le era muy difícil de pronunciar.

    A partir de ese día todos lo conocieron como “Tino”.

    Su madre continuaba trabajando en diferentes casas de familia, pero su actividad nocturna no la abandonaba. Un día llega a la humilde vivienda de Tino, una joven apuesta, de cabellos negros, lentes de carey de color marrón, cartera al hombro, portafolio de un cuero envejecido, que se presenta como “Sofía” asistente social.

   El niño sorprendido, y un poco asustadizo, sin separarse de su perro, le pregunta ¿Ud. quien es?, ¿Qué quiere, mi madre no está?

  La joven con voz impostada, pero dulce, le responde –“vengo a conocerte,  lograré convencerte para ir a la escuela”- “Eso no podrá ser”, contesta el niño, con apenas siete años, “no puede dejar sola nuestra vivienda, seguramente Tony mi perrito me va a extrañar”.

   Sorprendida por la respuesta del niño, vuelve a preguntar ¿Donde trabaja tu mamá, y a que hora vuelve? “No lo se, contesta Tino, solo la veo cuando comienza la noche”.

   La apuesta joven, al ver tan delicada situación, decide retirarse, pronto  hará el informe a sus superiores, para una nueva gestión.

   La carpeta se archiva, el informe quedará inconcluso,  cuando llegue una nueva denuncia, se abrirá el caso, para que nuevamente se haga la investigación de rigor.

   Todo parecía seguir un destino cargado de dolor, pobreza, incertidumbres, donde la desgracia era moneda corriente todos los días. Hoy su madre salió mas tarde que lo acostumbrado. Su pelo con una cola bastante desprolija, boca bien pintada de rojo, sus ojos sombreados, pollera muy corta, con su clásica cartera al hombro.

    Esa noche, como tantas, llegará algo diferente a las acostumbradas por Tino. Hoy no venía sola.  Entra a la habitación con un señor mayor, de estatura mediana, mirada enrojecida por el alcohol,  con una voz subida de tono que le grita “hoy harás lo que te diga, hija de perra, estoy cansado de promesas, y no he logrado nada de ti”. Los gritos retumbaran en la pequeña habitación; el pobre niño asustado le pregunta a su madre, ¿Qué está pasando mamá? ¿Quién es este hombre? ¿Qué te reclama, por favor?

   Por un momento el silencio, pero sin mediar palabras, el extraño visitante, golpea con su puño, el rostro de la mujer, que explota en llanto. ¿No llores mamá, suplica el niño? ¿Por qué golpea a mi madre? ¿Con que derecho?

  Volvió el silencio, nadie responde, el niño en un rincón de la habitación abrazado a su perro Tony, no retira sus ojos del rostro de su madre, al fin este hombre enloquecido por el alcohol, se retira.

   Tino, también llorando, se abraza de su madre, ella acaricia su pelo  diciéndole “no más preguntas hijo, no volverá a suceder”.

   Seguramente mañana volverá la rutina, para todo seguir igual. Pero al otro día, su madre no sale. El golpe en su rostro, fue el último de una serie, que se habían sucedido antes de llegar a la casa. El niño la miraba sin saber el motivo de esa brutal golpiza, que dejó a su madre tirada en la cama, sin fuerzas para poder salir a trabajar.

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